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Toros

Aguado detiene el tiempo y el corazón

Ginés Marín se la juega y corta una oreja en una vibrante faena en San Isidro

Pablo Aguado da un derechazo en la quinta de San Isidro Fotos: Rubén Mondelo
Pablo Aguado da un derechazo en la quinta de San Isidro Fotos: Rubén Mondelolarazon

Una bomba de relojería tuvimos nada más empezar. A punto de estallar, la bomba, y nuestras pulsaciones. Manseó el Montalvo en busca de todo y nada, deambulando por la plaza. Y la plaza no era suya sino de ese loco llamado Ginés capaz de plantarle cara en la batalla. Derrotes, tarascadas, embestidas por dentro queriendo carne fresca que llevarse por los aires. Por abajo quería el toro y ahí encontró Ginés el lío de la faena, alargándola en el sometimiento del animal. En el filo siempre, mas cuando la tomaba entregado era agradecido. No sabías nunca lo que te podías encontrar a la media vuelta. No renunció Ginés a las complicaciones del toro, que eran muchas y se puso de verdad por ambos pitones. Las manoletinas finales, por arriba el astado, fueron de doble mortal, expuso los muslos, la barriga y el corazón. Tras el espadazo, el trofeo fue unánime. Lo habíamos sufrido tanto como gozado. Con el quinto, que no podía ni con los espíritus de la Puerta Grande que no fue, alargó más de la cuenta. Aquello era imposible.

La gente venía a ver a Pablo Aguado y eso se respiraba. La gente. Otra cosa fueron las circunstancias. Devuelto su primero se las vio con un sobrero de Algarra que se lo llevó por delante con la capa y casi le quita del medio con la muleta en una cogida espeluznante y interminable. No se amendrantó Aguado intentando componer los muletazos con esa verdad del toreo que la hace universal. Mucho mérito recomponerse de esa suma de derrotes, mucha verdad en la vuelta a la cara del toro y en todo lo que hizo. Desastrosa espada. La igualó en el sexto. Pero antes... Antes se entretuvo en detener el tiempo, ¡qué mago!, en reducir la embestida del toro, que iba y venía punto descontrolado y someterlo a la cadencia más absoluta convirtiéndolo en expresión brutal de la tauromaquia. Lo detuvo todo Aguado. Hasta las palabras. Madrid era un sepulcro en ese instante que precedía al primer muletazo de la tanda, que acababa en obra monumental con un cambio de mano, sin necesidad de más, porque ahí iba todo, toda la historia del toreo, qué poder concentrado en dos muñecas. Tandas cortas, toreo excelso, de costado a costado, un dardo de lleno al corazón, allá en las emociones. La espada no fue, el toreo había calado hondo.

Quiso Luis David irse a portagayola, pero no le dio tiempo. Tiró después de quites incluso de la réplica de Aguado. Pintaba bien, sobre todo por la calidad del pitón zurdo del animal, que viajaba hasta el final con entrega y volvía para volver. Extraordinario. De rodillas el comienzo, pero sin entidad lo que vino después, desdibujado, en la pala del pitón y sin cuajar las bondades del toro. Al final hubo dos tandas de naturales y una estocada recibiendo de broche, que calentó una petición no atendida. Sin grandes alegrías y con la pena de la justeza de fuerza el quinto. Se alargó Adame en el intento.

Las Ventas (Madrid). Quinta de San Isidro. Se lidiaron toros de Montalvo, desiguales de presentación y hechuras. El 1º, mansito, movilidad con peligro; el 2º, de buen pitón zurdo; el 3º, sobrero de Luis Algarra, incierto y peligroso; el 4º, desfondado y deslucido; el 5º, va y viene con las fuerzas justas; y el 6º, manejable. Lleno.

Ginés Marín, de azul marino y oro, estocada, aviso (oreja); pinchazo, estocada trasera, aviso (silencio).

Luis David Adame, de lila y oro, estocada recibiendo (vuelta); estocada baja (silencio).

Pablo Aguado, espuma de mar y oro, media en los bajos, estocada infame, descabello (silencio); estocada que hace guardia, dos pinchazos (saludos).