
Opinión
Francisco y su magisterio
No ha sido un pontificado de grandes dogmas, pero sí de poner en el centro la dignidad de cada ser humano

En sus más de diez años de Pontificado, Francisco ofreció a la humanidad un magisterio que no fue un cuerpo de doctrina, sino una propuesta pastoral viva (de grandes documentos y de cientos de entrevistas, reportajes y atenciones a medios de comunicación) no exenta de tensiones ni de neblinas, pero siempre profundamente arraigada en la realidad del tiempo que le tocó vivir (quizá por eso tan brumosa en algunos aspectos).
Su mensaje no siempre fue sistemático. Su estilo netamente porteño le facilitó a menudo la conexión con amplios sectores de la sociedad, al tiempo que le dificultó, por los dejes propios, el entendimiento con otras sensibilidades dentro de la Iglesia, creando no pocas controversias y confrontaciones, nacidas más de una improvisación calculada que de un carácter revolucionario, como muchos han querido ver.
El hacer sin hacer, el decir sin decir, tan propios de su pontificado, abrió grietas y avivó tiranteces que, sin embargo, no opacan un hilo de textos que vertebran el magisterio de un Papa que, sin duda alguna, ha dejado su poso en la Iglesia.
Su primera encíclica, "Lumen fidei" (2013), fue publicada poco después de su elección y, aunque escrita en buena parte por Benedicto XVI, Francisco la asumió como propia, dándole un tono personal. En ella se presentaba la fe no como una reliquia del pasado, sino como una luz que ilumina el presente.
"Quien cree, ve" afirmaba, subrayando que la fe no es una ceguera, sino una forma de comprender profundamente el mundo y al ser humano. "La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor". Este encuentro transforma la vida, porque "el creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe", y permite ver la existencia con una nueva luz: "la fe no habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas".
Pocos meses después, Francisco ofreció a la Iglesia "Evangelii gaudium", una exhortación apostólica que fue más que un documento: un manifiesto programático de su pontificado. Invitó a una renovación de la evangelización, afirmando que "la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús". Esa alegría debía desbordar en una Iglesia «en salida» que no se conforma con ser refugio seguro, sino que se aventura en las periferias. "El verdadero peligro no es que la Iglesia se abra a las periferias, sino que se encoja y se retire hacia sí misma".
En este texto quedó clara su visión de una Iglesia samaritana, cercana a los pobres y marginados, donde la misericordia se convierte en justicia encarnada. "No podemos resignarnos a un mundo donde predominan la pobreza y la exclusión", señalaba.
Con Laudato si’ (2015), Francisco ofreció una de sus encíclicas más emblemáticas. Con un tono profético, denunció el deterioro ambiental como una de las grandes injusticias de nuestra época.
"El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas". Desde una visión integral del cuidado de la creación, afirmó que "todo está interconectado". Laudato si’ no fue solo una defensa del medio ambiente, sino una crítica a los modelos económicos y una llamada a una conversión global, hacia un modelo de desarrollo que promueva el bien común.
En 2016, "Amoris laetitia" propuso una reflexión profunda sobre la familia, nacida de dos sínodos que abordaron sus desafíos contemporáneos. Francisco evitó una normativa rígida y propuso una pastoral de discernimiento, afirmando que "el tiempo es superior al espacio", lo que invitaba a acompañar procesos antes que imponer soluciones. Reconocía que hay personas en "situaciones irregulares" y pedía a los pastores que las ayudaran a alcanzar una mayor plenitud. En lugar de alejarse de la realidad, el Papa buscó abrazarla con misericordia: "la familia es el lugar donde se puede ver y vivir la misericordia de Dios".
En medio de la pandemia, Francisco presentó "Fratelli tutti" (2020), una encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. Inspirado en el Buen Samaritano, recordó que "nadie se salva solo" y denunció la cultura del descarte y la indiferencia. Propuso en cambio una «cultura del encuentro» donde la amistad social fuese camino de paz. Con fuerza, reafirmó que "el amor social se extiende a todos, sin excepciones", colocando en el centro la dignidad de cada ser humano y la necesidad de una nueva solidaridad mundial.
Más breve fue "Laudate Deum" (2023). Francisco volvió a incidir en la urgencia del cuidado del medio ambiente. El Papa escribió que "el cambio climático es una de las crisis más graves de nuestro tiempo" y pidió a los líderes del mundo que adoptaran una visión que no estuviera dominada por los intereses económicos, sino por el bien común. La encíclica no fue sólo una advertencia, sino también una propuesta de acción: "se necesita una acción que no sea una reacción defensiva, sino una nueva visión".
Finalmente, en 2024, con "Dilexit Nos", Francisco volvió su mirada hacia el corazón humano, en una encíclica profundamente espiritual centrada en el amor divino y humano del Corazón de Cristo. Frente a un mundo marcado por la despersonalización, el consumismo y la indiferencia digital, el Papa invitó a recuperar la centralidad del corazón como lugar de comunión, libertad y encuentro. "En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón", escribió, subrayando que solo desde allí se puede construir una vida plena y auténtica.
Esta encíclica retomó la tradición de la devoción al Sagrado Corazón no como una práctica aislada, sino como una forma de vivir el amor de Cristo de manera concreta y comprometida. "El Corazón de Cristo es éxtasis, salida, donación y encuentro", escribió el Papa, insistiendo en que reparar ese Corazón herido implica hacernos cargo del dolor del mundo y comprometernos con una humanidad más fraterna. "Dilexit Nos" enlaza así el misticismo cristiano con una ética activa, donde amar significa también sanar, consolar y construir.
En conjunto, el magisterio de Francisco se articula como una invitación constante a poner en el centro la dignidad de cada ser humano y la cercanía de Dios. No ha sido un pontificado de grandes definiciones dogmáticas, pero sí de gestos, de palabras y documentos que empujan a una salida de sí para encontrarse con el otro.
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