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Los perros guía, un ejército de lazarillos hechos para la ciudad

Más de un millar de estos animales comparten rutinas y experiencias con los ciegos y deficientes visuales españoles

Un instructor de la ONCE supervisa la adaptación entre un perro guía y su usuario
Un instructor de la ONCE supervisa la adaptación entre un perro guía y su usuariolarazon

Es hora punta de un día laborable. La ciudad de Madrid despierta y ríos de gente inundan las aceras y los andenes del Metro antes de que comience la jornada de trabajo. Ricardo Belesar –o Richi, como prefiere que le llamen– es uno más dentro de esa marabunta de viandantes. Privado del sentido de la vista desde hace 18 años, diariamente sube al suburbano en la estación de Colombia para llegar hasta la de Manuel Becerra, donde tiene su garita de venta de cupones. Sin Honey, el labrador de pelaje canela que le acompaña desde 2012, el viaje de media hora no sería el mismo. «Ha sido una lucha por salir a la calle como persona ciega. El día a día es muy complicado tal y como están las cosas», afirma, pero no duda en reconocer que gracias al can su vida «ha cambiado de forma radical».

El suyo es uno de los más de 1.000 perros guía que actualmente están en activo en España, y todos ellos han pasado, de una manera u otra, por la Escuela de la Fundación ONCE situada en la localidad madrileña de Boadilla del Monte. Allí es donde se fraguan los lazarillos de cuatro patas que sirven a los invidentes o deficientes visuales del país. Labradores, golden retriever, pastores alemanes y cobradores de pelo liso copan la orla de perros que se gradúan cada año en el centro. Casi todos ellos –algo más de un centenar– nacen en las instalaciones bajo la atención de su madre, los veterinarios y los cuidadores. . A las ocho semanas, los cachorros pasan a vivir con una familia de acogida con la que inician su socialización y se aclimatan a la rutina diaria de los centros urbanos. Este proceso dura unos doce meses hasta que, una vez concluido, los perros vuelven a la Escuela para iniciar su adiestramiento.

Será entonces cuando adquieran las habilidades y la conducta que les caracterizará como perros guía. «Les inculcamos una disciplina más seria. El perro ha de renunciar a un montón de estímulos tanto naturales como externos y terminan priorizando los comandos que les damos los guías. Es una lucha contra natura en la que tenemos que trabajar», explica José Manuel Macarro, instructor de perros guía de la ONCE desde hace casi 25 años. Y es que el can, mientras está de servicio, no puede distraerse con ningún tipo de alimentos, reclamos de personas u otros animales. Pero la instrucción, pese a ser una tarea ardua, respeta en todo momento al animal. «Es un entrenamiento en positivo, vamos premiando todo lo que vaya haciendo bien. Si el perro pretende hacer cumplir su voluntad, se le llama la atención simplemente con voz seria y un tirón de correa».

Una vez formados, llega el momento de encontrar un solicitante que, de acuerdo a los informes médicos, psicológicos y de movilidad, sea compatible con cada animal. Y con un cursillo de adaptación de ocho semanas de duración, ambas partes comienzan a entenderse. Pero los comienzos no siempre son fáciles y el pleno entendimiento entre persona y animal puede tardar en llegar. «Honey estaba muy bien entrenado pero los primeros meses fueron durillos. Ahora el perro ha madurado mucho. Funciona igual que un Ferrari. Casi sabemos lo que quiere hacer el otro en cada momento», comenta Richi entre risas. Sin embargo, al margen del continuo trabajo de esquivar obstáculos, marcar escaleras y puertas, ignorar las distracciones del camino y seguir los caminos adecuados, perros como Honey son mascotas como otras cualquiera cuando se les quita el arnés, que termina actuando como si se tratara de un chip que cambia la conducta del can. «Todos los días tiene su hora en el parque para que juegue con la pelota y el resto de perros. Ese desahogo le viene fantástico», apunta su dueño.

Con esta alternancia continua entre trabajo y ocio, los animales desarrollan su tarea hasta que su edad empieza a convertirse en una traba. «Los 12 años están fijados como su edad de jubilación. Cuando llegan a esa edad sus usuarios deben hacer un chequeo veterinario exhaustivo para comprobar si pueden seguir trabajando», puntualiza el instructor. Una vez han colgado el arnés pueden ser adoptados por el propio ciego al que han servido o bien vuelven a la Escuela de la Fundación ONCE, donde conviven con otros de su especie con la posibilidad de ser acogidos por otros particulares, las más de las veces por las familias que ya los cuidaron como cachorros.

Y pese a que, como todo animal de compañía, los perros guía requieren una gran atención y un considerable número de cuidados, la labor que realizan resulta indispensable para centenares de invidentes españoles. «Todo son necesidades, pero te compensa lo que te puede dar el animal a cambio», sentencia Richi. Él no dudó en solicitar una brújula como Honey cuando el anterior perro guía que tuvo se retiró después de haber compartido con él nueve años por las calles de la capital.

Un trabajo de 25 años

El pasado jueves, la Escuela de la Fundación ONCE de Perros Guía celebró su primer cuarto de siglo de actividad –en este tiempo más de 2.500 canes han servido a ciegos o deficientes visuales españoles– con un acto conmemorativo que contó con la presencia de Doña Sofía. Con el festejo aún presente, la presidenta de la Escuela, Matilde Gómez, asegura que con el evento se vio «recompensada la labor de todos los trabajadores» de la institución, pero que a su vez supuso «un punto de inflexión» de cara a los próximos cinco lustros. Con la vista puesta en el futuro, las nuevas metas son claras: «Nos cuesta reducir la lista de espera, así que el reto ahora es que los afiliados accedan a un perro auxiliar lo antes posible», dice Gómez.