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El cuarto secuestro que planeó Manuel

Después de raptar a sus tres hijos, de siete, cinco y dos años, se iba a desplazar al día siguiente a Jaén para recuperar al mayor, de diez, al que también tenía la Junta

De izq, a dcha., Yeray, un amigo de la familia, Manuel y Antonio
De izq, a dcha., Yeray, un amigo de la familia, Manuel y Antoniolarazon

Después de raptar a sus tres hijos, de siete, cinco y dos años, se iba a desplazar al día siguiente a Jaén para recuperar al mayor, de diez, al que también tenía la Junta

Su voz decía una cosa y su cuerpo otra. Sus palabras suplicaban ayuda, pero su cara transmitía relajación. «Se me han perdido los niños en el parque», repetía una y otra vez en tono lastimero. «La culpa ha sido del psicólogo que los ha dejado solos. Suya es la responsabilidad y no mía. ¡Pregúntele a él!», exigió Manuel, padre de los tres menores desaparecidos de 2, 5 y 7 años. Los agentes de la Guardia Civil de La Carolina, Jaén, detectaron rápidamente la contradicción entre sus palabras y su ausencia de nerviosismo. Aún así, le siguieron la corriente y le pidieron que tomase asiento y se sosegase: «A ver Manuel, ¿tú quieres encontrarlos?». El hombre asintió. «Pues cuéntanos todo desde el principio». Manuel hablaba sin prisa, como tratando de ajustar su relato: «He venido hoy martes en el autobús de la tarde, desde Jaén. Yo sólo. En el que llega a las cinco y media de la tarde, para ver a mis tres soles. Hace meses la Junta me quitó la custodia, pero sin razón, eso que quede claro. Hoy me tocaba visita. Tengo una al mes y no me la pierdo nunca. Fui al centro donde están mis niños y, junto al psicólogo, bajamos al parque de la Estación. Les dejé con él y fui a comprar unas chuches. Una bolsa para cada uno. Cuando regresé no estaban, se habían perdido. La culpa es del psicólogo que debería haberlos vigilado. Están bajo su custodia, no la mía».

Como en toda investigación se abrieron varias líneas de trabajo. Numerosos agentes de la Guardia Civil comenzaron a rastrear los alrededores del parque a pie, recabando datos y testimonios. Otros se desplegaron por Sierra Morena y Despeñaperros por si los niños hubieran echado a andar y no supieran encontrar el camino de vuelta. También se establecieron controles de carretera y cada vez que un motorista de la Benemérita adelantaba un coche y veía varias cabezas chiquitas a través de la ventanilla trasera, paraban el vehículo en la cuneta y comprobaba si eran los desaparecidos. A pesar del enorme despliegue, avanzaban las horas y la búsqueda no daba resultado.

Mientras, en el cuartel de la Guardia Civil de la Carolina se realizaban mil gestiones a toda velocidad. Dos agentes se encargaron de averiguar si era cierto que Manuel había llegado en el autobús de las cinco y media de la tarde. «Éste no ha venido en el autobús. Vamos lo recordaría», les confesó una persona que sí lo había tomado. Le creyeron. Manuel no pasa desapercibido: calvo, perilla canosa, con un perímetro torácico amplio, ya que pesa casi 150 kilos, y vestido de rojo chillón. Manuel les había engañado.

Otros dos agentes se desplazaron al centro de acogida de la Junta de Andalucía y averiguaron que uno de los menores, desde hacía meses, no paraba de repetir a sus compañeros de colegio: «En junio me voy a ir definitivamente con mi padre». Parecía más un deseo que una realidad y ninguno de sus amiguitos se lo dijo a los profesores hasta que desaparecieron de verdad.

En el cuartel, los agentes de judicial pidieron a Manuel que les ayudase a encontrar a la madre de los niños, pero él se cerró en banda. En el barrio donde vivía habían dejado de verla hacía semanas. Los guardias decidieron no dar más carrete a Manuel. Ya se había ahogado con su propia verborrea. Le pidieron que les entregase el teléfono para ver las últimas llamadas y mensajes y descartarle como sospechoso. «Ni pensarlo. Yo a ustedes no les doy el móvil. Sin orden judicial no tocáis mi teléfono». Aunque los investigadores pusieron sobre la mesa que su única intención era encontrar a los menores, Manuel se negó en redondo. El hombre se las sabía todas, no en vano le constaban una treintena de antecedentes. El más grave por homicidio, pero también por tráfico de drogas, robo con fuerza, con intimidación, hurto, atentado contra la autoridad...

El día avanzaba y Manuel les sorprendió con un comentario inesperado. «A las diez y media de la noche sale el último autobús para Jaén y tengo que irme», les anunció. Perplejos, los guardias le preguntaron si no iba a seguir colaborando en la búsqueda de los niños, y le aseguraron que si era necesario, lo trasladaban ellos en coche de madrugada. «No, tengo que coger el autobús», se emperró. «Un padre de verdad no se va corriendo. Un padre de verdad si es necesario se queda aquí un mes buscando a sus hijos. O eso, o tú lo has organizado todo. Te vamos a detener, porque esto no cuadra», le anunciaron. «Pues detenedme. Me he pasado 23 años en la cárcel. Una noche en el calabozo no me asusta», se pavoneó creyendo que era un farol. Sin embargo, cuando escuchó que le leían sus derechos rompió a llorar y les suplicó que le soltasen. Hasta se ofreció a permanecer con ellos el tiempo necesario, pero era tarde.

Pronto averiguaron por qué tenía tanto interés en regresar aquella noche a Jaén. Manuel tiene otro hijo de diez años. La Junta también le había retirado la custodia de este menor y al día siguiente el padre visitaba a su primogénito. «Los datos llegaron al juzgado y se hicieron gestiones para suspender cualquier visita familiar en los próximos días. Creemos que el plan era secuestrar a su otro hijo al día siguiente y reunirlos a todos», apuntan fuentes judiciales.

A pesar de que el paso de las horas suele augurar malos presagios, la Guardia Civil tenía la certeza de que los niños estaban bien, sólo había que localizar el escondite de la familia. La madre seguía sin aparecer. Su teléfono siempre daba apagado. Resultaba extraño que, a pesar de la repercusión mediática, la mujer no se hubiera puesto en contacto con los investigadores. Parecía que se quería ocultar. Además, los agentes, con autorización judicial, al curiosear en el móvil de Manuel, descubrieron que la separación era fingida. El matrimonio se amaba con locura, se escribían y llamaban con frecuencia y hasta tenían la cuenta bancaria compartida.

Finalmente agentes de la UCO de la Guardia Civil, acompañados de guardias de Jaén, localizaron en Villaverde varios domicilios familiares de la parte materna. Establecieron vigilancias sobre uno concreto, pero la madre, también con una importante ristra de antecedentes, los detectó. De repente, los agentes vieron salir a la hermana de la madre de la casa. La siguieron. Se metió en un portal cercano, estuvo unos pocos minutos y regresó a su casa. Cuando un coche de la Policía Local se metió en el avispero que tenían controlado supieron qué había ido hacer la tía de los menores. «Nos ha llamado una mujer diciendo que su hermana se ha presentado en su casa con tres niños y que los ha traído secuestrados», explicaron los policías a los guardias. La mujer, sabiendo inminente la detención, quiso disimular para no ser detenida y esgrimir que había colaborado con los investigadores. Se creyó astuta, pero acabó detenida, ella y la madre de los menores que fueron liberados después de 72 horas de cautiverio familiar. Ayer, el juez decretó prisión para la madre.

El enésimo engaño: «No aguantaba más a mi mujer»

- Manuel también intentó engañar a los agentes acerca de su esposa, con la que todavía mantenía una relación: «Se fue de casa hace un mes. Ya no sé nada de esa señora. Estamos separados. No la aguantaba más. Ni sé dónde está, ni me interesa. Ni ella ni su familia. No puedo ayudarles agentes». Se hicieron gestiones y aparentemente no mentía. Tenían visitas separadas al centro donde residían los menores como si se hubieran divorciado, pero en realidad, a su manera, se aman. Los investigadores creen que planificaron la huida de los menores juntos.