Telefonía

¿Existe la obsolescencia programada?

Las baterías tienen una vida útil estipulada por el fabricante, pero los consumidores denuncian la existencia de estrategias para reducir su edad.

¿Existe la obsolescencia programada?
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Las baterías tienen una vida útil estipulada por el fabricante, pero los consumidores denuncian la existencia de estrategias para reducir su edad.

¿Existe la obsolescencia programada? La respuesta corta es sí. El problema es que la más profunda lleva un «pero» al final. Todo comenzó a finales del siglo XIX, cuando Thomas A. Edison inventó una bombilla comercialmente aceptable. Se utilizaban filamentos de carbono, en lugar del tungsteno actual, y podían llegar a durar hasta 100.000 horas. Dado que al principio esta nueva tecnología no fue aceptada de forma masiva, las empresas que las vendían las hacían durar lo más posible para no hacerse cargo del mantenimiento. Pero cuando los usuarios aumentaron de modo exponencial, a mediados de los años 20, el negocio cambió y se enfocó en vender cuantas más bombillas, mejor. Giles Slade, autor del libro «Hechos para romperse: tecnología y obsolescencia en Estados Unidos», relata qué ocurrió. De acuerdo con Slade, se creó una suerte de cofradía que involucraba a los principales fabricantes y entre ellos se acordó reducir la vida útil de las bombillas a unas 1.000 horas, incrementando de manera obvia la necesidad de comprar más. Fue uno de los primeros casos de obsolescencia programada que destaparon periodistas e informes gubernamentales. No es el único. Junto a la demanda contra Apple también está la de Epson, el fabricante de impresoras. Y es que, este sector también tiene algunos secretos. Es habitual comprar cartuchos aunque la tinta no se haya acabado del todo. Los sensores, los microchips y hasta las actualizaciones, contribuyen a eso. La consecuencia: de acuerdo con Cartridge World, una compañía que recicla cartuchos de impresoras, cada año terminan en la basura (sin reciclar) unos 350 millones de cartuchos, la mayoría con tinta aún utilizable en el interior. Todo esto tiene un enorme coste: el informe de las Naciones Unidas, Global E-waste Monitor 2017, señala que, en 2016, los desechos electrónicos sumaron 44,7 millones de toneladas (un peso equivalente al de 4.500 torres Eiffel), lo que constituye un aumento de un 10% con respecto a 2014. Así, ya no se trata sólo de una estrategia comercial que perjudica al consumidor, sino de que, al igual que existen los fumadores pasivos, todos vivimos la obsolescencia programada, aunque no seamos consumidores de gadgets. ¿Cuál es el «pero» entonces? Si nos referimos a los smartphones, 20 años atrás, los dispositivos distaban mucho de necesitar microchips, apenas tenían cámara y los juegos eran muy básicos. Pero el avance de la tecnología hizo que no sólo se precisara una mayor potencia informática, sino también baterías más eficientes. El problema es que éstas tienen una vida útil, no son infinitas. Y a medida que avanza el tiempo, su capacidad energética se reduce y las actualizaciones que intentan acompañar el desarrollo tecnológico ejercen una mayor demanda y se crea un círculo vicioso. En síntesis, la edad de la batería puede influir en la potencia de un smartphone (y hablamos de ellos porque necesitan constante actualización, algo que no ocurre con una cámara por ejemplo), pero esto no es excusa ni razón para elegir por el consumidor, obligarle a actualizar o a comprar adaptadores y cables para nuevas versiones. ¿A que ahora tiene un poco más de sentido la desaparición del conector de 3,5 mm para los cascos en algunos modelos?