Cuenca

Los vecinos de Villar de Cañas relatan su lucha por albergar el ATC

Pese a su mentalidad ecologista y a que sólo llevan diez años viviendo en Villar de Cañas, Nuria y José se han convertido en dos férreos defensores de la instalación del almacén nuclear a tan sólo dos kilómetros de su casa

IMPLICADOS EN EL PUEBLO. Nuria y José, en una de las entradas a Villar de Cañas
IMPLICADOS EN EL PUEBLO. Nuria y José, en una de las entradas a Villar de Cañaslarazon

«Hay una cosa que quiero por encima de todo, y es a la gente de mi pueblo. Daría lo que fuera por ellos», reconoce Nuria Saiz. Sólo han pasado diez años desde que se instalara en Villar de Cañas (Cuenca), pero su dedicación a la comunidad es difícil de superar. Su ascendencia es villardecañera, pero únicamente pudo vivir durante escasos años en el pueblo que ahora espera albergar un Almacén Temporal Centralizado (ATC). En su juventud, Nuria se trasladó a Valencia para estudiar y buscar una ocupación. Allí conoció a José Fraile, con quien pasó a compartir vida y jornada laboral en una joyería. Hasta la prejubilación de él.

Por entonces, ambos eran un par de ecologistas concienciados. Y lo siguen siendo. Una instalación de placas solares corona su casa, en la que conviven con gallinas, perros y gatos. Rodeados de campo, viven en un mar de tranquilidad. Por eso suele llamar la atención de quien conoce su historia que sean dos de las personas que más han hecho porque el silo nuclear que España necesita se construya en su localidad y, más concretamente, a dos kilómetros de su hogar. Sentados en la terraza de la piscina municipal, cuentan su historia.

Tras pasar 40 años en la ciudad, estaban «saturados de asfalto» y quisieron retirarse a un lugar con el que mantuvieran alguna raíz. José, recién llegado a tierras conquenses, enseguida fue captado para entrar como teniente de alcalde al ayuntamiento. Y fue con él en el cargo cuando el tema del almacén nuclear salió a la palestra política. «En el momento en que se sugirió la idea de que el pueblo pudiera albergar el silo éramos bastante críticos con el tema nuclear. De hecho, estábamos inscritos a la publicación de Greenpeace. Los vecinos me pidieron opinión y les advertí de que tuvieran ojo con el tema porque era controvertido y no sabíamos lo que podía pasar», relata Nuria.

Un cambio radical

Se convocó a todo el pueblo en una asamblea pública y se aprobó que se iba a pedir. A continuación se celebró una Junta con miembros de Greenpeace, Ecologistas en Acción y de Enresa. «Escuchamos las dos versiones. Era mucho más razonable y más lógico lo que nos decían los de Enresa y los técnicos cualificados que las perogrulladas que nos contaban los ecologistas», afirma ella. Influenciados por lo que leían en las publicaciones ecologistas, decidieron informarse debidamente sobre el asunto.

«Nos asesoramos con gente experta en el tema. Fuimos al almacén de El Cabril como parte del proceso. Nos enseñaron todo el funcionamiento. Y la gente del aquel pueblo estaba encantada. Mientras, los ecologistas venían a Villar de Cañas a atemorizar a los vecinos. Era terrorífico. Venían con máscaras, grandes rótulos amarillos y negros y grullas de cartón. Nos aseguraban que las liebres tendrían dos cabezas y los niños leucemia», recuerda.

La conversión en favor de la energía nuclear estaba cristalizando en el matrimonio, y a Nuria le ofrecieron ser la portavoz de la Plataforma Sí Queremos el ATC en Villar de Cañas. Aceptó sin dudarlo. En aquel tiempo él también había pasado a jugar un importante papel en la zona como presidente de la Asociación de Jubilados, que actualmente cuenta con 235 socios. En 2011, una vez el Gobierno aprobó el proyecto, promovieron una recogida de firmas en el pueblo para mostrar la voluntad de la comarca de acoger las instalaciones. Los sábados, los días de mercadillo y las jornadas de las fiestas patronales de septiembre «montaban el tenderete» y lo que finalmente consiguieron no era baladí tratándose de una zona rural. Recabaron cerca de 3.000 apoyos. «La gente se volcó desde el primer momento», apunta Nuria.

Recuerda un significativo encuentro que tuvo con un integrante de la plataforma ecologista con el que iba a coincidir en una emisora de radio. En «petit comité», el activista le reconoció, tal y como demostraba un informe de su propia organización, que «el almacén nuclear no reviste problema alguno» pero que consitutía su «arma arrojadiza para presionar» y que las centrales nucleares se cerraran. «¿No os parece vergonzoso que atemoricéis a la gente que sólo quiere que su pueblo vaya para arriba?», preguntó Nuria, desencantada de un movimiento que siguió fielmente durante largo tiempo. «Es nuestro arma», le reiteraron.

Ecologistas nucleares

Sin embargo, mantienen una férrea sensibilización hacia la naturaleza. José remite a una publicación de Juan José Gómez Cadenas, profesor de la Universidad de Valencia, como su libro de cabecera. Se trata de «El ecologista nuclear», un perfil con el que ambos se identifican. «La energía nuclear es lo más limpio que hay. Para mí, Francia es el paradigma del sentido común. Allí funcionan 53 reactores nucleares y no hay más cánceres que en el resto de Europa», explica José. «Si coges un contador de radiación y te vas a un almacén o una central nuclear, no te marca nada. Si te vas a una zona como la sierra de Madrid, en la que hay granito, que emite radiaciones naturales, el aparato te pega un toque. Nosotros vivíamos cerca de la central de Cofrentes y la gente pesca en las aguas que salen de la central», cuenta él.

Sin intereses personales

«Yo no voy a prosperar si se hace aquí el ATC, pero me parte el alma ver cómo sufre la gente de mi alrededor», reconoce Nuria. Y es que los puestos de trabajo que ya se han creado por la construcción de las infraestructuras anexas al terreno, junto con los que se crearán con las obras del almacén y los posteriores puestos dentro del edificio, son una garantía de prosperidad para toda la zona. «En el Ayuntamiento se han recibido unos 9.000 currículums de gente de toda España, muchos de Madrid y Valencia que tienen raíces aquí y que tuvieron que salir del pueblo para buscar trabajo. Hay incluso de titulados superiores que afirmaban que cogerían cualquier trabajo. Tengo amigos ingenieros de Valencia que se han venido a trabajar aquí», comenta José.

Con lo ocurrido esta semana, ahora todo está en el aire. La pareja admite que la aprobación del del informe vinculante fue «un alivio», pero las palabras de García-Page al día siguiente les sentaron «como un jarro de agua fría». «Es paradójico que esto lo haya propuesto el PSOE y esto se pare por ellos», declara José. Otro vecino asegura que, tras haber visitado el día anterior la Laguna del Hito –la zona ZEPA que pretende ampliarse–, las vallas que protegen la zona «están oxidadas y tiradas en el suelo».

El interés que ha despertado en el Gobierno regional por las grullas no termina de ser comprendido por los villardecañeros. A Nuria le viene a la mente un comentario que le hizo su madre, de 86 años y natural del pueblo, hace no mucho tiempo: «A mí nadie, ningún periodista, me ha preguntado nunca por las grullas. Si algún día se diera el caso, respondería que sí, que las he visto. Cuando vienen los de las manifestaciones y traen las grullas hechas de cartón. Esas han sido las veces que más cerca las he tenido».

«El paro está totalmente curado»

Junto a los terrenos destinados para acoger el ATC, el vivero de empresas espera, ya construido, a que el proceso vuelva a seguir su curso. Allí trabajan ya tres hombres sólo en labores de vigilancia durante las 24 horas del día. Uno de ellos cuenta cómo ha cambiado todo desde que comenzaron las obras para levantar las infraestructuras. «Sólo en este tramo de las carreteras hay 40 personas trabajando». Así, los niveles de paro en Villar de Cañas están rozando el suelo. «Aquí el que no trabaja es porque no quiere. Hay gente que se fue del pueblo y estoy seguro de que volverían para trabajar. En el padrón no se ha notado todavía, pero el pueblo ya ha crecido», afirma convencido el vigilante. Él llevaba un año parado, y desde hace pocos meses el proyecto del ATC ha entrado en su casa en forma de trabajo estable.

Ahora, todos los días contempla cómo sus vecinos preparan una infraestructura con el futuro aún por decidir.

Inmigrantes por el silo nuclear

Mercedes Del Río. Un restaurante familiar

Nunca había trabajado en la hostelería, pero «con ganas se le termina cogiendo el tranquillo». Mercedes vivía en Palomares del Campo, a unos kilómetros de Villar de Cañas, y ahora se ha trasladado con su familia por el efecto llamada del almacén nuclear. Llevaba dos años sin trabajar y hace uno se hizo con un bar, que se traspasaba, y ahora se dedica, principalmente, a servir comidas para los trabajadores de las carreteras que están construyendo. «Servimos unas 30 comidas al día. Nos da para seguir aguantando», comenta. Y como todo tiene que reducirse a la hora que tienen los operarios para comer, ha contratado a otras dos personas, que se suman a ella, su marido y su hijo. «Da miedo que se echen para atrás con el ATC», afirma en vista de la fuerte inversión que ha hecho.

José Vicente Molero. El único gimnasio de la zona

Juan Vicente tuvo que cerrar su gimnasio en Valencia por «la crisis de los gimnasios de barrio». Natural de Belmontejo, un pueblo de la zona, decidió trasladar sus máquinas y rehacer su apuesta. Sin tener ninguna vinculación con Villar de Cañas, hace tres años decidió que sería el entorno ideal para montar su negocio. «El pueblo iba a crecer y había indicios de trabajo», afirma. Rápidamente se integró en la vida del pueblo con la ayuda del alcalde. «Si no se hiciera el ATC, vendría menos gente al pueblo y al gimnasio». Reflexionando entre sus máquinas, Juan Vicente se lamenta de que «un pueblo como Villar de Cañas, que puede crecer gracias al ATC, se pueda torcer por la política». «Lo único es que aquí faltan las grullas, que no las veo por ningún sitio», señala.