Feria de San Fermín
Dos trofeos en una corrida de museo
Sebastián Castella e Iván Fandiño cortan una oreja en una tarde de más a menos en San Fermín.
Pamplona. Quinta de San Fermín. Se lidiaron toros de la ganadería de Victoriano del Río, muy serios, aparatosos e imponentes. El 1º, buen toro, de mucha clase, entrega y codicia, sobre todo por el derecho; el 2º, toro bueno con ritmo, movilidad y entrega; el 3º, brutote y sin entrega; el 4º, movilidad, punto genio y al final sin entrega; el 5º y el 6º, rajados y deslucidos. Lleno en los tendidos.
Sebastián Castella, de grana y oro, estocada desprendida (oreja); y metisaca, pinchazo, descabello (silencio).
Iván Fandiño, de vainilla y oro, buena estocada, aviso (oreja); y estocada que hace guardia, cuatro descabellos (silencio).
Alejandro Talavante, de azul pavo y oro, pinchazo, estocada punto tendida, tres descabellos (silencio); y pinchazo (silencio).
Verle en el Gas ya era un espectáculo. «Jinetero» se llevó un buen puñado de miradas antes de pisar las calles. Esas matinales que vuelven loco a medio mundo. Y con toda la razón. «Jinetero» fue toro colorao y chorreado y con unos pitones descomunales. Imaginen; pues no, un poco más inmensos todavía. Y entonces, cuando uno menos se lo espera, vino el milagro y casi nos estalla en las manos a pesar de estar recién llegados a la plaza. Perdió las manos en la entrada al peto y galopó después en un lance de Chacón para empezar a pensar en el monumento. Castella lo esperó en el centro del ruedo, dos pases cambiados y cuando llegó el momento del toreo fundamental fue cuando nos pudimos recrear, por un lado el temple del francés y por el otro el ímpetu del toro, con una clase extraordinaria. Más redondo por el derecho, después de un ramillete de tandas, de manoletinas y toreo en las cercanías, metió la espada, un punto abajo pero inverosímil era entrar con esa barrera que tenía de pitón a pitón. El toro de la merienda, el cuarto, no fue para comer pipas precisamente. Tenía un reto ante él. Se movía el animal pero lo hacía con violencia. Templar su embestida era vital y determinar quién ganaba la partida, también. Ocurrió después, que ya con el pitón zurdo, el animal acabó por desentenderse. Muy correcto Castella y sin volver la cara.
«Filibustero» tampoco pasaba desapercibido. Toro imponente de Victoriano del Río, que se empleó luego de veras en la muleta con ritmo, entrega, largura en el viaje y por abajo. Fue buen toro y Fandiño lo supo ver en una faena medida, solvente, cimentada por ambos pitones y con el broche sanferminero de las manoletinas de rodillas. Se tiró con todo a matar. Y dejaba atrás lo hecho con solidez. Escalofrío daba ver desde el tendido los interminables pitones del quinto. Fue el alumno aventajado del encierro, que se adelantó a la manada. ¡Qué tremendo bicho! Rajadete y pegado al piso llegó el quinto a la hora del tú solo. No despegaba el toro ni del viaje ni de la seguridad que le proporcionaba estar hundido entre las rayas del tercio. En las cercanías y asentado intentó Fandiño buscarle las vueltas.
Otra cosa fue el tercero, brutote por el izquierdo y sin humillar por el derecho. Alejandro Talavante no nos hizo perder el tiempo. Probó uno y otro y lo despachó. Una mole infernal era el sexto. Por donde le miraras había toro, cundía un palmo más allá, terrible en la imaginación y en verdad inimaginable en la realidad. Con desparpajo y tijerillas le recibió Talavante como si aquello no fuera verdad, tan normal, tardó poco el animal en hacer sus cuentas y decidir quedarse al calor de las tablas, pensando si ir o no y apretando lo suyo en banderillas. Se contagió del desánimo a pesar de que el torero logró sacarle de las tablas, pero a estas alturas lo suyo era pura fachada, de museo eso sí; pero de embestir no hablamos. Con lo bien que había empezado la tarde... Si se pudiera elegir el orden.
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