Investigación Médica
La amenaza de los virus zombi
Un equipo de investigadores franceses ha descubierto bajo la nieve de Siberia un virus prehistórico que podría reactivarse
con el avance del deshielo
El virus zombi, el virus gigante, el virus Frankenstein... Ninguna de las denominaciones que se le viene dando a este microorganismo parece nada halagüeña. Pero lo cierto es que acaba de despertar la atención de científicos de todo el mundo desde su recóndito escondite en los perpetuos hielos de Siberia. Y es que un equipo de investigadores franceses ha anunciado en la revista «Proceedings oh the National Academy of Science» el descubrimiento de un virus que llevaba más de 30.000 años dormido bajo la nieve y que, ahora, por culpa del adelgazamiento de los hielos árticos, podría revivir. Su nombre es «Mollivirus sibericum» y es el cuarto ejemplar de virus prehistórico que se ha descubierto desde 2003 y el segundo bautizado por este mismo equipo investigador. La intención de los descubridores es revivir al microorganismo, pero antes deberán garantizar que no supone una amenaza de infección seria para animales o seres humanos.
¿Qué es lo que hace que un virus pueda ser considerado «gigante»? Más que en su capacidad infecciosa, la clave está en el tamaño. Para recibir tal calificativo ha de medir más de media micra, es decir más de 0,5 milésimas de milímetro. El nuevo ejemplar mide 0,6.
Los virólogos lo encontraron al analizar una capa de permafrost fundido en una región del noreste de Rusia. Al estudiar su composición, descubrieron que tiene capacidad infectiva, al menos, para contagiar a una ameba. Aunque no parece que pudiese causar daño a animales más complejos. Pero no son pocas las voces que advierten de que en los próximos años quizás asistamos a nuevos encuentros como este, quizás con organismos más peligrosos para los humanos.
La mayoría de estos virus prehistóricos están inactivados después de pasar siglos, cuando no milenios, enterrados en hielo. Pero cuando el hielo se derrite, muchos de ellos podrían recibir un nuevo impulso vital. Y el hielo en el Ártico está bajo mínimos.
Primero, por el influjo del aumento de temperaturas medias en el planeta. Segundo, porque bajo él puede haber todo un tesoro de recursos minerales y de hidrocarburos que lo han convertido en codiciado objeto de explotación industrial futura. ¿Podrían renacer de su pacífico limbo nuevos patógenos hoy desconocidos cuando los productores de petróleo o extractores de carbón planten sus manos en el lecho hoy cubierto de agua helada?
Uno de los firmantes principales del trabajo ahora presentado, Jean-Michel Claverie, teme que sí. Ha declarado que «si no tenemos cuidado y permitimos que la zona se industrialice sin tomar las medidas de precaución máximas, corremos el riesgo de revivir enfermedades que creemos erradicadas para siempre, como la viruela». Y es que unas pocas partículas de un agente potencialmente infeccioso pueden ser suficientes para hacer rebrotar una enfermedad si se encuentran por el camino al huésped adecuado que les de cobijo (una bacteria, una planta o un animal que sirvan de vector).
Por eso, Claverie y sus colegas quieren extraer de su nicho a «Mollivirus» y llevarlo a un laboratorio de máximo nivel de bioseguridad. Allí tratarán de revivirlo introduciéndolo en el organismo de una ameba unicelular. Ése será su huésped. Bajo control, analizarán si puede ser peligroso para otro tipo de organismos y, quizás, cómo encontrar una cura para esa posible infección.
Los virus gigantes prehistóricos no sólo son más grandes que un virus común, sino que presentan una mayor complejidad genética. El «Mollivirus sibericum» cuenta con 500 genes, mientras que el virus de la gripe apenas tiene ocho. En 2013, este mismo equipo de científicos franceses descubrió en Siberia otro virus zombi de más de 2.500 genes. Cuanto más complejo genéticamente es un microorganismo, más difícil es conocer sus puntos débiles.
No es la primera vez que se pretende revivir un virus extinguido. En 2004, un equipo de científicos de Estados Unidos devolvió a la vida virus de la mal llamada gripe española. En concreto, extrajeron microorganismos de una mujer muerta de gripe y enterrada bajo el permafrost de Alaska. De esa manera se pudo reconstruir la información atesorada en los ocho genes del virus y conocer mejor el modo de actuar en caso de rebrote de enfermedades como ésta.
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