Sucesos

El síndrome del niño rico, ¿tener dinero enferma?

Fotografía facilitada por la policía estadounidense de Ethan Couch tras ser detenido en Puerto Vallarta
Fotografía facilitada por la policía estadounidense de Ethan Couch tras ser detenido en Puerto Vallartalarazon

El dinero, más allá de no dar la felicidad, puede convertirse en un ingrediente básico para que los menores más acomodados desarrollen un comportamiento totalmente desvinculado de las normas y convenciones sociales.

El dinero, más allá de no dar la felicidad, puede convertirse en un ingrediente básico para que los menores más acomodados desarrollen un comportamiento totalmente desvinculado de las normas y convenciones sociales. Es lo que se conoce como «afluenza» o síndrome del niño rico, una patología que, pese a estar poco reconocida en el ámbito psicológico, da lugar a casos como el del joven estadounidense Ethan Couch.

El menor, de 18 años y miembro de una de las familias más pudientes de Texas, se salvó de pasar una larga temporada entre rejas por aludir a un mal fundado en el exceso de dinero y la falta de referentes sociales adecuados.

Cuando contaba tan sólo 16 primaveras, Couch fue juzgado por un incidente de tráfico que se produjo cuando superaba con creces la velocidad permitida (iba a 110 kilómetros por hora cuando debía ir a 65) y triplicaba el nivel de alcohol en sangre que el estado tejano establece para un conductor menor de edad. Al volante de la camioneta que le regalaron sus padres, el joven fue el responsable de un atropello múltiple en el que murieron cuatro personas y resultaron heridas otras nueve.

Pero no era la primera vez que el joven rebelde tenía un encontronazo con la ley. Antes de que sus progenitores le dejaran el vehículo a su cargo, Couch había sido sorprendido por la policía en su interior cuando se encontraba acompañada por una adolescente semidesnuda y totalmente inconsciente. Salió impune de aquel episodio. Ni juicio ni reprimenda por parte de sus padres.

Un total de 20 años de cárcel era la pena solicitada por la Fiscalía por la tragedia que provocó en la carretera, pero un simple argumento esgrimido por la defensa consiguió que la sentencia se redujera hasta los diez años de libertad condicional y rehabilitación. El síndrome de los niños ricos fue el atenuante reconocido por la juez del caso para aligerar la condena por lo que terminó siendo un homicidio involuntario por intoxicación.

Ahora, tres años después de aquello, el caso de Couch ha vuelto a escena. La semana pasada, después de haberse emitido una orden de busca y captura contra él por vulnerar la condicional, fue detenido en una zona cercana a Puerto Vallarta, en la costa noroeste de México. Tanto él como su madre, Tonya Couch fueron puestos a disposición de las autoridades estadounidenses.

Y es que los focos apuntan más hacia ésta última. Como sostuvo el psicólogo clínico Dick Miller durante la vista, la conducta del menor es producto del nulo cuidado recibido por parte de sus padres a lo largo de su vida. La ausencia de valores, reglas, limitaciones o castigos en su educación motivaron que el precoz delincuente desconociera el significado de la palabra responsabilidad.

Sin embargo, no existe un acuerdo pleno entre los profesionales respecto al síndrome del niño rico. Como sostiene el psicólogo Valentín Martínez Otero, «desde el punto de vista clínico tiene poca consistencia». Según apunta el experto, para explicar la conducta de un joven como Couch «habría que apelar a rasgos inadecuados de la personalidad y a una educación poco favorecedora» ya que en algunos casos se «tiende a cubrir las carencias afectivas con todo tipo de caprichos», algo que resulta «imposible».

A todas luces, en ese contexto falto de guías de cualquier tipo es donde la conducta excesiva encuentra un origen social, lo que lleva al síndrome del niño rico a ser entendido como un fenómeno social por algunos expertos. Así, el consumo de sustancias como el alcohol o las drogas o el abuso del sexo pasarían a conformar una salida alternativa al vacío social del que lo padece. Algo así como la «cara b» que puede aparecer a la sombra de los privilegios de crecer entre algodones.