Zuckerberg, el emperador que no controla su imperio
El fundador de Facebook ha estado años sin responder a preguntas de los periodista
El fundador de Facebook ha estado años sin responder a preguntas de los periodista.
El escándalo de Cambridge Analytica suscitó la demanda social de que Mark Zuckerberg y su Jefa de Operaciones, Sheryl Sandberg, dieran las pertinentes explicaciones. Tras seis días de silencio por parte de los directores de la compañía, Zuckerberg finalmente pronunció un discurso en el que admitió haber traicionado la confianza de sus usuarios e hizo promesas similares a las que ya había hecho en el pasado. Cheryl Sandberg declaró, en la CNBC, saber que «se trata de una cuestión de confianza y es un momento crítico para nuestra empresa». Sin embargo, como muchos señalan, no se han dado soluciones y el Comité de la Cámara de Energía y Comercio exige que Zuckerberg testifique.
Como CEO de Facebook, tiene control sobre una cantidad significativa de datos, pues la red social cuenta con más de 2.000 millones de usuarios. Sin embargo, gran parte de este poder radica en sus programadores. Zuckerberg bien podrá ser el CEO –y una celebridad– pero, si se tratara de otra empresa, se habrían pedido explicaciones al oficial de protección de datos u a otro subalterno de similar categoría, que comprendiera mejor todas las complejidades de la plataforma relacionadas con la privacidad y la seguridad. Esta violación de datos ha propiciado la preocupación de los ciudadanos por su privacidad, el deseo de expresarse libremente y, al mismo tiempo, de un internet abierto y sin restricciones.
El problema es que Facebook es una bestia nueva y extraña. Por lo general, un negocio que vende un espacio para anunciantes proporciona contenidos (como es el caso de los periódicos o los programas de televisión) y las empresas compran espacio para promocionarse dentro de ese contenido. En Facebook, nosotros somos el contenido.
Por lo tanto, Zuckerberg debería responsabilizarse por «nosotros, su contenido» y por sus anunciantes. Los anunciantes y «nosotros, el contenido» pueden tener propósitos y metas muy diferentes. Para conocer estas diferencias, se comenten infracciones de la privacidad.
Lo que sucede con Facebook y con muchos de los dispositivos que usamos a diario es que no sabemos exactamente cómo qué es lo que hacen. ¿Cómo sabemos que nuestra cámara no se está utilizando aunque esté apagada? ¿Cómo sabemos que la ubicación está realmente desactivada? Si marcamos una casilla solicitando privacidad, ¿nos están obedeciendo? Lo ocurrido sugiere que, incluso aunque configuremos al máximo estas opciones, no estamos exentos de peligro. Somos bastante ingenuos al pensar que podemos controlar nuestra privacidad si ponemos toda nuestra información personal online.
Por otro lado, en Facebook, no hay forma de verificar que realmente somos quien decimos ser. Por ello, los bots se han convertido en una forma fácil de manipular información acerca del número de usuarios, es decir, de «nosotros, el contenido». Tal es el caso de las acusaciones a Rusia por haber interferido en las elecciones presidenciales de EE. UU, en 2016. Este tipo de hackeos plantea la pregunta de si los bots realmente influyeron en los votantes y, en última instancia, cambiaron el resultado de las elecciones o, simplemente, arrojaron dudas sobre el proceso democrático.
Pese al clamor por que Zuckerberg asuma responsabilidades (que, por otro lado, debería asumir como CEO), «el contenido» también deberíamos ser más cuidadosos con la información que subimos a la red, porque no importa qué casilla de privacidad hayamos marcado: no hay garantía real de que nuestros datos estén seguros. En esencia, ni siquiera Zuckerberg controla Facebook, y aunque se mejorase el control de privacidad, esta violación muestra que cualquiera puede usar nuestros datos para propósitos que no conoceremos.
La democracia requiere libertad de expresión y de información, pero, al mismo tiempo, también ponemos en valor la noción de libertad. Pero lo cierto es que si todos tenemos libertad ilimitada de hacer lo que queramos, lo más posible es que, alguna vez, nuestra libertad se vea invadida o traspasada por otros.
Facebook se enfrenta al reto de garantizar la libertad de expresión, la información y, a la vez, la protección de nuestra privacidad, que será tan buena y sólida como lo sean sus programadores. Aquellos que quieren socavar nuestros valores democráticos parecen ser capaces de hacerles la guerra. Por lo tanto, necesitamos ser más diligentes y críticos con lo que leemos o, tal vez, optar por no publicarlo todo, lo que los politólogos llaman «estrategia de salida». Pero la presión de nuestros «amigos» nos alejará de esta salida si anhelamos «gustar».
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