Astronomía
La esperanza perdida de Einstein
Confirman por primera vez una teoría que ni el propio sabio alemán creyó ver resuelta jamás
Confirman por primera vez una teoría que ni el propio sabio alemán creyó ver resuelta jamás.
Einstein sabía que tenía razón, pero había perdido la esperanza de poder demostrarlo experimentalmente. Hace algo más de 100 años, su propuesta de Teoría General de la Relatividad transformó el mundo de la física y lanzó a la comunidad científica una estimulante lista de predicciones. Una de ellas es especialmente atractiva: si la teoría funciona, cada vez que la luz procedente de una estrella muy lejana pasara cerca de un objeto muy masivo, la gravedad del objeto sería capaz de doblar la trayectoria de la luz del mismo modo que los cristales de una lupa curvan los rayos luminosos y amplían la imagen que hay tras ellos.
Pero en 1936, el propio sabio alemán confesó su desconsuelo en un artículo para la revista Science. “No hay esperanza, será imposible observar directamente jamás lo que propongo”. En otras palabras, Einstein pedía que confiáramos en su capacidad de cálculo y su intuición, porque lo que sus fórmulas demostraban no podría ser observado por el ojo humano: la ciencia no disponía de herramientas para detectar en vivo el suceso.
Pero estaba equivocado. El fenómeno de las ondas gravitacionales ha servido durante décadas para contemplar acontecimientos cósmicos lejanísimos que parecen más cercanos gracias a él y, ahora, 81 años después del pesimista vaticinio de Eistein, la ciencia ha podido “ver” por primera vez lo que él ideó en el mundo de las teorías.
Un equipo internacional de científicos dirigido por Kailash Sahu, del Space Telescope Science Institute, ha descrito el primer ejemplo real de microlente gravitacional en una estrella que no es el Sol. El hallazgo supone una nueva ventana para conocer cómo funciona el universo. En concreto, provee una nueva herramienta para determinar las masas de los objetos astronómicos, sobre todo de aquellos que aún es difícil medir con las tecnologías actuales. Y es que el equipo de Sahu ha sido capaz de medir la masa de una estrella colapsada en fase de enana blanca mediante el análisis del modo en el que la luz se dobla a su paso.
Este tipo de estrellas son astros que han perdido todo su combustible de hidrógeno y se supone que son tan antiguos que podrían considerarse restos fósiles de las generaciones de objetos galácticos previas a la formación de la Vía Láctea.
Es cierto que el fenómeno de lentes gravitacionales predicho por Einstein había sido observado en otras circunstancias. En 1919 se pudo medir la curvatura de la luz de una estrella al pasar cerca de nuestro Sol durante un eclipse. Aquella fue la primera prueba empírica de que el sabio físico tenía razón en sus teorías. Cuando una estrella se sitúa entre nosotros y otra estrella, la luz de la que está más alejada es distorsionada en un efecto que se conoce como anillo de Einstein.
Pero lo que ahora se ha medido es la distorsión que producen los astros en otro escenario: con estrellas que no están alineadas desde el punto de vista del observador. La desviación es tan pequeña que no había podido ser detectada hasta ahora.
Hoy ha sido posible gracias a la gran capacidad de resolución de las cámaras del Telescopio Espacial Hubble. Gracias a estas mediciones han podido determinar que la estrella enana blanca Stein 2051B (la sexta más cercana al Sol) tiene una masa equivalente a dos tercios de la de nuestro astro Rey. Lo han hecho siguiendo la idea einsteniana de que la desviación aparente de la luz de las estrellas de fondo al pasar por esta enana está directamente relacionada con la masa del astro.
El hallazgo no solo ha logrado despejar la incógnita de la masa de esa enana blanca en cuestión sino que aporta algunos evidentes avances en la astrofísica. Por ejemplo, se confirman las teorías propuestas en los años 30 del siglo pasado sobre la equivalencia entre la masa y el radio de las estrellas enanas blancas. Pero, lo más importante, se convierte en una nueva herramienta que puede ser utilizada para medir masas y distancias de otros astros esquivos y, por lo tanto, para completar mejor nuestro conocimiento de la estructura del cosmos. Todo ello, además de confirmar que, una vez más, Eisntein con su lápiz, papel y cerebro, tenía razón en sus teorías, pero se equivocó al pensar que nunca podrían llegar a ser demostradas experimentalmente.
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