Sucesos

Pero, ¿cómo entró el asesino?

Es una de las incógnitas por despejar en las muertes de Miguel Ángel y de su hija de 7 años en Almonte. La pareja de la madre lleva un año en prisión a la espera de juicio

Cuarto de baño donde el asesino, que llevaba guantes, limpió el cuchillo tras cometer el doble crimen
Cuarto de baño donde el asesino, que llevaba guantes, limpió el cuchillo tras cometer el doble crimenlarazon

Miguel Ángel Domínguez, de 39 años, y su hija, María, de siete, fueron acuchillados ferozmente dentro de su casa en abril de 2013. Dos días después hallaron sus cadáveres y la Guardia Civil se hizo cargo del caso. Tras inspeccionar varias veces la escena del crimen y realizar cientos de pesquisas, establecieron una secuencia de los hechos. Sábado por la noche. El padre había terminado de ducharse cuando el agresor entró en la casa, pero ¿cómo accedió el asesino al domicilio si la puerta estaba cerrada? Fue una de las primeras preguntas que se formularon los investigadores de Huelva, apoyados por agentes de la UCO llegados de Madrid. A estas alturas, más de dos años después, la investigación no ha logrado despejar esta incógnita, pero se manejan dos hipótesis. La madre de la niña y ex mujer del hombre asesinado aseguró que nunca se abría la puerta sin antes preguntar, por lo que los agentes deducen que el asesino tenía llaves o era un conocido al que las víctimas le franquearon el paso. Esta creencia se refuerza por la declaración de un testigo auditivo, el vecino de arriba. «Escuché como dos hombres hablaban en español. Por el tono de voz y la forma de expresarse eran de Almonte. Oí expresiones como “¿qué haces aquí?”, “¡Me tienes harto!”, “¡Lárgate de aquí!”, “¡Estoy cansado!”. Después de la discusión, que duró unos minutos, se inició algo que parecía una pelea y un forcejeo con golpes», relató a los guardias. Esta declaración, según los investigadores, apuntala la hipótesis de que víctima y asesino se conocían.

La primera inspección ocular reveló otros datos. No faltaba ningún objeto, por tanto no se trataba de un robo, ni ninguna de las víctimas había sido agredida sexualmente. ¿Cuál era entonces el móvil? ¿Qué podía haber llevado a alguien a cometer tal carnicería? Dos detalles llamaron la atención a los investigadores. El asesino cubrió con una sábana la cara de la niña, lo que se puede interpretar como que le tenía cariño y su cara le recordaba que él la había matado, y, además, no había casi piel en la que no hubiera una herida, lo que delataba un crimen pasional. Nadie da más puñaladas de las necesarias si el odio no empuja el cuchillo. Los datos apuntaban en una dirección, pero la Guardia Civil no quiso descartar otras posibilidades y trazó varias líneas de trabajo, entre ellas, investigó a gente con antecedentes violentos en la zona y a trabajadores temporales que en aquellas fechas estaban en la localidad. Ninguna dio resultado. Al mismo tiempo, descubrieron que la madre de la niña mantenía una relación sentimental con Javier Medina, un compañero de trabajo del ex marido, también muerto. Miguel Ángel era un padre fabuloso y un hombre extraordinario, así lo avalan todos los testimonios recabados por los investigadores. Su hasta entonces esposa lo había abandonado recientemente, pero seguía queriéndolo y acudiendo a sus llamadas si era necesario. Días antes del crimen, sin decírselo a su novio, porque era muy celoso, ayudó a Miguel Ángel con las fundas de un sofá. ¿Pudo, al enterarse, que esa fuese la chispa del crimen?, ¿Pensó que siempre debería compartir a su pareja con el ex?, ¿mató a la niña porque era un estorbo en su relación de amor o porque presenció el crimen de su padre?

La Guardia Civil interrogó a Javier Medina. «Hace más de tres años que no pongo un pie en esa casa», afirmó. Fue parte de un testimonio trufado de contradicciones y que contenía mentiras objetivas sobre sus horarios y actividades el día del crimen, pero ninguna tan evidente como para imputarle el doble asesinato.

Los agentes intuían que habían agarrado el hilo de investigación correcto, pero a falta de un indicio potente que soportase los demás, decidieron seguir tirando para ver qué hallaban. Hicieron dos inspecciones oculares más en el lugar del crimen, buscando cualquier detalle que les hubiera podido pasar desapercibido. «El ser humano es por definición imperfecto y se le pueden escapar cosas. Lo importante es la perseverancia y la reflexión», apunta un agente con décadas de experiencia criminal a sus espaldas. En el último registro se llevaron del cuarto de baño del matrimonio una toalla grande «colgada tras la puerta con franjas y motivos florales», otra del «toallero junto al lavabo», y una tercera del baño de la niña que estaba «junto a la taza del inodoro». En todas ellas se reveló el perfil genético de Medina. ¿Por qué estaba allí si no había pisado la casa desde 2010? Los agentes preguntaron a la ex mujer y madre de las víctimas, que dijo que 20 días antes del crimen «puse todas las toallas limpias en ambos cuartos de baño». Entonces ¿cómo llegó allí el ADN de Medina? Para evitar excusas peregrinas, el juez encargado del caso pidió al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forense que dictaminase si el ADN de Medina pudo quedarse adherido a las tres toallas por trasferencia. Es decir, por ejemplo, ¿si el sospechoso hubiese mantenido relaciones sexuales con la mujer y ésta se hubiera limpiado con las tres toallas, podría haberse «pegado su ADN»? La conclusión del informe es tajante: «Los restos celulares detectados no proceden de una trasferencia puntual o de un hallazgo casual». A falta de una confesión, su ADN lo delató.