Lenguaje

«Los grandes simios nunca deberían vivir en una jaula»

«Proyecto Nim» desvela la evolución de un chimpancé criado con humanos

Un fotograma en el que Stephanie Lafarge enseña lenguaje de signos a Nim
Un fotograma en el que Stephanie Lafarge enseña lenguaje de signos a Nimlarazon

La falsa creencia de los humanos de estar por encima del bien y del mal nos ha llevado a cometer muchas atrocidades, a jugar con el resto de seres vivos para descubrir sus reacciones, sus sentimientos, sus posibles similitudes con nosotros para demostrar, una y otra vez, que somos superiores. Ésta es una de las ideas que ha desarrollado el director James Marsh en su último documental «Proyecto Nim», que ahonda en la relación entre humanos y simios. O, más bien, entre el chimpancé Nim y el resto del mundo. «El filme –comenta su director, James Marsh, a LA RAZÓN– busca el punto de vista de Nim y por eso cambia la perspectiva del documental, ya que termina convirtiéndose en un estudio sobre el comportamiento del ser humano desde el punto de vista de un animal inteligente que coexiste con nuestra especie. Y, no creo que salgamos muy bien parados».

En noviembre de 1973, un chimpancé nace en una de las jaulas de un centro de experimentación de Oklahoma (EE UU). No pasan ni dos días cuando su madre muere por una elevada dosis de un dardo tranquilizante. Aquí comienza la historia de Nim, que pasa a ser el «hijo adoptivo» de Stephanie Lafarge, o ése era el deseo tanto de ella como de Herbert Terrace, profesor de psicología del comportamiento en la Universidad de Columbia. Este proyecto único en el momento buscaba demostrar cómo un chimpancé podía aprender nuestro lenguaje si lo mamaba desde pequeño.

Lenguaje de signos

A lo largo del documental se ve cómo Nim se desarrolla, aprende algunos signos y se inventa otros para conseguir sus caprichos. Pronto se convierte en un simio astuto, travieso y con mucha más fuerza que un hombre. Cambia de hogar en varias ocasiones. Su naturaleza animal se subraya cada vez más, le salen colmillos y comienza a utilizarlos. Su agresividad innata le vuelve a colocar en un centro de experimentación, donde debe aprender a vivir con los de su propia especie. «Para mí, la moraleja de la cinta es que la naturaleza de Nim está por encima de cualquier costumbre adquirida como puede ser aprender a usar el baño o a cantar. Los científicos intentaron anular su instinto, pero ésta seguía saliendo», asegura Marsh. Por ejemplo, cuando el chimpancé alcanza la madurez sexual, ante la ausencia de hembras de su especie, intenta tener sexo con un gato. «No deseaba a la gata, pero su instinto le impulsaba», sostiene el autor del oscarizado documental «Man on wire».

«Proyecto Nim» se fraguó a lo largo de dos años, aunque no se filmó «con la intención de hacer una denuncia social contra la experimentación animal. No juzgamos ni condenamos a las personas implicadas en el proyecto, creo que es la audiencia la que debe juzgarlas». No obstante, a lo largo del largometraje se encadenan numerosas preguntas e imágenes que plantean dudas sobre el uso de animales en pruebas científicas. El propio Marsh reconoce que «me siento avergonzado de los humanos. Tratamos a las especies más allegadas a nosotros, como los grandes simios, muy mal. Nunca deberíamos enjaularles o abandonarles. Son seres vivos muy sociales que pueden volverse completamente locos (como le ocurrió a Nim) si se les encierra durante años en jaulas».

Es difícil resumir en 90 minutos los cambios que sufre un chimpancé al que intentan imponer un modelo de vida y que, en ocasiones asume e incluso le gustan algunas costumbres, como beber cerveza o fumar marihuana. «Esta producción me ha enseñado que no debes alternar con un chimpancé. He aprendido a temerles. Son salvajes y tienen su propia agenda», concluye el director.