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Alberto Chicote: «Ni la formación ni la educación están de moda»

Alberto Chicote: «Ni la formación ni la educación están de moda»
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No es una pose en pos de un primer plano. Sin cámaras por medio, Alberto Chicote es apasionado, vehemente y verborreico. Y tocón. Acorta las distancias con su interlocutor mirándole directamente a los ojos y tocándole el hombro o la rodilla. Es su forma de utilizar el lenguaje no verbal para decir que ni siquiera se toma las entrevistas como un trámite. No, a Alberto Chicote le gusta hablar y escuchar. Más aún si la conversación gira en torno a la comida. La ascensión al universo mediático con su irrupción en «Pesadilla en la cocina» y «Top Chef» no ha provocado el efecto colateral de andar como si se hubiese alzado dos palmos por encima del suelo mientras se vanagloria de su triunfo catódico. No, sigue siendo el mismo chico de barrio –de Carabanchel, por más señas–, que se asomaba a la cocina de su madre como lo que era: un templo donde las ofrendas eran la comida de cada día. Ahora es la imagen de «My Cook» de Taurus, uno de esos ingenios que, también a él, le hacen más fácil la vida entre fogones.

–Una confesión: ni sé cocinar ni me interesa. Debo ser una rara avis.

–¡Pues no sabe usted lo que se está perdiendo!

–¿Qué me estoy perdiendo?

–Hacer algo con tus propias manos. Te estás privando del placer de tocar, ver, oler alimentos maravillosos antes y mientras los cocinas. Además de saborear algo que has hecho tú mismo, empleando disciplina, creatividad... Y no hay que olvidar que cuando se cocina, normalmente no se hace para uno solo, con lo que también te estás perdiendo la gozada de satisfacer a otros.

–Me ha abrumado, ¿y ahora que le digo?

–Calle y cocine, si quiere.

–Habla de cocinar para los demás... Pienso en las madres, ¡qué desagradecidas hemos sido con ellas!

–Lo dirá por usted porque yo se lo agradezco siempre. Me lo enseñó desde pequeño. Mi hermano y yo repetíamos cada día: «Mamá, qué rico está esto». Y si algún día se nos olvidaba decírselo, nos llamaba la atención. «¡Que me he tirado toda la mañana haciéndolo!, ¿qué pasa, no vaís a decir nada?». Es y era de justicia agradecérselo. No puede ser que todo ese trabajo se quede ahí, ignorado, o lo que es peor: que se tome como si fuese su obligación que no merece ni las gracias.

–Por lo cual me imagino que más allá de las críticas en las revistas especializadas, también le gusta que sus comensales le feliciten...

–Claro, ¿y a quién no? Aunque sea tu trabajo, ¿a ti te gusta terminar de escribir una información y que no te digan que les ha gustado? Supongo que sí, y no es por vanidad o porque se necesite que nos estén dando palmaditas en la espalda todos los días, pero... Mire, que me digan que un plato que he hecho les gusta es lo más cercano a la felicidad que conozco.

– Porque usted es feliz haciéndolo.

–Evidentemente, aunque sufro lo mío. Pocas veces salgo satisfecho del curro.

–Pero el ego, después del éxito televisivo, supongo que lo tendrá colmado. ¿Cuántas veces le han dicho que es un animal televisivo?

–Muchas, pero no sé lo que es eso. Llegué a la televisión por casualidad y con una cosa muy clara. Así se lo dije a la productora y a Antena 3: «Yo quiero sacar a unos restaurantes de sus apuros y vosotros queréis hacer un programa de televisión. A vosotros no os tiene por qué importar cómo hago yo mi trabajo, ni a mí el vuestro. Sólo así podremos ser felices». Y así ha sido.

–Bueno, no sé si lo serán tanto los propietarios de los restaurantes a los que va. Les echa unas broncas.

–Es que me molesta tanto cuando las cosas no se hacen bien... Dicen que soy un «coach», pero en el fondo lo que soy es un charletas. Sí, les doy caña, pero procuro ser coherente, no caer en el ataque gratuito.

–¿Quién sufre más: usted, los dueños de los locales, los concursantes de «Top Chef»?

–En «Pesadilla en la cocina» pensé que la pesadilla iba a ser yo. Me equivoqué porque el que se pasa las semanas sin dormir soy yo. No hago más que pensar en cómo les puedo ayudar, en qué están fallando, si están aprendiendo para que todo vaya como la seda cuando no esté. De hecho, lo más duro del rodaje es que me paso todos los días sin dormir.

–Por cierto, ¿algunos de los concursantes de «Top Chef» tenían el ego bastante subidito, no?

–No soy quien para decirlo. Lo único que sé es que el peor error que puede cometer un cocinero, bueno, cualquier profesional, es pensar que ha dado el cien por cien, porque no buscará la manera de mejorar. Siempre hay que intentar darle una vuelta de tuerca a las cosas. Siempre.

–Ya, pero es más sencillo acostarse pensando que se ha hecho un trabajo redondo.

–Bueno, sí, se sufre menos. Se puede ser más feliz, pero evolucionarás menos.

–En pocas palabras: lo que falta es humildad.

–Y profesionalidad, y amor por el trabajo bien hecho, cariño cuando se hacen las cosas.

–¿Come con la misma pasión con la que cocina?

–Me lo paso como un chino comiendo. Para mí, ir a un restaurante es una fiesta. Como para otros ir a un partido de fútbol o a la ópera. El mayor espectáculo del mundo es la mesa de un restaurante.

¿Y es un sibarita o más de huevos estrellados?

–Los huevos, no, que los aborrezco. Pero una buena ración de pulpo o de oreja en una de las tabernas de mi barrio, ¡eso es una delicia!

–Se queja siempre de que somos los números uno en la alta cocina, pero de ahí para abajo...

–Hay problemas muy graves. Tenemos que mejorar mucho. En los restaurantes de menú a diez euros no damos la talla. Falta formación. Hay un porcentaje alto de hosteleros que nunca se han dedicado a esto, ni se han preparado. ¡Pero si uno de los propietarios me dijo en «Pesadilla en la cocina» que había aprendido a cocinar viendo «Ratatouille»! Pero como la formación y la educación no está de moda.

Así nos va.