Violencia de género

Encontrar empleo, clave para huir de la violencia

La independencia económica de las víctimas se traduce en un fortalecimiento de su autoestima. Cuatro mujeres trabajadoras de la empresa Clece relatan su experiencia. Todas coinciden: hay salida.

Fadma 45 años: «A las mujeres que están en esa situación les diría que sean valientes y que sepan que pueden, no como yo, que me aguantaba»
Fadma 45 años: «A las mujeres que están en esa situación les diría que sean valientes y que sepan que pueden, no como yo, que me aguantaba»larazon

La independencia económica de las víctimas se traduce en un fortalecimiento de su autoestima. Cuatro mujeres trabajadoras de la empresa Clece relatan su experiencia. Todas coinciden: hay salida.

La dependencia que frena a quienes sufren violencia de género de escapar de su maltratador no es tan sólo emocional, sino que a menudo viene acompañada por una necesidad económica, un sentimiento que ensombrece la posibilidad de autonomía con tintes utópicos. Gracias a iniciativas como la de Clece Social, la luz que brilla –siempre– al final del túnel, lo hace con algo más de fuerza.

El proyecto pretende tender una mano a personas especialmente vulnerables, como aquéllas que tienen una discapacidad, que sufren exclusión social o violencia de género y los jóvenes desempleados, a través de cuatro ejes de acción: empleabilidad, integración, sensibilización y cuidado de personas. En cuanto a la integración, la labor social de Clece –para la que son claves factores como el apoyo de la dirección, la interacción con las entidades sociales y la gestión de los procesos de selección centrados en el perfil tipo de este colectivo– se traduce en una plantilla formada en un 9,8 por ciento por trabajadores provenientes de colectivos desfavorecidos y, en concreto, 204 supervivientes de la violencia de género, que motiva más de 120.000 denuncias anuales, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, y que se cobró la vida de 57 mujeres en 2015, privando de su madre a 51 menores.

Dentro de su actividad, la empresa gestiona casas de acogida y pisos tutelados que actúan como vías de escape para quienes comparten su vida con quien la pone en peligro, trabajando en su recuperación y reinserción. Como parte de su proyecto social, además de fomentar la inserción laboral, promueve distintas acciones de sensibilización como foros de debate, jornadas o la campaña «Una vida sin violencia, una vida con respeto», que inició el año pasado y que repetirá hoy. Asimismo, participa en muchas otras iniciativas de apoyo a este colectivo promoviendo el mensaje de que hay salida, una salida que encuentra en el empleo uno de sus mejores aliados. ¿Qué significa tener un trabajo para estas mujeres? «Para mí ha significado todo, desde la autoestima a ser más feliz, levantar mi casa... a tener ganas de vivir, el bienestar, poder dar de comer a mis hijas, pagar la factura. El no depender de nadie es lo más maravilloso que una mujer puede hacer y tener», afirma Paqui, de 43 años, una de las 204 supervivientes de esta lacra que trabajan en Clece.

Y es que, aunque lo primero que debe tratarse es el estado emocional, el trabajo no sólo supone la obtención de un sueldo con la consiguiente independencia económica, sino que hace posible el retorno a una situación de normalidad, tanto en su vida personal como social, y se traduce, además, en un fortalecimiento de la autoestima de la víctima, que toma conciencia de su valía: «Cuando ves que eres capaz de hacer un trabajo por ti misma... éso es lo más grande. Muchas veces me miro en el espejo, sobre todo me pasa por las mañana y me digo: ‘‘¡Madre mía, que me voy otra vez a trabajar!’’. Es un orgullo tener un trabajo, un sueldo a fin de mes, ser independiente», dice Paqui, agradecida. «Es una gran ayuda, económicamente y, sobre todo, para mi hija, para poder comprarle las cosas que necesita y sufragar sus estudios fuera del colegio porque necesita clases aparte. Es todo. Sin trabajo no puedo hacer nada. Sentirme útil, no una inútil, me da fuerza para seguir hacia adelante», nos confiesa Soraya, de 28 años. Ella hoy se define como «una mujer trabajadora, que vale y que lucha por lo que realmente quiere», pero hubo un día en que no se quiso así, porque tampoco supieron quererla.

El empleo es, por tanto, una herramienta fundamental que les permite afrontar su vida y su reintegración social de manera independiente, proporcionándoles los recursos y habilidades necesarios para superar las secuelas del maltrato: las dota de una comunidad de apoyo fuerte y la convicción de poder salir, que es lo primero que hace falta para conseguirlo. «Yo sufrí maltrato psicológico. Me he dicho durante 18 años que no podía salir , pero, cuando empecé a trabajar en Clece, vi que tenía el poder de independizarme. Él siempre me insultaba, me decía que no valía para nada, pero en la empresa podía valerme por mí misma. Si no fuera por el trabajo... A las mujeres que están en esa situación les diría que sean valientes y que sepan que pueden, no como yo, que me aguantaba, hasta que al final me he visto con el apoyo de mucha gente y del trabajo que tengo. Supe que podía salir adelante y luchar por mis hijas. Y a esas mujeres les digo que no se aten a una persona, que no se dejen arrastrar por el problema que tienen en casa. Sé lo que es y se puede conseguir», asegura Fadma, 45 años, en su valiente testimonio.

«Merece la pena salir y hacer el esfuerzo, más que nada por ti misma, lo tienes que hacer. Sí, sí, por ti», añade Paqui, que terminó comprendiendo que ésa era la clave: saberse importantes, porque lo son. «Decir ‘‘basta’’, eso tenéis que buscarlo, lo tenéis que mirar interiormente, lo tenéis que ver», afirma, en un mensaje dirigido a las víctimas.

La integración laboral de estas mujeres es definitiva en su recuperación anímica y psicológica y sin empleo es muy difícil la salida. Por su parte, Purificación González, directora de Recursos Humanos, hace hincapié en la especial importancia que tiene el empleo con respecto de este colectivo en particular, pero advierte de la dificultad añadida que puede presentar, pues estas víctimas «se encierran en sí mismas». Además, sin un trabajo se corre el peligro de que la víctima desande los pasos que ya ha dado.

En este sentido, Soraya lanza un mensaje muy claro, sólido por la experiencia que arrastra o por las veces que necesitó repetírselo: «Para delante. No hay que mirar atrás. Con mucha fuerza, que lo pasado pasado está, que hay que mirar por uno mismo. Hay que valorar a uno mismo siempre». Coinciden todas. Puede que la clave de que estén hoy aquí es que consiguieran comprenderlo a tiempo. Y es que salir de la violencia de género es un camino duro, pero unidireccional: hacia delante.

Pero no es esto lo único en lo que coinciden. «Mi plan ahora es vivir mi vida, vivirla con mi hija y con la gente que quiero. Sobre todo quiero tranquilidad», dice Soraya. Y Mónica comparte el mismo deseo, como si fuera una oración y la rezaran juntas: «Me encuentro en una etapa en la que nunca había estado. Una etapa en la que tengo tranquilidad. Para mí la tranquilidad es lo más parecido a estar feliz. Cuando vives con tanto miedo y con tantos problemas... Ahora estoy tranquila, en una etapa que jamás pensé que llegaría y estoy, creo, inmensamente feliz».