Investigación científica
La generación del disco duro
El cerebro de los jóvenes ha dejado de ser un almacén de memoria para desarrollar la inteligencia emocional y otras destrezas
Agenda de cumpleaños en el móvil. Sistema de alerta en Facebook. Wikipedia para confirmar el año en que cayó la Armada Invencible. En el USB depositamos unos apuntes que olvidamos al instante. El GPS que nos exime de tener que aprender el recorrido hasta llegar a la tintorería. Soportes externos que sustituyen al cerebro como disco duro. Adiós memoria. Hasta tal punto que cada vez es más frágil. Después de analizar a 150 personas de entre 20 y 35 años, investigadores de la Universidad de Hokkaido en Japón han certificado la relación entre la disfunción de la memoria y la dependencia con aparatos informáticos, agendas electrónicas y sistemas de navegación.
«Se está perdiendo la capacidad de recordar cosas aprendidas recientemente, para sacar datos antiguos y para distinguir entre la información importante y la poco importante. Es un tipo de disfunción cerebral», explica el neurólogo Toshiyuki Sawaguchi, autor del estudio. Así pues, ¿se está debilitando el cerebro por la falta de capacidad memorística? Más bien, nuestro cerebro se está adaptando a las nuevas tecnologías y modificando su uso de acuerdo al entorno o, lo que es lo mismo, instinto de supervivencia 2.0. Sawaguchi mantiene que las nuevas generaciones han fortalecido otras destrezas como la inteligencia emocional, relacionar datos y resolver problemas de mayor complejidad. Se ha pasado de una población que formaba parte de un sistema educativo basado en la acumulación de datos y conocimientos a unos alumnos que aprenden a gestionarlos.
Otros científicos hablan incluso del «efecto Google» para referirse a la alteración que se está produciendo en los procesos de aprendizaje de los niños y jóvenes. La revista «Science» recogió un estudio que revelaba cómo los estudiantes universitarios que participaron como voluntarios no retuvieron datos contenidos en una revista a los que intuían que podrían tener acceso a través de internet. «Pero ¿es eso malo? Yo creo que no», comenta Roddy Roediger, de la Universidad de Washington en San Luis (Misuri). Así pues, más que pérdida de memoria, se trataría de cambios funcionales.
«Las nuevas tecnologías cambian paradigmas. De esta manera, las formas de procesamiento que eran habituales en generaciones anteriores se alteran; es decir, si en el pasado el procesamiento de la información era más lineal, actualmente es en paralelo, por eso una persona puede mantener al mismo tiempo varias conversaciones a través de Twitter, SMS y chat sin inconvenientes», detalla el neurólogo Ricardo Allegri. Las redes sociales, sin embargo, también acarrean otro tipo de consecuencias. Por ejemplo, al tener que resumir los mensajes enviados y recibidos, se disminuye también el tiempo de atención e insta a que las actividades sean breves y cortas.
Ryota Kanai, del Instituto de Neurociencias Cognitivas de Londres, llegó a la conclusión a través de una investigación de que existe una relación directa entre el número de amigos que una persona tiene en Facebook y el tamaño de ciertas regiones del cerebro, lo que eleva la posibilidad de que el uso de redes sociales pueda cambiar el volumen de la materia gris, especialmente en la amígdala, asociada a la respuesta emocional y la memoria, así como otras zonas clave para identificar las señales que se producen durante la comunicación con otras personas.
El psicólogo Denise Park, director del Centro para el Envejecimiento y Cognición de la Universidad de Michigan, va más allá y a través de una investigación ha confirmado que la pérdida gradual de la memoria se ha acelerado, de tal manera que el proceso de disminución gradual de la memoria comenzaría a los 20 años. Así, sería la adolescencia el momento en el que funcionan con una mayor eficacia las sustancias químicas cerebrales.
«Las tecnologías estimulan el cerebro de forma distinta»
Para tratar de mantener la memoria en plenas condiciones, la Fundación Vianorte-Laguna ha puesto en marcha unos talleres destinados a quienes quieran reforzar y estimular sus capacidades cognitivas. «Tres de cada cuatro personas mayores de 65 años tienen problemas de memoria», apunta Gema Mejuto, neuropsicóloga del Hospital Centro de Cuidados Laguna de Madrid. Las formas de minimizar este problema son múltiples: dormir bien, mantener la mente ocupada y activa o comer alimentos como el pescado azul, los frutos secos, el chocolate amargo o el té verde. «El cerebro es como cualquier otro músculo, y si no lo ejercitas se atrofia», explica Mejuto, que califica de fundamentales las relaciones sociales. «Estimulan los neurotransmisores relacionados con el aprendizaje y la memoria». En el caso de los olvidos en personas más jóvenes, cree que, salvo que sean muy repetidos, no son preocupantes, y que en muchos casos pueden responder a cuadros de estrés, ansiedad, depresión o simplemente por el estilo de vida ajetreado que llevamos. Para Mejuto, las nuevas tecnologías no tienen por qué ser un lastre para ejercitar la memoria. «Seguimos estimulando el cerebro, aunque de una forma distinta».
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