Crimen de Asunta
Alfonso Basterra: «Ni di Orfidal a mi hija ni sé quién lo hizo»
Basterra, acusado junto a Rosario Porto del asesinato de la menor, denuncia «irregularidades» y «filtraciones» en la instrucción y carga contra el juez.
Alfonso Basterra se desparramó sobre la silla antes de comenzar a responder a las preguntas del fiscal. Su forma de sentarse, con una pierna cruzada sobre la otra y la espalda recostada, fue el preludio de lo que ocurriría durante las siguientes cuatro horas. Chulo, desafiante y altanero, se enfrentó al fiscal y lo llegó a llamar «hipócrita de los cojones». No es la primera vez que le faltaba al respeto. Durante la instrucción, al más puro estilo pandillero bravucón, se encaró con él en un pasillo de la Audiencia Provincial y sacando el pecho le dijo: «Cerdo asqueroso. ¿No te da vergüenza? Deberías estar tú pudriéndote en la cárcel. Cuando te pille te voy a dar unas hostias. ¡Serás malvado! ¡Decir que yo envenené a mi hija!».
Con semejantes antecedentes, el fiscal preguntó sin más preámbulos para abrir el interrogatorio: «¿Dio usted Orfidal a su hija el día de los hechos?», preguntó sin más preámbulos el fiscal para abrir el interrogatorio. «No, por supuesto que no lo hice?», respondió Basterra.
«¿Sabe quién lo hizo?», insistió el representante del ministerio público. «No, no lo sé». Durante los siguientes minutos, el fiscal le leyó la batería de preguntas que llevaba preparada. Da la impresión de que es tan metódico que, independientemente de lo que contestara el padre de Asunta, y aunque se le podría haber arrinconado en alguna respuesta, no quiso salirse de la estructura que había programado. «¿Le dio usted polvos blancos a la niña?», preguntó. «¡Por supuesto que no!». Debía esperar la negativa porque el fiscal repreguntó y le recordó que en su declaración del 27 de septiembre de 2013 reconoció haberlo hecho. «El día de la declaración yo llevaba seis días llorando, sin parar. Ante mi perplejidad, el 25, miércoles, la Policía me detiene. Me paso dos días en los calabozos de la Guardia Civil, un sitio donde no viviría ni una rata. Si se tuviese un poco de empatía, podría entender que no estaba en condiciones de hacer una declaración coherente», arguyó en tono seguro y altanero. Sin embargo, en el funeral de su hija nadie le vio llorar, durante las horas que pasó en los calabozos, la que sollozó fue Rosario. Él la llamaba «lentejita» y trataba de calmarla para que no hablara. No es una falsedad trascendental para la investigación, pero sí demuestra la capacidad de exagerar y mentir para convencer al jurado popular. Sin embargo, el fiscal no debió acordarse de ello porque no le puso entre la espada y la pared demostrado que había mentido.
Otro de los episodios que pone de relieve su alta capacidad para persuadir a los demás, aunque la falsedad se caiga por su propio peso, se produjo cuando el fiscal le preguntó cómo era posible que su ordenador apareciese en casa de repente en el tercer registro.
«¿Usted sostiene que ya estaba de antes y que en los dos primeros registros los guardias que registraron su domicilio no lo vieron?» . Y con todo su cuajo, Alfonso Basterra los llamó ciegos y lerdos: «Lo sostengo, lo afirmo y lo reafirmo cuantas veces sea necesario», respondió convencido. Sin embargo, la incontrovertible verdad es que la Guardia Civil pudo documentar con una fotografía que, cuando se hizo el primer registro, el lugar donde acabó apareciendo el ordenador, estaba vacío».
Así fue todo el interrogatorio. Hubo ocasiones en las que tuvo que tirar de falta de memoria, quizá para no incurrir en errores o contradicciones: «Como comprenderá, no hago una gráfica de Excel para cada día».
Sí tiene grabada en la memoria su coartada para el día de los hechos. Explicó que durante las horas en las que Asunta fue asfixiada y su cadáver trasladado a la pista de Teo, se quedó en casa cocinando y leyendo, y que no salió hasta las 21:30 de la noche. Nada que ver con el asesinato, por tanto. Sabedor de que va a ser difícil situarle en el lugar del crimen, llegó a alardear de sus dotes culinarias: «Aquella tarde hice un plato que no había hecho nunca. Unas albóndigas con salsa de tomate y champiñones». Extraña que se acuerde de lo que cocinó el día de la muerte de su hija, pero no sepa que durante meses Asunta fue drogada con Loracepam: «Me enteré de eso en prisión y no salgo de mi asombro. No sé quién lo hizo, pero tengo más interés que usted en conocer a esa persona», le espetó al fiscal en tono retador. El lunes continúa la sesión con 14 testigos citados. Entre ellos, la persona que se encontró el cadáver.
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