Estreno
“Furia”: cuando arder se vuelve arte
HBO estrena este viernes una serie sobre mujeres al límite que desata una tormenta emocional donde la sátira es arma, el dolor se comparte y la furia se vuelve colectiva
La furia no se hereda, se cuece. Se acumula, se reprime, se disfraza de sonrisa hasta que un día —spoiler: no lo es— explota. En “Furia”, la nueva serie que estrena HBO este viernes, cinco mujeres al borde del colapso deciden no esperar a que alguien les dé permiso para estallar. Lo hacen por todo lo alto y, por fortuna, con una buena dosis de mala leche.
Esta es una comedia negra que se infiltra en el drama sin perder el sarcasmo. No es una serie que pida justicia. Es una que dice: “¿Y si la venganza fuera solo un nuevo comienzo?” Aquí no hay redención, hay sororidad y hartazgo servido con guante de boxeo. Y sí, con mucho estilo.
A lo largo de ocho episodios, Félix Sabroso presenta un collage contemporáneo que se siente tan cercano como la vecina que grita en el patio interior. Cada capítulo sigue a una mujer que atraviesa su propio vía crucis moderno: un desahucio, una traición, un despido encubierto, una mentira pública, una caída al olvido. Podría ser tragedia, pero es teatro cabreado con un pie en la carcajada.
Carmen Machi, Nathalie Poza, Cecilia Roth, Pilar Castro y Candela Peña se lucen como si este fuera su manifiesto personal. Y en cierto modo, lo es. Porque sus personajes —ricos o pobres, esnobs o caóticas, artistas o dependientas— cargan con una mochila social que les ha dicho cómo portarse, cómo callarse, cómo no molestar. Pues bien: molestan. Y es maravilloso.
Marga es una artista contemporánea cuya obra más viva resulta ser su propio colapso matrimonial. Vera cocina ideología vegana con resentimiento y culpa. Nat atiende con etiqueta a clientas que la miran como si ya hubiera caducado. Adela intenta salvar a su madre del desahucio sin perder el sentido del humor, ni la dignidad. Y Victoria, una icónica y olvidada actriz de los setenta, lucha contra su propia caricatura.
“Furia” construye desde lo incómodo. No es complaciente. Su humor no es un chiste fácil sino una patada elegante. Hay sátira, pero no panfleto. Hay crítica, pero sin sermones. Es lo que pasa cuando a alguien le cansa la ironía blanda de salón y decide tirar la vajilla. Y lo hace con gusto.
Cada historia se conecta en un universo compartido. No porque vivan juntas ni compartan secretos, sino porque sus rabias dialogan. Cuando una se rompe, otra responde. Es el famoso efecto mariposa, pero con rímel corrido y mucho colmillo.
El tono, ácido pero emocional, se mantiene firme. La dirección evita florituras y va al grano. La puesta en escena sabe cuándo hacerse pequeña para que el drama respire, y cuándo ampliar el campo para que el estallido se oiga fuerte. Todo está al servicio de esa sensación de estar viendo no una serie, sino una especie de grito contenido que por fin se suelta.
El guion, firmado por Sabroso, tiene la precisión de quien ha vivido con estos personajes más de lo que ha dormido. No hay diálogos sobrantes. Todo está calculado, pero suena espontáneo. Como cuando uno está tan cansado que ya no filtra lo que dice. Así suenan estas mujeres.
Lo más brillante es cómo la violencia emocional se vuelve motor narrativo sin justificar lo injustificable. “Furia” no celebra el caos, lo comprende. Y eso es mucho más poderoso. Porque en un mundo donde todo se filtra, se suaviza o se explica en exceso, esta serie apuesta por mostrar lo que duele sin anestesia, pero con lucidez.
Si algo puede discutirse, es que hacia los episodios finales algunas resoluciones se sienten algo más encajadas que desarrolladas. Pero incluso ese gesto funciona como espejo: a veces, cerrar un capítulo no lo soluciona. Lo suaviza, y eso ya es bastante.
“Furia” es una serie con agallas. No pide permiso. No pide perdón. En un panorama saturado de thrillers políticamente correctos, dramas domesticados y comedias de postal, su mayor logro es dar espacio a lo contradictorio. Porque a veces no se trata de entender el mundo, sino de sobrevivir a él sin volverse invisible. Y si eso implica gritar, prender fuego o reírse desde el abismo, que así sea.
La serie también funciona como espejo sucio de esta época líquida y desquiciada. Nos deja claro que el caos no siempre se grita, a veces se susurra hasta que revienta. Y aunque nos incomode, su mayor acierto es obligarnos a mirar de frente nuestras propias miserias… mientras soltamos una carcajada cómplice.
El universo de Sabroso sin filtros
Félix Sabroso regresa a su esencia más afilada con “Furia”: un tapiz feroz y lúcido de lo social, lo íntimo y lo grotesco. Aquí condensa obsesiones que ya asomaban en sus trabajos con Dunia Ayuso, pero sin nostalgia. “Furia” es menos camp y más dentellada: una versión depurada de su mirada, con estructuras entrecruzadas, ritmo que no concede tregua y personajes que no piden simpatía. Lo que Sabroso hace aquí no es solo televisión. Es una sacudida estética, emocional y narrativa. Es también su manera de decir: sigo aquí, con más furia que nunca, pero con la misma precisión quirúrgica que siempre.