Abusos a menores
«Espero que le den la pena máxima y se pudra en la cárcel»
LA RAZÓN habla con Marisa sobre Antonio Ojeda «el Rubio», el hombre que presuntamente abusó de su hijo tras la desaparición de Yéremi
“¿Servirá de algo que cuente lo que le pasó a mi hijo? Si sirve para que lo dejen preso y no salga nunca de la cárcel, lo hago”. Así responde al teléfono Marisa -entre miedosa e indignada- cuando le pedimos una entrevistar sobre el calvario que vivió su hijo hace cuatro años a manos de Antonio Ojeda, el Rubio, el hombre sobre el que hoy se centra la investigación por la desaparición de Yéremi Vargas y que acaba de ser trasladado a Gran Canaria, donde deberá comparecer ante el juez el próximo 13 de julio.
Dos casos que la fatalidad ha unido en torno al mismo hombre; uno por la incertidumbre que genera su paradero después de nueve años, el otro por la atrocidad revelada de los abusos que le propinó. Dos madres que guardan el coraje y la impotencia, y que solo piden justicia. Esa impotencia hace que Marisa lamente que no se sospechara antes de la presunta culpabilidad del Rubio en la desaparición de Yéremi. “La justicia funciona muy mal, porque si cuando el niño despareció hubiesen metido preso a ese hombre, se hubiese evitado lo que le pasó a mi hijo, y puede que a otros niños que quizás no han denunciado por vergüenza. Tengo entendido que él se personó en la Guardia Civil para decir que había presenciado cómo una tía se lo llevaba el mismo día en que desapareció. El hecho de ir a decir eso tuvo que haber levantado sospechas”.
Llega a la cita nerviosa, acompañada de una amiga que trabaja en un colectivo de mujeres víctimas de violencia de género y que la está apoyando moralmente, al menos para desahogarse con otras madres que como ella, y sus hijos, han vivido algún tipo de maltrato. Dudosa de hasta dónde contar y cómo contarlo porque no quiere herir más a su hijo con sus palabras; hoy un joven de 13 años al que le cuesta ir a la escuela, que sufre cambios de actitud y que en ocasiones se muestra violento con sus amigos y familia.
“Ese día mi niño estaba jugando en la cancha de Doctoral cuando el desgraciado de Antonio se le acercó diciendo que tenía una bicicleta para él en su casa. Mi hijo como no era desconfiado y llevaba tiempo queriendo una se fue. Bajó por la escalera del parque hacia la carretera, pero a mitad de camino el niño vería algo que no le cuadró e intentó escaparse. Pero lo agarró por un brazo y lo arrastró 800 metros hasta su choza del Barranco de Tirajana, y ahí según me dijeron los amigos de mi hijo a quienes se lo contó primero, ese hombre le amarró las manos, le bajó los pantalones y abusó de él. Le hizo toda clase de guarradas”, va narrando Marisa con algunas pausas en las que intenta encontrar la forma de explicar algo tan desagradable. El niño se lo cuenta varias semanas después llorando, muy deprimido y avergonzado.
Lo llevan entonces al hospital y a la Guardia Civil para poner la denuncia. “Mi madre incluso lo acompañó a la choza de ese señor con la policía. Cuando fueron a buscarlo el desgraciado salió y dijo que él no tenía nada que ver, que él no había hecho nada, siempre lo negó, pero el niño lo reconoce. Él no tiene dudas de que ha sido Antonio Ojeda. En todas las ruedas de reconocimiento le pasan un montón de fotos y tiene claro siempre que ha sido él”.
Aún así, en ese momento la investigación señala que no hay pruebas suficientes en su contra y archivan el caso. “Imagínate, a pesar de que el niño tenía la marca de los dedos en sus caderas de haberlo aguantado fuertemente mientras abusaba de él, y de que en su ano tuviera una grieta como señala el informe médico”.
Tiempo después, en marzo del año pasado y gracias a la policía judicial reabren la diligencia y lo detienen. “Y aquí nos tienes ahora...esperemos que le den la pena máxima y se pudra allá dentro, es todo lo que deseo”.
Su hijo J. –de quien solo ponemos la inicial para preservar aún más su identidad- continuó asistiendo al psicólogo forense. Su madre cree que gracias a esos informes se volvió a retomar la causa. “Lo encarcelan primero aquí en Las Palmas de Gran Canaria, pero sus compañeros de prisión casi lo mataban porque cuando hay un violador de niños no lo respetan, entonces tengo entendido que se lo llevan a la península y lo pusieron con otros reclusos marroquíes para que al menos por el idioma no pudieran hablar y no conocieran su historia. Ahí la Guardia Civil encuentra la conexión con Yéremi, pero no sé decirte exactamente en qué”.
Marisa recuerda haber visto al Rubio merodeando por el parque con su bicicleta, aunque nunca se le acercó ni la molestó directamente. La idea de que acechara a su hijo hace que por momentos durante la entrevista –que también se realiza en un parque- se detenga, y al observar a un hombre de origen asiático que camina solo no dude en pensar en voz alta: “Mira ese chino, quizás sea de los que se pone a mirar a niños, vete a saber con qué intención”. Su amiga la calma y le dice que no debe pensar así, que no todos son como Antonio Ojeda, pero para ella resulta inevitable después de haber vivido algo así.
Cuatro años después de aquella agresión su hijo continúa con atención sicológica. “Está destrozado, se ha vuelto a quedar en casa otra vez, no quiere ir al colegio, le veo a veces agresivo, como si quisiera pagarlo con todos, como si nos viera culpables a todos por lo que le ha pasado. Le veo sin estabilidad emocional; tan pronto está riendo, como está llorando... Pero la verdad, eso también me pasa a mi”, lo dice como entendiendo a su hijo.
Pero como si las desgracias no vinieran solas, hace casi siete meses su hijo volvió a vivir una situación traumática. Ver a su madre indefensa ante la agresión de dos hombres que la atacaron a la entrada de su propia casa. “El 10 noviembre de 2015 a la 13:00 de la tarde me encontré al casero de mi casa en el descansillo y me dijo que tenía que pagarle el alquiler sí o sí, que si no le pagaba le diría a los servicios sociales para que me quitaran a mis hijos. Un amigo cubano del casero llegó y empezó a amenazarme con un cuchillo. Me puse a gritar y J. bajó asustado. Mi casero le quita el cuchillo, pero para amenazarme él mientras el otro intentaba aprovecharse de mí. Afortunadamente no llegó a más, pero sí a tocamientos. Todo eso ante los ojos de mi hijo, el mismo niño que ya había sufrido el pobre lo suyo”.
El próximo 6 de julio es la audiencia contra sus agresores, y como una mala broma del destino tiene que llevar a su hijo a declarar por ser el único testigo ese día.
Marisa está bajo supervisión médica por un estrés postraumático, toma ansiolíticos varias veces al día para calmar su ansiedad y el temblor de sus manos. Tiene miedo a salir a la calle, sobre todo de noche. Se queda en su casa, duerme o se pone a hacer los deberes con sus hijos. Se siente cansada la mayor parte del tiempo, pero no se resiste a tirar la toalla. La vida no ha sido fácil para ella. Llegó a Canarias huyendo de los malos tratos de su ex marido, y aunque durante la conversación repite varias veces que ojalá nunca hubiese venido a las Islas por lo que aquí a su vez le ha pasado, no quiere huir más. “Siempre habrá gente rara y mala con la que te encuentres, uno tiene que aprender a cuidarse de ellas”.
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