Incendios
Incendios provocados
Arde la sierra de Gata y sobre las lamentaciones de los que no tienen más opción que la de dejar sus casas y la impotencia de quienes han ido viendo quemarse más de cinco mil hectáreas sin poder evitarlo, se cierne la sospecha de que la mano del hombre está detrás de la tragedia. No es la primera vez –ni por desgracia será la última– que la locura de los pirómanos o los intereses de algunos propietarios de fincas provocan y alientan esas llamas que, inexorablemente, destruyen cuanto tocan a su paso. En esta ocasión, el año de altas temperaturas, de calor sofocante, tal vez producto del cambio climático, contribuye a que los incendios no sólo se produzcan, sino también a que se propaguen con extraordinaria rapidez e incluso resulten incontrolables. Los esfuerzos de los legisladores para luchar contra este triste fenómeno, traducidos en penas superiores para quienes quemen el patrimonio de todos de manera irreversible –hasta 20 años de cárcel, y multas económicas considerables–, no parecen frenar los instintos de los que ven en el fuego su delirio o la esperanza de favorecer su situación económica, aun a costa de destruir tantas y tantas hectáreas e incluso poner en riesgo la vida de miles de personas. El problema es que no suele resultar fácil probar las fechorías de los pirómanos. Y es un porcentaje tan alto el de los incendios provocados, que urge encontrar la manera de que no queden impunes tantos malvados, capaces no sólo de alterar el ánimo y la belleza del paisaje sino también la flora y la fauna e incluso la calidad de las aguas superficiales y subterráneas, durante años y años.
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