Crimen de Asunta
Asunta sobre su madre: «Sé que me engaña»
En el registro del chalé de Teo, Rosario Porto simuló ir al baño para intentar esconder la bobina de cuerda que la incriminaría
En el registro del chalé de Teo, Rosario Porto simuló ir al baño para intentar esconder la bobina de cuerda que la incriminaría
Las obras de arte tardan en perfilarse meses, años, siglos. La maldad necesita de un sólo instante: fugaz, cruel, insensible con el dolor ajeno. El criminal, mientras sonríe a sus vecinos, va construyendo maquiavélicas fantasías entre las cuatro paredes de su cerebro. Hace justo una semana, las compuertas se abrieron y uno o dos depredadores destruyeron la vida de Asunta, de tan sólo 12 años. Desde entonces, Santiago de Compostela vive entre sobresaltos. El primero fue al enterarse a través de «Espejo Público» en Antena 3 de que, según Rosario Porto, el pasado mes de julio un individuo entró en su casa de madrugada y asaltó a su hija en la cama. La madre la socorrió y el hombre, con guantes de látex y con el rostro embozado, huyó raudo. La ausencia de denuncia provocó asombro. El hecho de que justo el día que la madre se olvida las llaves por fuera, un criminal pase por allí, con el kit del ladrón a cuestas, le dé por agarrar a una niña del cuello y que no se lleve nada causa auténtica perplejidad.
Desde entonces, Rosario Porto ha ido encadenado mentiras. Una tras otra. En la denuncia ante la Policía aseguró que dejó a su hija estudiando en casa. Durante el primer registro de su casa volvió a defender la misma tesis, pero en los juzgados varió de versión. De repente, ante el asombro del juez instructor José Antonio Vázquez Taín, recordó que el día de la desaparición sí había salido de casa con su hija. Ni la mala memoria ni el despiste que argumentó para justificar sus primeras versiones convencieron al magistrado.
Rosario Porto va ajustando su relato a las evidencias que va encontrando la Policía judicial de la Guardia Civil. En su denuncia narró que entre las 19:00 y las 21:30 horas estuvo haciendo compras en el centro y luego fue a la finca de Teo, a unos 25 kilómetros de Santiago de Compostela, a recoger unos bañadores de la niña. En la segunda ya modificó esta versión. Había acudido a una tienda, pero «antes de bajar del coche para comprar me di cuenta de que me había olvidado el bolso con la cartera y las llaves». Vázquez Taín incisivo, como en él es habitual, le preguntó: «Rosario, y si se había olvidado el bolso con las llaves dentro, ¿cómo entró usted en casa?». La cara de Rosario Porto se oscureció y reveló duda, inquietud. La dentellada del magistrado había sido ágil, certera, sutil. Cuando el silencio ya se había convertido en una evidencia, la madre de Asunta logró escaparse de la trampa, herida. «Es que no me dejé el bolso en casa. Lo olvidé en el portal» (se refería al portal de la casa de sus padres, por donde Rosario pasa para acceder al garaje, donde habitualmente deja su coche).
Hace años, el criminólogo francés, Edmon Locard, afirmó: «Es imposible que un criminal actúe, especialmente en la tensión criminal, sin dejar rastros de su presencia». Así fue. Durante la inspección técnica policial del lugar donde fue hallado el cuerpo de Asunta, los agentes de la Científica recogieron algún trozo de cordel de ese color y alguna colilla de tabaco rubio. ¿Estarían vinculadas con el crimen? Los restos de cigarrillos ya han sido enviados para que se extraiga ADN de la saliva que queda impregnada en la boquilla. De momento, el juez no ha recibido los resultados. Sin embargo, el cordel es otra cosa. Durante el primer registro de la casa de Teo, la Guardia Civil localizó una bobina del mismo tipo de cuerda naranja. Las alarmas se encendieron. La comprobación lógica era mandar todo al área de «trazas» del departamento de Científica y que los expertos comprueben si el final de una cuerda coincide en el lugar del corte con las recogidas cerca del cadáver de Asunta. El problema es que la pericia implica una tremenda complejidad y difícilmente arrojará un 100 por ciento de seguridad. Y si el porcentaje es menor, en Derecho hay una máxima: en caso de duda, a favor del reo. Por esa razón, los agentes de la Benemérita idearon una estrategia: dejaron la cuerda en el lugar donde la habían encontrado y esperaron a ver la reacción de Rosario durante el segundo registro que se iba a efectuar al chalé. Llegó risueña, tranquila, sonriente, segura de sí misma. En un momento, mientras aspiraba con ansia el humo de un cigarrillo, pidió ir al baño. El juez le dio permiso. Ni un minuto después la pillaron tratando de coger la bobina de la cuerda. Disimuló como pudo, pero Vázquez Taín tomó buena nota.
La madre de Asunta llevaba varios meses en tratamiento. Una de las muchas pastillas que cada día se tomaba servía para inducirle el sueño. Ese mismo principio activo es el que se ha encontrado en el cuerpo de la menor. Es decir, la pequeña fue sedada. La hipótesis es que lo hicieron para evitar su resistencia, para que no luchara ni les arañara, lo que dejaría pistas evidentes de la culpabilidad.
Todo apunta a que ya lo habían ensayado alguna vez. Según la directora y una de las profesoras de la escuela de música a la que asistía Asunta, el pasado mes de julio, la niña llegó a clase con la boca pastosa, los párpados caídos, con una enorme dificultad de movimientos. Llegó a confesarles que su madre le daba pastillas. «Sé que me engaña», les confesó. Ahora ambas se culpan, injustamente, de no haber presionado más a la niña para que hablara, para que les contara qué había ocurrido.
Las pruebas contra Alfonso Basterra, el padre, abultan mucho menos. Los agentes de la Guardia Civil siguen peinando las imágenes de casi 100 cámaras de seguridad, buscándole a él o su Opel Corsa rojo. De momento, él no ha aparecido. Su comportamiento levanta sospechas, pero eso no condena. El resultado del análisis de las antenas de telefonía móvil se antoja crucial. Si su móvil lo sitúa en la finca de Teo el día del crimen, los pilares de la inocencia a los que se está agarrando se resquebrajarán. Si el resultado es negativo, y con un buen abogado, a no tardar mucho, dejará la cárcel, para pasear libre, vigilado por las miradas curiosas e inquisitoriales de sus vecinos.
¿Por qué Rosario mató a su hija?
La especulación se ha apoderado de las calles de Santiago. A día de hoy, al igual que no están del todo formateadas las culpabilidades, tampoco lo están las razones del crimen. El móvil económico no se sustenta todavía en pruebas sólidas. Decir lo contrario es, a día de hoy, jugar a las adivinanzas. ¿La supuesta enfermedad mental de la madre? Descabellado no es, pero entonces, ¿cómo se sostiene que el padre, que no padece nada, la ayudara? ¿O no lo hizo? Mientras no se recaben todas las pruebas y el mapa del asesinato configure un dibujo completo, es arriesgado acertar con la verdadera razón. ¿Rosario mató a su hija porque Asunta sabía que su madre había acabado con la vida de los abuelos? ¿La quiso silenciar? Cuando uno mismo pregunta en el entorno judicial y de la investigación, recibe esta respuesta: «Todo cabe en la imaginación. Cada uno construye la hipótesis que quiere preponderando el dato que más le convence, pero ahora mismo, sólo quien le robo la vida a Asunta conoce por qué lo hizo».
✕
Accede a tu cuenta para comentar