
Salud
Hongos, otitis, diarrea... Lo que debes saber sobre los riesgos de infección en las piscinas públicas
Lo que el cloro no puede eliminar de la piscina pública termina en una sopa de gérmenes

Una escena muy recurrente en verano es la de tomar un chapuzón en la piscina pública durante un día muy caluroso; el agua está fresca y el olor característico del cloro le da una falsa sensación de limpieza, de impecable. Sin embargo, bajo esa superficie cristalina se esconde una realidad inaccesible a nuestros ojos, y bastante desagradable, pues lo que percibimos como una piscina desinfectada es, en realidad, un complejo ecosistema acuático donde miles de personas comparten no solo el agua, sino también sudor, células muertas, restos de productos cosméticos y, lo que es todavía peor, un ejército de patógenos.
El supervillano de esta historia es un parásito microscópico llamado Cryptosporidium, cuyo superpoder radica en su extraordinaria resistencia al cloro, la cual le permite sobrevivir durante más de una semana en agua tratada, esperando pacientemente a su próximo huésped, quien, de ingerirlo, habrá de enfrentarse hasta a dos semanas de diarrea explosiva, vómitos y calambres abdominales, con la desagradable posibilidad de sufrir una recaída justo cuando pensaba que se había recuperado. Y sin que ello sea suficiente, pues no está solo, según ha informado la BBC, este parásito es el principal culpable de los brotes infecciosos en las piscinas de Inglaterra y Gales.
Los mecanismos de transmisión son más desagradables de lo que podría pensarse
La profesora Jackie Knee, experta en Salud Ambiental, lo explica sin rodeos: la principal vía de transmisión son los "accidentes fecales", a menudo invisibles, o el simple hecho de nadar cuando se ha tenido diarrea recientemente. Esto se debe a que el riesgo se multiplica porque una persona puede seguir expulsando el parásito semanas después de que los síntomas hayan desaparecido y, si a esto le sumamos que, según un estudio realizado en Ohio, un niño puede tragar casi media taza de agua (alrededor de 49ml) por cada hora de baño, el cóctel para una infección está servido.
La buena ley de Murphy siempre tan ajustada a la realidad
Y es que si pensábamos que no podía ser peor, nos equivocamos porque el Cryptosporidium no es el único inquilino. Como era de suponerse, las piscinas públicas son un bufé libre para todo tipo de microorganismos, entre los que también se encuentran la bacteria Staphylococcus que puede causar infecciones en la piel; los hongos campan a sus anchas en los vestuarios húmedos, listos para provocar un pie de atleta; y el agua estancada en los oídos es el caldo de cultivo perfecto para una dolorosa otitis. En casos más raros pero graves, la ameba Acanthamoeba puede causar serias infecciones oculares, mientras que la Legionella puede provocar neumonía si se inhala en forma de aerosol en zonas como jacuzzis o duchas.
Pero si con todo no hay intención de renunciar al chapuzón en la piscina
Los expertos insisten en tres reglas de oro que dependen enteramente de nosotros: no nadar si se ha tenido diarrea recientemente (y esperar dos semanas tras la recuperación), hacer un esfuerzo consciente por no tragar agua y, por supuesto, ducharse antes y después de entrar a la piscina. Al final, la seguridad de ese chapuzón refrescante, depende tanto de la química como de la responsabilidad colectiva.
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