Incendio en Seseña
El exilio de los niños de Seseña
Aday, de cinco años, tiene problemas respiratorios. El mismo día del incendio en el vertedero de neumáticos, su familia hizo las maletas. Y, de momento, no piensan volver. Muchos padres ven cómo el siniestro está afectando a sus hijos. Algunos ya han solicitado ayuda psicológica: «Ven humo y se echan a llorar»
Aday, de cinco años, tiene problemas respiratorios. El mismo día del incendio en el vertedero de neumáticos, su familia hizo las maletas. Y, de momento, no piensan volver. Muchos padres ven cómo el siniestro está afectando a sus hijos. Algunos ya han solicitado ayuda psicológica: «Ven humo y se echan a llorar»
«¿No te va el mechero? Tranquilo, ahí tienes fuego», dice Antonio Ayllón señalando el montículo aún humeante que hace poco más de una semana albergaba 70.000 toneladas de neumáticos. La broma encierra no poca amargura, algo de miedo y, sobre todo, mucha indignación. Vecino de la urbanización El Quiñón de Seseña (Toledo), zona que aún hoy se despierta cada mañana con el olor a caucho quemado, Ayllón ha sido impulsor del Movimiento Vecinal de Seseña, un grupo de Facebook creado hace pocos días y que ya supera los 2.000 amigos. «¡Le vamos a nombrar alcalde!», dicen en el pueblo. La página ha nacido con la simple, y a la vez intrincada, labor de informar. «Fue sólo el día del incendio cuando vinieron agentes de Protección Civil con un megáfono y nos informaron. Después nos hemos tenido que meter en la web de la Policía, del Ayuntamiento, llamamos al 112... y lo vamos compartiendo en la web». ¿Qué buscan? La tranquilidad de los vecinos. Y, ante todo, la de sus hijos. «¿Qué pedimos los padres? Información. Alguien a quien preguntar. No somos animales», subraya.
«Puede pedir una indemnización por daños y perjuicios. ¡¡¡Llámenos!!!», reza un papel clavado a un poste en el que un abogado ha dejado su número de móvil. «16 horas para ordenar evacuación. Page dimite», puede leerse en un cartel cercano a una rotonda. Un autobús que mide la calidad del aire permanece estacionado junto a las canchas de tenis de las instalaciones deportivas, cerradas hasta que no se conozca «cómo afecta la calidad del aire en el ámbito del ejercicio físico». Un coche de Protección Civil y otro de la Guardia Civil patrullan la zona. Son las 18:00 de la tarde del jueves y El Quiñón está a medio gas. No es lo habitual. «Esto no es una urbanización fantasma. Aquí vivimos 9.000 personas y estamos muy felices», recuerdan los residentes. Ese día el olor no es tan patente. Todo depende de la dirección del viento. «Ayer vine a casa a por ropa. Desde la mañana del día del incendio tengo a mis hijos en Añover del Tajo. Y el olor era insoportable», dice Ayllón.
Junto a otros vecinos, Ayllón atiende a este periódico a las puertas del colegio de El Quiñón. El mismo que hace nueve días estaba abarrotado de 800 niños –tuvo que instalar barracones para hacer hueco a todos–, pinta ahora un paisaje desértico. El pasado miércoles, operarios municipales, cubiertos de la cabeza a los pies, analizaron los arenales. El jueves, dos técnicos del Centro Nacional de Salud Ambiental abandonaban el lugar. «Han analizado los filtros del aire. Al parecer han encontrado hollín en la cocina. ¡Donde comen nuestros hijos!», añaden.
El centro permanecerá cerrado sine die. Y aunque lo abrieran hoy mismo, a los padres no se les ocurriría llevar a sus hijos. Muchas familias han hecho las maletas para alejarse del humo, aunque no cuenten con otra residencia. Es el caso de Iris Costoso y su pareja, Francisco Pérez. Ahora mismo se alojan en casa de sus padres, en Rivas (Madrid). «En los barracones del colegio tienen aparatos de aire acondicionado, porque el calor es insoportable en verano. ¿Quién nos garantiza que esos filtros están limpios?», se pregunta Iris. Tiene dos hijos, Chloe, de 15 meses, y Aday, de cinco años. Este último sufre problemas respiratorios. Ha pasado por una bronquiolitis y sufre broncoespamos. «Puede hacer una vida normal, pero jamás estar cerca del humo. Ni siquiera de fumadores», dice. Se fueron el día del siniestro. Ya ha pasado más de una semana. «Aday quiere volver a su casa, a su habitación, con sus juguetes, sus amigos... Llevamos viviendo seis meses en la zona y, cuando nos mudamos, le cambiamos de colegio, lo que ya es difícil para un niño. Ahora el desbarajuste es total», relata. Como muchos otros pequeños de El Quiñón, el incidente le está afectando. «Los primeros días se despertaba pensando que había fuego», dice Iris. La madre accede a mostrarnos algunos de sus dibujos: sus padres con mascarillas, nubarrones negros sobre sus cabezas y una columna de humo a la derecha. Todo es incertidumbre. «Los niños se bañan en las piscinas. ¿Quién las va a limpiar? Las terrazas se están llenando de hollín. ¿Quién va a limpiar nuestras casas? Nos dicen que ya no hay humo, pero no significa que no haya partículas tóxicas. No se nos está informando de forma adecuada».
Julián Vera ha solicitado apoyo psicológico al Ayuntamiento. «Para todos, para nosotros y para mi hija. Tiene 7 años y es asmática. No puedo hacer ni una barbacoa. Ve un conato de humo y se pone a llorar. Esto va a traer consecuencias psicológicas. Y yo, por ella, voy a la luna». Vive en Seseña Nuevo, pero forma parte de la Asociación de Vecinos de El Quiñón, que esta semana se ha reunido con el Consistorio y con la Junta de Castilla-La Mancha para que tomen medidas. Estos días han protagonizado concentraciones ante el Ayuntamiento. Para hoy habían programado una manifestación en Toledo ante la sede del Gobierno regional. Finalmente ha sido pospuesta y los vecinos se concentrarán a las puertas del colegio de El Quiñón a las 10:00 horas. «El señor Page vino aquí el primer día, se dio dos paseos, pasaron dos helicópteros y no hemos vuelto a saber nada. Parece que tiene que haber un fallecido para que no nos hagas caso». Entre otras cosas, han conseguido que se cierren todos los colegios e institutos de la zona. No en vano, el pasado jueves, al menos tres niños de distintos centros escolares fueron atendidos por mareos y picor de ojos y de garganta. «Ha sido un cambio total en sus vidas. Los niños tienen un miedo horrible a ir al colegio. No están con su papá ni con su mamá. Y se sienten indefensos».
Otros, como Ana María Pérez, desafían al aire contaminado. Vive en El Quiñón con tres de sus cuatro hijos. «En casa somos un total de cinco. Y no cabemos en la de mi madre, que vive en Ciempozuelos (Madrid). Además, el humo les está llegando también allí», dice. De sus hijos, sólo el de 14 sale de casa, siempre con mascarilla, para quedar con sus amigos. Sus niñas, de 9 y 3 años, no han pisado la calle desde entonces. Y empiezan a tener ganas. La propia Ana María sale, también protegida, sólo para hacer la compra. «Antes de salir, a mi marido y a mí nos dan besos como si no nos fueran a volver a ver», confiesa. ¿Un deseo? El de todos los habitantes de El Quiñón: «Que nuestras vidas sean como antes del incendio».
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