Toros
Diego sentenció al natural... Y se consagró
Tarde cumbre del riojano, que corta tres orejas, en la última de la Feria de Otoño de Las Ventas
A Diego se lo llevaban en hombros. Entre la masa. Camino de la calle de Alcalá. El sueño dorado. A gritos de “torero, torero”. Ni el contaminado sistema ni el paso de los años han podido con un torero que es casi un milagro. Guarda Urdiales, allá arriba en su Arnedo natal, la esencia de la tauromaquia a la que aspiran la mayoría y por la que morimos muchos cuando nos sentamos en un tendido. Una verdad que no se corrompe, un gigante de torería con el toro, un gozo, un compendio de todas aquellas cosas que envuelven a la tauromaquia y la hacen grande aun en estos días. Un misterio por desvelar que de pronto se entiende, al unísono, 20.000 almas que se unifican cuando entran en juego las emociones como un torrente. Eso fue Diego. Un torrente de emociones, de sensaciones, de pedazos que recomponer mientras nos deleitábamos. Ese torrente que hizo que tuviera que dar dos vueltas al ruedo una vez cortadas las dos orejas del buen cuarto, porque la torería había llegado a las entrañas, porque ocurre, muy de vez en cuando, faenas absolutamente extraordinarias, mágicas e inolvidables y he aquí, con todos ustedes, la tarde en la que Urdiales se consagró con una de ellas en la mismísima plaza de Las Ventas. Y al natural sentenció para acallar todas las miserias de los despachos. Esa tarde en la que apretó el frío y el viento, porque nunca fue fácil la carrera del riojano. Pero ni frío ni viento (quizá) hizo cuando destripó el toreo al natural ante la honda embestida de “Hurón”, que fue extraordinario el de fuenteymbro, y sublime cada bocanada de toreo. Del que te acompaña el invierno. Una eclosión se vivió en el tendido. Una locura. Un milagro. Y un faenón. Al natural casi todo. Sólido el torero, alicatado sobre la arena, trepaba el toro en la muleta del diestro, que moría más allá de la cintura el muletazo, atrás, mecido siempre, con las yemas, encajado el cuerpo, una armonía con una plenitud de matices inverosímiles que se hacen posibles justo ahí en ese momento. Tan lento de pronto, sobraba todo, porque aquello era la verdad. La verdad en el ruedo. Esa que tantas tardes se nos esconde. Nos deslumbramos. Lo gozamos. Nos fuimos detrás de la espada que hundió a la primera y se le premió con el doble premio que era de justicia. Divina o no. La que da el tiempo y el camino recto que pocos son capaces de tomar y mantenerse. Una oreja había paseado de su primer fuenteymbro, encastado y con mucho que torear que tuvo desafío múltiple por lo mucho que azotó el viento, como si fuera una cuestión de venganza. Le tragó al toro y acabó imponiéndose. Era su tarde. Octavio se jugó los muslos con un segundo que tuvo mucho peligro. De corta y aviesa arrancada nunca volvió la cara con él y esa entrega le valió el premio. Un sustazo vivió con el quinto, que luego huyó con descaro y sin opciones. Toro bueno se llevó David Mora, pero lo toreó por fuera y el castillo de naipes se desmoronó ipso facto. El sexto fue sobrero de El Tajo con movilidad y opciones. Lo intentó pero la tarde tuvo nombre y apellido. Diego Urdiales sentenció al natural. Y se consagró.
Ficha del festejo:
Las Ventas (Madrid). Última de Otoño. Se lidiaron toros de Fuente Ymbro. 1º, exigente y encastado; 2º, manso y peligroso; 3º, de buen juego; 4º, extraordinario; 5º, rajado y a la huida; 6º, sobrero de El Tajo, repetidor. Tres cuartos largos.
Diego Urdiales, de azul marino y oro, aviso, estocada, segundo aviso (oreja); estocada (dos orejas y dos vueltas al ruedo).
Octavio Chacón, de canela y oro, estocada (oreja); pinchazo, casi entera (saludos).
David Mora, de malva y oro, pinchazo, estocada baja (pitos); media estocada (silencio).
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