Mascotas
Margarita y el Edén de los animales
Su nuevo hogar es un santuario del tamaño de 30 campos de fútbol en el que vacas, cabras, ovejas... conviven a sus anchas. Los dos únicos huéspedes de dos patas que viven se encargan incluso de poner protección solar a los cerdos.
Su nuevo hogar es un santuario del tamaño de 30 campos de fútbol en el que vacas, cabras, ovejas... conviven a sus anchas. Los dos únicos huéspedes de dos patas que viven se encargan incluso de poner protección solar a los cerdos.
En dirección a Más Roig, en Tarragona, se encuentra Hogar ProVegan, el santuario en el que todos los animales de granja tienen nombre propio. La mayoría de ellos fueron rescatados de la industria alimentaria y algunos han pasado de vivir sin apenas ver la luz del sol a «necesitar» protección solar. Otros, dejaron jaulas en las que prácticamente no tenían espacio para moverse y ahora disfrutan de un baño en la charca cada vez que quieren, corren sueltos por la montaña o comen verdura en lugar de pienso. Es en este hogar donde vive Margarita, la vaca sin «papeles» que unos consideran que hay que sacrificar y otros la defienden de la muerte –más de 170.000 han mostrado ya su apoyo vía change.org– aludiendo que no puede ser tratada como una animal de la industria alimentaria por haber vivido siempre como un animal de compañía. Está en cuarentena, vive separada del resto de animales de granja rescatados. Parece estar tranquila en los 700 m2 de espacio que tiene, y eso que llegó el pasado martes procedente de Tolosa.
Jon Amad, director de la Fundación ProVegan, asegura que «siempre lo que buscamos, y estamos reconocidos por ello, es actuar dentro de la legalidad y cumplir todos los requisitos que nos piden las autoridades aunque no estemos de acuerdo con todos ellos». Pero el traslado de Margarita no fue legal. Por ley, un animal de ganado no puede ser trasladado sin documentación en regla. En su caso, por ser una vaca, tendría que tener dos crotales (pendientes) que acreditasen su trazabilidad, origen y estado de salud. Al igual que Rubí,que vive en este hogar y que además tiene una ficha con su foto, nombre, procedencia, estado de salud y microchip (el mismo por cierto que el que se pone a los perros). Es decir, todos los documentos en regla, al igual que el resto de animales con nombre que viven aquí. «Era un caso de emergencia, al igual que cuando la Policía nos llama para recoger un cerdo o una oveja en la carretera. Nos lo entregan a pesar de no tener papeles», puntualiza Jon.
Vamos hasta el santuario para ver de cerca cómo vive Margarita y el resto de animales rescatados. Lo primero que llama la atención es la limpieza de este edén. Aunque hay cabras, ovejas, cerdos, ocas... mirando el suelo uno no pensaría que está en un santuario de animales. Mucho menos el olor, diametralmente opuesto al que se respira en granjas estabuladas. Pasan los minutos y los animales se van acercando. Vienen a que tanto Elena Tova, la directora de Hogar ProVegan, como Jon les acaricien, les rasquen... Sin que haya comida de por medio, los animales se aproximan al oír su nombre, lo que más se asemeja al comportamiento de un perro que de una cabra. No les tienen miedo. Elena y Jon son los únicos habitantes permanentes de esta finca del tamaño de 30 campos de fútbol (30 hectáreas) que compró la Fundación Provegan, «una fundación suiza alemana que vive del patrimonio personal del doctor Ernst Walter Henrich», explica Jon.
Mantener este edén en el que viven «casi 200 animales cuesta entre 10.000 y 12.000 euros al mes y no recibimos ningún tipo de subvención pública», afirma Jon. El mayor gasto es el «veterinario», precisa Elena. De socios y padrinos obtienen «6.000 euros, el resto de gastos mensuales lo conseguimos haciendo eventos, cenas solidarias, vendiendo cosas on-line...», añade Elena.
Y aunque pudiera parecer una cifra desorbitada, Jon asegura que un santuario del mismo tamaño costaría «entre 30.000 y 40.000 euros». ¿Cómo lo consiguen, entonces? «Todos los martes, por ejemplo, vamos al mercado, donde la gente nos dona fruta y verdura», afirma Jon.
Durante la visita vemos a una veintena de animales, el resto, nos explican que están en la montaña, que es hasta donde se extiende esta finca en la que, según la época del año, hay más o menos voluntarios: los que vienen a ayudar de día y los que pasan una temporada, pagando cinco euros al día por gastos de alojamiento, alimentación, etc.
El comportamiento hacia los animales aquí es muy diferente no ya al de una explotación ganadera, sino también al de los de granja escuela o de un zoo. Aquí, no sólo viven con sus crías hasta que mueren de forma natural, sino que les tratan como si fueran sus hijos. Por ejemplo, aquí hay cerdos a los que «hay que ponerles protección solar 30 o 50 porque, si no, se les abren grietas en las orejas», explica Jon. Para los que tienen problemas de movilidad, «les damos condoprotectores y fisioterapia. Y en el caso de las ovejas más viejitas les hacemos limpiezas bucales y se les liman los dientes para que puedan comer mejor, porque las puntas les hacen llagas», explica Elena, mientras observa como se baña una cerda paridera que tiene por nombre Llama de la esperanza y que «fue el primer cerdo al que se hizo un TAC».Tampoco puede entrar cualquier persona, sólo los padrinos y previa cita. Margarita aún no tiene ninguno. Los tendrá si consiguen que no se le dé muerte. Algo que no van a permitir. «No hay posibilidad de que esta vaca salga. Tenemos una regla muy básica: cuando un animal entra aquí tras ser rescatado no sale jamás, salvo que sea por algo médico», afirma tajante Jon. ¿Y si vinieran los Mossos? «Tendrían que hacerlo con autorización judicial y nosotros pediremos ayuda a la sociedad para que nos protejan manifestándose aquí a modo de barrera». Curiosamente, el primer voluntario fue un Mosso d’Esquadra. «Cuando llegué hace tres años aquí no había nada. Estaba solo y me vino a preguntar quién era. Le expliqué el proyecto y le interesó tanto que vino una hora después a ayudarme», recuerda Jon. Él hoy no entiende por qué «cuando el Seprona u otros cuerpos nos piden que nos hagamos cargo de unos animales puedan venir sin papeles y ahora desde la Generalitat se quiera dar muerte a Margarita por el simple hecho de estar indocumentada». Aunque todo apunta a que la vaca más famosa podrá quedarse aquí. Y es que, a pesar de que les «denegaron las segundas alegaciones», el viernes Elena recibía una llamada de la abogada en la que le manifestaba que las autoridades les daban 15 días de margen para averiguar su origen, si porta alguna enfermedad... antes de decidir si Margarita puede o no vivir.
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