Nepal
Cómo salvar a una mujer nepalí con una mochila de cáñamo
Dos jóvenes españoles emigraron a Asia con el fin de cumplir un sueño: empoderar a las mujeres locales. Un año después, lo consiguen vendiendo los productos que crean junto a ellas
Dos jóvenes españoles emigraron a Asia con el fin de cumplir un sueño: empoderar a las mujeres locales. Un año después, lo consiguen vendiendo los productos que crean junto a ellas.
Son jóvenes y quieren poner su ingenio y su talento al servicio de todos para hacer del mundo un sitio mejor. Pero como un objetivo tan amplio es prácticamente imposible de abarcar, han decidido empezar por mejorar la vida de una pequeña comunidad de Nepal. Gloria Gubianas y Carlos de Sandoval se reúnen con LA RAZÓN en una cafetería del distrito madrileño de Chamartín para explicar qué es Hemper. Ellos y sus otros cuatro socios son el alma de este proyecto, una empresa que nació después de un viaje de sus fundadores al país asiático con la vocación de «crear una cadena de valor desde el cultivo de la materia prima hasta la entrega del producto para hacerlo todo de la forma más sostenible posible», según sus propias palabras. De momento solo comercializan mochilas y fundas de ordenador portátil elaboradas con cáñamo, el material típico de la zona, aunque no descartan ampliar el catálogo de productos. Las ventas no llegan para que los propietarios cobren un sueldo, entre otras cosas porque la mayoría de los beneficios los destinan a acciones sociales que desarrollan en la zona. «No hay una fórmula mágica, los inicios son muy difíciles».
«Hemper trata de tener un impacto positivo en la comunidad amiga, que la forman todos aquellos que nos ayudan a cumplir nuestra misión», explica Gubianas. Este grupo de emprendedores está formado por graduados en LEIN (Liderazgo, Emprendimiento e Innovación), Comercio y Marketing, Bellas Artes, e incluso Ingeniería Biomédica. Todos han hecho de esta idea su primera incursión al mundo laboral. «No tenemos ni idea, la gestión la hacemos como podemos», afirman. El conocimiento lo han obtenido leyendo y hablando con otros que han estado en su misma situación y por ahora no les está yendo nada mal. Aunque es verdad que por el momento el volumen de producción y de ventas no alcanza para que los implicados vean cómo su cuenta sube a final de mes, en realidad los responsables afirman que están dentro de los plazos que habían estipulado. «Es como si todos pusiéramos nuestro sueldo», indica De Sandoval.
Su apuesta está clara: que todo el proceso transcurra de forma íntegra en Nepal y que la riqueza que genera se quede allí porque el objetivo es «mejorar el desarrollo económico del país». En la fabrica de Hemper trabajan alrededor de una decena de personas en producción y otra docena en confección. Además, aunque no abastecen en exclusiva a Hemper, unas 200 familias viven del cultivo del cáñamo en la zona de Budhanilkantha, donde están centrando sus esfuerzos. «Es una zona rural en la que todos están relacionados entre ellos. Las mujeres no tienen educación y están en riesgo de exclusión», subraya Gubianas, que hace poco realizó su último viaje a Nepal por el momento.
Una de las acciones de las que están más orgullosos es la que ha supuesto un antes y un después en la comunidad: la puesta en marcha de una escuela que imparte clases de refuerzo para los niños de la zona. Todos los pequeños de la comunidad van cuando vuelven del colegio en lugar de acompañar a sus madres a las fábricas. «Así hacemos que los hijos de las mujeres que trabajan para nosotros tengan más oportunidades», apuntan. De momento acuden a diario unos 20 niños: «Va fenomenal». De hecho, aseguran que es uno de los planes que mejor están funcionando. También pusieron en marcha un programa para fomentar el reciclaje de residuos, aunque ese no ha triunfado tanto.
Porque desarrollar iniciativas en la zona no es tan fácil como puede parecer a simple vista. En primer lugar, por la barrera que supone el idioma: «No hablan inglés». «Hasta ahora hemos hecho acciones puntuales pero hemos visto que no es efectivo. Nos produce frustración porque no vemos los resultados que esperamos», afirma Gubianas. Para enmendar esta brecha, los socios de Hemper han firmado un acuerdo con una asociación de mujeres artesanas de la zona para que imparta talleres de formación a responsables de la fábrica porque «no saben administrarse»: «Además, queremos mejorar el edificio y las instalaciones a pesar de que ellos no entienden lo importante que es tener un lugar de trabajo adecuado». Por eso, de boca de Gloria Gubianas sale una de las palabras más de moda en los últimos tiempos: «empoderar». «Queremos empoderarles para que entiendan que son ellos los que tienen que mejorar». Según ella misma cuenta, su situación es «precaria», pero a ellos no les preocupa.
Y la cosa no se queda ahí. Este mismo verano, los responsables de Hemper han puesto en marcha una iniciativa para llenar de color el espacio de trabajo: «Hemos pintado toda la fábrica porque el año que viene queremos desarrollar un festival de arte dentro de sus muros». Es una idea más para generar vínculos con las comunidades locales. «También vamos a hacer dinámicas con los niños para que aumente su sentimiento de orgullo y pertenencia y que así sean más felices», apunta De Sandoval.
Pero, como ellos mismo explican, «si no vendemos mochilas no hay proyecto»: «Somos bastante positivos, siempre confiamos en salir adelante. Queremos pasar de ser una empresa a un negocio rentable y sostenible que genere riqueza». De momento, las ventas se reservan a su página web, aunque no descartan en un futuro recuperar acuerdos de colaboración con el comercio local. «De esa manera llegaríamos a todo el mundo», reconoce De Sandoval. Cada mochila Hemper es diferente, no hay dos iguales, y como ellos mismos apuntan, algunos modelos «funcionan mejor en físico». ¿Qué ventajas tiene entonces la venta online? Como son mochilas, el cliente no necesita probársela para saber que le va a quedar bien, «esa es nuestra apuesta».
Ha llovido muchos desde que comercializaron las 50 primeras, las mismas que financiaron con sus propios ahorros y que no salieron de su círculo más próximo. «Las vendimos en Navidad de 2015. Luego pedimos otras cien», recuerdan. En octubre de 2016 registraron oficialmente la marca. De momento ya han vendido alrededor de siete mil, aunque no se ponen límites.
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