Feria de Bilbao
A la tercera, el apagón
Tan sólo Gonzalo Caballero salió a saludar al tercio en la novillada celebrada ayer
Las Ventas (Madrid). Decimoséptima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron novillos de Guadaira y Montealto (4º, 5º y 6º), desiguales de presentación. El 1º, malísimo y con mucho peligro; el 2º va y viene sin entrega; el 3º, de desigual ritmo pero con fijeza, repetición y humillando; el 4º, encastado y de buen juego; el 5º, muy deslucido; y el 6º, deslucido. Tres cuartos de entrada.
Román, de azul marino y oro, estocada baja (silencio); estocada, descabello (silencio). Gonzalo Caballero, de catafalco y oro, media estocada, dos descabellos (saludos); estocada, dos descabellos (silencio). Posada de Maravillas, de azul añil y oro, pinchazo, bajonazo (silencio); estocada, aviso (silencio).
Después de las tres horas del domingo, salir de la plaza sin que el reloj marcara las nueve nos pareció un paseo por las nubes. A pesar de que la novillada no fue como las anteriores. A pesar de que no nos fuimos de la Monumental con el corazón encogido, como hace dos semanas con la volcánica actuación de Román, o toreando por los rincones, siete días atrás con Francisco José Espada. La tarde de ayer fue una de ésas de ni sí ni no ni todo lo contrario. Comenzamos con un remiendo ganadero y a la divisa titular de Guadaira le tuvo que acompañar tres astados de Montealto. Martín Escudero, que abría plaza fue baja y vino en sustitución el valenciano Román, el mismo que nos hizo pasar una agonía mientras a él no se le vislumbraba el miedo por ningún lado. Nada más llegar, así en frío, le salió un ejemplar de Guadaira, de los de pesadilla. Un cabrón por ambos pitones que se negó a pasar, ya le había marcado a Gonzalo Caballero en el quite por gaoneras y en la primera tanda hizo lo propio del malvado. Román tenía un papelón, pero se puso delante una y otra vez, por uno y otro pitón y en cada viaje, había una vela a la virgen de algún familiar. Le cogió pero no le caló. No pudo hacer más que dejar esa dignísima actuación. El cuarto, ya con el hierro de Montealto, fue otra historia, se movió, con casta, y se desplazaba en el engaño. Como un tren acometió a los primeros estatuarios del novillero en el centro del ruedo, inamovible Román. Dio la sensación de que el novillero era consciente de lo que tenía entre manos y fue entonces cuando el viento hizo daño, ensució la faena y en ese tiempo en el que el novillo se paraba entre muletazo y muletazo se le fue yendo a Román el pulso de la faena y al final sobresalieron más las virtudes del toro. Del todo pasamos a la nada, y sabor agrio por las emociones vividas en otros momentos.
Iba y venía sin entrega el segundo. Gonzalo Caballero lo hizo perfecto. Encajado desde el principio, asentado, relajado, personalidad, quietud y relevancia al toreo verticalidad. Mandar sin necesidad de retorcerse, sin buscar vaciar más allá del acá del cuerpo. Se le acabó la gasolina pronto a su oponente, pero el concepto es bueno. El quinto, con la tarde enrarecida y encima, fue deslucido, como las dos veces que perdió el engaño el novillero.
Posada de Maravillas tuvo un tercero que ponía la cara abajo y quería repetir el viaje con fijeza, es verdad que luego mantenía desigualdades en la embestida, pero dio cosas buenas el de Guadaira. Estrechito de sienes y recogido de pitones, además. Al novillero extremeño se le vio amontonado y sin encontrar las teclas del toro. El sexto no tuvo clase, ni la faena estructura. La tarde del sí, del no. Algo en algún momento se desconectó y nos llegó el apagón. Esperábamos tanto, que al final nada pasó. Habrá tardes mejores. Y peores.
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