Día Mundial del Síndrome de Down
La cocina como tratamiento
La cocinera Esther Barrio, con la Fundación Garrigou, trabaja en mejorar las capacidades de niños y jóvenes mientras crean platos. «Es una herramienta de aprendizaje muy potente».
La cocinera Esther Barrio, con la Fundación Garrigou, trabaja en mejorar las capacidades de niños y jóvenes mientras crean platos. «Es una herramienta de aprendizaje muy potente»
Amelia, Santi, Sofía, Gonzalo, Lara, Luis y Ana se agolpan a las puertas de Punto Cook, la escuela de cocina que dirige Esther Barrio. Dentro, Yago, su ayudante, va sacando los ingredientes del día. Hoy toca hacer bocaditos de pescado a las tres salsas.
Por fin dan las cinco y media de la tarde y entran veloces para coger su delantal. Tienen ganas de volver a sorprender a sus padres con sus platos. Ellos no lo saben, pero a través de la cocina también están aprendiendo, ejercitando ciertas habilidades, sobre todo Sofía. Tiene síndrome de Down, y con esta hora y media semanal, su madre ya percibe la mejoría. La cocina se ha convertido en parte de su tratamiento, en una forma más de estimularla a leer, a tener la autonomía de cocinar, de coger una sartén y hacer una tortilla francesa, «y no sabes lo bien que le sale», dice Patricia Giral, su madre.
Sofía Zapata y su amiga Ana –también Down– forman parte de la «cadena de montaje» que se crea dentro de la cocina. A ninguno de sus compañeros les sorprende su presencia. Como todos, tienen que limpiar cada vez que terminan una tarea y aprenden a manejar el cuchillo y las técnicas culinarias sin distinción. «La cocina es otra forma de transmitir, de diseñar. Yo trabajo igual con todos», afirma Esther Barrio que, antes de dedicarse a la cocina –impulsada por su hermano Darío Barrio, fallecido en 2014 mientras practicaba salto base–, ejercía de arquitecta.
Fue a través de la experiencia personal que tuvo con su hija como se dio cuenta de que la cocina la ayudaba con sus problemas cognitivos. La lectura se convirtió en algo fácil porque no identificaba las recetas como una forma de leer. Algo similar le ocurre a Sofía. «Con la cocina lo disfrazas. Te pones en modo cocinar y lo ves todo de otra forma, como una diversión, otra manera de agradar a tu familia», añade la chef. Ella tiene claro que «se puede mejorar cualquier competencia del colegio a través de la cocina».
Mientras charlamos, los niños –guiados por Yago– van cortando en daditos el pescado. «Antes de que viniera aquí no se me ocurría que cogiera un cuchillo o que se acercara a los fuegos. Ahora, cada fin de semana pone en práctica, con su hermano que también viene, el plato que han aprendido», afirma Patricia. Los dos solos escogen todos los ingredientes que necesitan en el supermercado. «Eso le obliga a leer, a reconocer alimentos...», explica su madre. Por la noche, se meten los dos en la cocina y se reparten las tareas. «Nos hemos dado cuenta de que Sofía es una crack pelando patatas», dice Patricia con una sonrisa. Y no sólo eso, «también le está ayudando con las matemáticas. Ella lo percibe como un juego, pero va identificando las medidas gracias a las recetas».
Esther ha percibido en la cocina «una herramienta de aprendizaje muy potente», afirma. Por eso, desde septiembre Punto Cook colabora con un programa de la Fundación Garrigou. Durante cuatro meses, una vez por semana acuden un grupo de jóvenes, de entre 18 y 20 años, con trisomía 21 para mejorar sus habilidades a través de las recetas, que no dejan de ser retos personales. «En función de la edad que tienen les doy uno u otro cuchillo y con cada elaboración van descubriendo cosas nuevas, tiempos de cocción, de alimentos...». Eso sí, ella siempre busca platos «que les sorprendan», para que vean la cocina «como un juego».
Y es que el uso de cada uno de los utensilios que necesitan para completar una receta también «termina siendo como una clase de psicomotricidad y les sirve de satisfacción propia porque el resultado les demuestra que son capaces de hacerlo», añade Patricia. Es otro ejemplo de superación.
Los chicos ya han terminado de hacer los taquitos de merluza y, mientras dejan la mesa como una patena, Yago les va dando indicaciones del siguiente paso. «Les exijo mucho, sobre todo en lo que se refiere a limpieza», reconoce Esther. Ahora les toca hacer equipo para empanarlos con panco –un tipo de pan rallado japonés–. Cada pocos segundos se escucha: «¡Cambio!». Así, todos pasan por cada uno de los procesos.
Antes de que se pongan manos a la obra con una receta, «les damos una clase previa y les enseñamos a usar los cuchillos, la sartén. Como en todo, no puedes exigir algo que no les has enseñado», sostiene la cocinera. E insiste en que «para mí es lo mismo un niño con Down que no, sólo busco que crean que pueden conseguirlo. No pongo etiquetas». Y es esa confianza que depositan en ellos les permite afianzar sus conocimientos días más tarde en casa.
Les dejamos preparando las salsas. Parece que la mayonesa no ha salido muy bien y Esther se pone manos a la obra con Sofía: «¡A ver si la recuperamos!».
✕
Accede a tu cuenta para comentar