Papel

«¿Esa piedra es para mí?»

El héroe del Joan Fuster. No es la primera vez que David Jurado calma a un menor, lleva años enseñando autocontrol

«¿Esa piedra es para mí?»
«¿Esa piedra es para mí?»larazon

Ha sido el héroe de la semana... a su pesar. Muchos nos preguntamos todavía cómo David Jurado, profesor de Educación Física del IES Joan Fuster, logró convencer sólo con la palabra al menor M. P. C. para que cejara en su ataque, evitando así resultados más funestos. Antes de hablar con LA RAZÓN, aclara un punto. «Lo sucedido el lunes y las explicaciones o impresiones que yo pueda dar quedan cerradas al público por mi parte. A partir de ahora, me ceñiré a explicar mis puntos de vista sobre determinadas situaciones educativas y formativas, como llevo haciendo desde hace muchos años, aunque la mayoría no las conociera hasta ahora», afirma. Y así es. No es la primera vez que David ha tenido que lidiar con alumnos «con problemas de conducta» o «disconformes con el mundo», como él los define. Lleva 15 años haciéndolo.

El docente tiene una asociación sin ánimo de lucro, Perfeccionamiento Global, en la que asesora sobre autocontrol a todos aquellos que estén interesados, entre ellos el Cuerpo Nacional de Policía. Ha trabajado «en centros educativos de barrios carentes»: el de La Mina de Barcelona, durante 3 años, y en el Colegio Cintra del Raval, durante nueve. «Un colegio con alumnos maravillosos que necesitaban atención excepcional y que no podían seguir la línea de los centros estándar», afirma. Ha colaborado en Centros de Acogida de Río de Janeiro, Chile, España... «Desde hace 20 años me alojo con frecuencia en alguna que otra favela de Río, compartiendo vida y actividades en sus proyectos deportivo-educativos. Además, realizo talleres personalizados de autocontrol para niños que presentan estas conductas, ayudando a que enfoquen sus grandes capacidades de manera positiva». Así, trata de sacar lo mejor de ellos. «Digo grandes capacidades porque, en su mayoría, a menos que haya un trastorno psiquiátrico, estos niños tienen conductas disruptivas por un alto nivel de inteligencia y/o sensibilidad, que les provoca un torrente de información en la cabeza. No saben manejarlo», asegura.

Reconoce que nunca se había enfrentado a algo como lo ocurrido en el Joan Fuster. «Y espero no volver a hacerlo». Pero sí que, «más de una vez, he tenido que frenar a alumnos que se han puesto violentos conmigo o con compañeros». Así, recuerda una ocasión en la que uno le esperaba en la puerta de un centro «con una piedra que casi no cabía en una mano, porque le había expulsado de una actividad que le gustaba mucho por mal comportamiento. Había tenido un mal día y eso fue la gota que colmó su vaso». David lo vio, cruzó la carretera y fue hacia él. «Le pregunté por qué esperaba allí, aunque yo ya lo sabía. Me dijo que nada. Le pregunté si “esperaba que le dejara hacer lo que quisiera cuando quisiera”. Me dijo que no. Le miré la mano y le pregunté si “esa piedra era para mí “. Me dijo “Sí, pero ya no”... Y la soltó».

Llegados a estas situaciones críticas, ¿ayuda el físico o la clave es psicológica? «Soy bajito y delgado, así que la pregunta está ya respondida». Por eso, cree que el 90 por ciento de los casos se soluciona al «conectar» con el agresor. Una conexión no sólo psicológica, sino que «incluye factores espirituales y físicos, como la expresión». Pero no siempre es fácil, sobre todo en casos extremos. «Si hay vidas en juego y no se atiende a razones, no siempre hay sitio para la palabra. Pero como decía el otro día un policía, hay muchas respuestas intermedias antes de llegar a usar una pistola. Y no se las enseñan».

Siempre que ocurre algo parecido, a él mismo o a los demás, le gusta «visualizar la situación»: «Cómo habría actuado y cómo debería haber actuado. Te ayuda a “transferir” las respuestas correctas, después, a la vida real». Esas «visualizaciones» le han ayudado a «analizar por qué pasó aquel acto violento que vi en la tele». Y así, «he aprendido a prevenir lo que llevó a los menores agresores a actuar». Y es que «cualquiera con problemas emocionales graves es potencialmente una gran fuente de conflicto explosivo. Lo vemos en las peleas de fin de semana; algunas acaban con muertos y nos llaman la atención, pero podrían ser más». Pero mientras, en su opinión, la sociedad permanece ajena a dos problemas que «no nos molestan»: las depresiones y los suicidios. «Son dos manifestaciones diferentes del mismo problema que causan la violencia. El sufrimiento explosivo queremos solucionarlo con medidas sociales porque nos afecta. En cuanto al sufrimiento implosivo, esperamos que lo solucione sólo el afectado».

«No puedes ser falso»

«No hay varitas mágicas» a la hora de enfrentarse a un menor fuera de sí. Para las situaciones más graves, la clave es «espiritual»: «Si el menor siente que estás siendo condescendiente y falso, puedes ser el siguiente... Es más importante escuchar que hablar. Hay que “conversar”. Crear un ambiente donde se sienta cómodo... que no crea que es una trampa». Lo físico queda en último plano: «Si yo intentara quitarle la piedra y no lo consigo, se acabó. Como último recurso habría que protegerse físicamente». Cree que hay un paso previo que evitaría el 70% de los conflictos: «Una educación más humana y menos estadística. Que los niños puedan ser atendidos en aulas de 15 o 20 alumnos, y no diluidos con sus problemas entre 27 o 30 compañeros».