Historia

Historia

La última llamada de las cabinas telefónicas

El Gobierno ahora ha anunciado que apoya la iniciativa de retirar las cabinas telefónicas, que fueron para las telecomunicaciones algo así como el urinario de Duchamp para las vanguardias

José Luis López Vázquez en "La cabina" (1972), cinta que Antonio Mercero coescribió con José Luis Garci
José Luis López Vázquez en "La cabina" (1972), cinta que Antonio Mercero coescribió con José Luis Garcilarazon

El Gobierno ahora ha anunciado que apoya la iniciativa de retirar las cabinas telefónicas, que fueron para las telecomunicaciones algo así como el urinario de Duchamp para las vanguardias.

Las ciudades van acumulando obsolescencias, modernidades caducas y otros tantos futuros efímeros que le dan a las calles un aire de improvisación, de Rastro más allá de Cascorro y aledaños. El ciudadano va así encontrándose con una historia no «municipalizada» ni «gubernamentalizada», una arqueología de objetos en forma de placas, señales y moldes arquitectónicos que son las esquinas por las que asoma una historia sin institucionalizar, sin catalogar, como ese cartel de «Telégrafos» que sobrevive por Tetuán y que hoy supone una cita del transeúnte ocasional con aquel Madrid anterior al guerracivilismo del 36, algo así como una ventana a los estratos de una época finiquitada.

El Gobierno ahora ha anunciado que apoya la iniciativa de retirar las cabinas telefónicas, que fueron para las telecomunicaciones algo así como el urinario de Duchamp para las vanguardias. La cabina, que fue un símbolo de la urbanización del mundo, una imagen pop consagrada por el hiperrealismo de Richard Estes y los cómics de Superman (es donde Clark Kent sustituía las gafas por el peinado de superhéroe), ha pasado de ser un epítome del discurso de la sociedad postindustrial a un inmobiliario deficitario, un estorbo económico demasiado caro de conservar, demostrándose así que toda tecnología es creada con alma de reliquia.

Los ingleses, con su sentido estético de lo utilitario, han salvado las suyas reciclándolas como un reclamo turístico. Los españoles, que siempre han sido tan desdeñosos con los asuntos del diseño, las concibieron únicamente como un objeto pragmático, de progreso, sin dotarlas de ningún barniz decorativo, y hoy lo que tenemos, más que un icono de nuestra historia inmediata, es un ejemplo molesto de la perpetua incapacidad del país para aunar la belleza con el objeto de uso corriente, que es justo lo que da caché a las civilizaciones. Las cabinas telefónicas, inmortalizadas por el Cary Grant de «Con la muerte en los talones», el Neo de Matrix y aquel cortometraje kafakiano de Mercero, hoy en España no son más que un poste donde los mendigos vacían su vejiga y los jubiletas amontonan bolsas de basura los domingos por la tarde. Algo poco educativo.