Doctrina Parot
La despedida del violador del ascensor: «Mercedes, te quiero»
El día que le detuvieron acompañaba a su novia a renovarse el DNI. También la llevaba al médico, paseaba a su perro y ponía la lavadora. Era el novio perfecto de día, pero por la noche Pedro Luis Gallego volvía a ser el monstruo de antaño
El día que le detuvieron acompañaba a su novia a renovarse el DNI. También la llevaba al médico, paseaba a su perro y ponía la lavadora. Era el novio perfecto de día, pero por la noche Pedro Luis Gallego volvía a ser el monstruo de antaño.
Tras salir de la prisión de Alcalá Meco en 2013, decidió recluirse en Honcalada, una pequeña pedanía situada al sur de la provincia de Valladolid. Allí le esperaba su hermana, que le acogió en su chalet a las afueras del pueblo, un lugar idóneo para guarecerse de la tormenta mediática desatada tras su polémica excarcelación. Pedro Luis Gallego, el conocido «violador del ascensor», fue liberado cinco años antes de lo previsto por la derogación de la doctrina Parot y toda la prensa buscaba su fotografía.
Pero hasta que no llegaron los primeros periodistas a Honcalada, sus pocos habitantes desconocían que allí estaba residiendo el hombre que había matado en 1992 a dos chicas –Marta Obregón y Leticia Lebrato– y violado a otras 18. La hermana de Pedro Luis le recibió con los brazos abiertos, algo inentendible para el resto de habitantes. Así que decidieron expresarlo con pintadas y pancartas: «Fuera violador» , «No queremos asesinos ni violadores ni familiares que le apoyen», manifestaban.
El mensaje era claro. Así que Pedro Luis se vio obligado a huir. Para empezar una nueva vida decidió que lo mejor sería trasladarse a un sitio más grande y fue a parar a Segovia, con la ayuda de su hermana y también de su madre. En un barrio a las afueras, Nueva Segovia, le alquilaron un piso para que él no apareciese como titular del contrato de arrendamiento. Nadie quiere tener a un violador como vecino.
En el bajo B del número 16 de la calle Dámaso Alonso, Pedro Luis estrenó una nueva identidad rozando ya los 60 años. Empezó a frecuentar el «Cancha 17», el bar más cercano a su nueva casa y se hizo cliente habitual. Allí acudía todos los días a tomarse el café y a comprar tabaco. Cuando había partido del Atlético de Madrid, echaba la tarde entera animando a su equipo. Tan buena era la relación, que incluso ayudaba a las camareras a echar el cierre.
A los pocos meses de instalarse en Segovia conoció a Mercedes, una viuda de su edad con la que inició una relación sentimental. Un noviazgo que se convirtió en su coartada perfecta para que nadie sospechara de su doble vida. Y es que por la mañana era Pedro Luis y por la noche, de nuevo, un violador. Nunca se reinsertó.
En diciembre del año pasado comenzaron sus escapadas nocturnas a Madrid. En las inmediaciones del Hospital La Paz buscaba su objetivo, siempre chicas jóvenes para agredirlas sexualmente. A punta de pistola les obligaba a meterse en su coche después de taparles los ojos para llevarlas a su piso de la calle Dámaso Alonso y consumar la violación. Pese a que lo intentó cuatro veces, lo logró en dos.
Hasta que la Policía no consiguió relacionar a Pedro Luis, «el violador del ascensor», con estos casos, todo su entorno ignoraba quién era realmente.
Ni siquiera cuando le detuvieron, su novia supo el motivo. El martes pasó la noche en el piso de Mercedes, situado en el barrio segoviano del Cristo del Mercado, porque al día siguiente debía acompañarla a la comisaría a renovar el DNI. Pero no llegaron. En la calle Goya, cinco coches le estaban esperando. En el momento de la detención, Pedro Luis no opuso resistencia y su pareja, sorprendida, no tuvo tiempo de pedirle explicaciones. «Mercedes, te quiero», fueron las últimas palabras de su novio antes que le metieran en el furgón policial.
El desconcierto de Mercedes era mayúsculo. Los agentes le aseguraron que no podían revelarle el motivo de la detención, así que no se enteró hasta que la noticia saltó a los medios. Sólo entonces supo que la persona con la que había compartido los tres últimos años de su vida, era el «violador del ascensor». Y que, además, estaba llevando una doble vida cuando aprovechaba los días que no dormían juntos para cometer sus agresiones.
«Todos los que conocemos en Segovia a Pedro Luis somos víctimas, quién iba a sospechar de algo así, pero la mayor de todas es Mercedes», asegura un vecino e íntimo amigo de la viuda. «Está muy afectada, afectadísima, ha necesitado tratamiento psiquiátrico», asegura. El último trago fue la inspección policial de su vivienda, buscando pruebas. «Me contó que pusieron todo patas arriba, volcaron hasta los tiestos y desatornillaron todas las tuberías para encontrar la pistola con la que amenazaba a las chicas en el Hospital de la Paz», relata el vecino. A eso, dice, hay que sumar la actitud dubitativa de los agentes, «le llegaron a decir que cómo es posible que no conociese quién era su novio, que si no se le había ocurrido nunca meter su nombre en Google».
«A mi tampoco se me pasó por la cabeza», dice indignado. «Me he ido mil veces con ellos de cervezas y además he vivido en el piso de al lado, así que puedo asegurar que era el amigo y el novio perfecto». Todos los que coincidieron alguna vez con la pareja convienen en lo detallista que era Pedro Luis con Mercedes: «Se acordaba de sus citas médicas, le ponía lavadoras y hasta le sacaba al perro cuando no podía hacerse cargo de él».
Tras lo sucedido, ella lo ha dejado todo en Segovia, su casa y su trabajo como cocinera en un hotel. Y se recupera junto a sus hijas en la casa familiar que tienen en un pueblo a 40 kilómetros de Segovia. Tanto Mercedes como el resto de sus familiares con los que Pedro Luis tuvo una estrecha relación no pueden creerse todavía que a quien consideraron «el mejor novio de Mercedes tras el fallecimiento de su marido» sea el que le haya destrozado la vida.
Los reproches a la familia del violador son los más duros. «¿Cómo no protegieron a Mercedes sabiendo quién es y lo que ha hecho?», se pregunta este vecino. «Su hermana y su madre nunca le recriminaron nada, eran ellas quienes le mantenían, todos los meses le daban alrededor de 1.000 euros y le pagaban el alquiler de la calle Dámaso Alonso», critica. «Él nunca generó ingresos, a mí me dijo que estaba en paro desde hacía tres años, desde que le echaron de una embotelladora de agua. A otros de sus conocidos les decía que su intención era montar un negocio aunque no sabía de qué tipo. Pero en Segovia. Si algún día vuelve a salir de la cárcel, tampoco podrá volver allí.
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