Burgos

El Cordobés: «Ojalá hubiera otros diez mediáticos más, porque la Fiesta lo necesita de verdad»

El diestro rondará el medio centenar de paseíllos, a pesar del descenso de festejos

El Cordobés, en imagen de archivo
El Cordobés, en imagen de archivolarazon

En tiempos difíciles para la lírica, Manuel Díaz «El Cordobés» ocupa uno de los primeros lugares del escalafón después de un agosto plagado de compromisos con triunfo. La mejor terapia para una fractura en el meñique, en Gandía, que le apartó de los ruedos medio julio. Pese a ello, un año más, El Cordobés sigue en la brecha. Y es que, aunque para gustos haya colores, es incuestionable que su nombre vuelve a ser un reclamo para el aficionado y un valor seguro del empresario.

–Pese al percance en el dedo, le volvió a coger el pulso a la temporada en agosto.

–Pude cuajar toros en plazas importantes como Pontevedra, Huesca, Málaga o Gijón. Anímica y físicamente me siento en un buen momento, pleno como torero. Con ese poso y reposo que da la madurez de los años. Si Dios quiere, y a pesar de la lesión, acabaremos la temporada sobre los 50 festejos, que, para un torero de mi edad, está francamente bien.

–Porque las temporadas de más de cien paseíllos han pasado ya a mejor vida...

–Se ha notado una bajada palpable. Hay menos ritmo de viajes, el trasiego de la temporada no es como antes... Hubo que adaptarse y lo hice adecuadamente. Fue un reajuste por el contexto, pero también por mi asentamiento en la profesión. Ir a «revientacalderas» te obliga a saltar etapas. He bajado la velocidad sin perder intensidad. Ha llegado un punto en el que sólo busco justificarme conmigo mismo. Me siento liberado.

–¿Por qué?

–Yo entré por necesidad en esta profesión. No lo oculto. Me levantaba cada mañana para luchar. En este mundo vi una salida de escape y, cuando empiezas, las prisas por crecer obligan a sacrificar muchas cosas por ese escalón del reconocimiento. Hay más presiones. Estaba preparado para caerme y levantarme, porque mi vida era una página en blanco para la que sólo me dieron un bolígrafo: el del toreo. No había tinta de otros colores para escoger.

–¿Percibir la desaprobación tanto en lo familiar como en lo profesional despierta aún más el amor propio?

–Motiva más. Hay que ser valiente con nuestras ideas, aunque en ocasiones nos equivoquemos. A veces, somos demasiado protectores. Lo pienso muchas veces con mis propios hijos. Mi vida ahora es bonita, la que soñaba, porque le puse empeño en su día.

– Fábula con final feliz que algunos no comparten. ¿Se ha sentido incomprendido?

–Me siento privilegiado, pero, ¡ojo!, creo que también es el justo regalo a lo que antes he sembrado durante muchos años no tan gratos: por las dificultades para abrirme paso y porque, aunque mi vida es ahora una balsa de aceite, un torero no siempre lo ve tan claro. He tenido etapas de inseguridad como todos, pero he salido adelante amparado en mi familia. El toro la absorbe por completo, lo es todo para nosotros, y esa entrega se refrenda en mi madurez actual.

–¿Molesta la coletilla de «mediático» que acompaña a su carné de torero?

–Al revés, es un orgullo. Gracias a ser conocido, vivo en el ruedo día a día, soy un reclamo y el mercado ahora los ansía a gritos. Ojalá hubiera otros diez o doce mediáticos más, porque la Fiesta lo necesita de verdad. En otra entrevista, me preguntaban si El Juli es el Nadal del toreo y yo le respondí: «No, Nadal es El Juli del tenis». Hay una percepción nueva que parece empeñada en bajar varios peldaños el prestigio de un oficio tan mágico como ser torero.

–Por ejemplo, en Burgos, su bastión.

–Es una lástima que puedan derribar la plaza, esperemos que no lo hagan, si es necesario, habrá que echarse a las calles. Burgos es mi estandarte, desde novillero cuajé varios toros en El Plantío y su afición enseguida se identificó conmigo. Me siento querido y es mi emblema, de esos trampolines que cada torero tiene a lo largo de su temporada. Además, siempre he celebrado mi cumpleaños toreando allí, espero seguir haciéndolo en 2014.

–Vamos, que le queda cuerda para rato...

–Ni me planteo el adiós en este momento. Tampoco veo una cuenta atrás hasta cortarme la coleta. La familia de mi mujer me pregunta siempre a principio y final del curso: «Bueno, ¿cuándo? Ya va siendo hora». Todos los años les respondo igual, que me quedan tres, luego nunca se activa el temporizador. Lo que sí veo cada vez más claro es que será un tramo final más para mí, íntimo, que para el aficionado.

–Pero, con la carrera ya hecha y la vida resuelta, ¿no tira cada vez más la familia?

–Sigo con la misma ilusión por hacerme cuatro trajes nuevos y devorar kilómetros en la furgoneta. Esa intuición y esos miedos cuando te vistes de luces, esa certeza de no saber qué va a pasar en la plaza para luego gozar una gran faena junto al toro... Te engancha para seguir adelante. Incluso familia y toro se compenetran para llenarte humanamente: horas después de esa tarde de Málaga tan rotunda, jugaba en la orilla del mar con mi hija y su muñeca: la satisfacción era plena.

–Ya van veinte años de alternativa.

–Unos pocos, ¿eh? Nunca pensé que me dedicaría a esto más de veinte años... Disfruto desde que salgo por la puerta hasta que vuelvo a casa. Mi mayor riqueza es que la gente me quiere, porque el público es el que te pone y el que te acaba manteniendo. Mira, respeto a los que cuestionan mis formas; pero nadie puede decir lo más mínimo de mi entrega y amor por esta profesión, porque ha sido intachable.

–¿Cambiaría algo de estas dos décadas?

–Me acuerdo mucho de mi Pere –banderillero suyo fallecido en accidente de tráfico en 2004–, a menudo estoy en el callejón y me da la sensación de que está ahí mirándome, a mi lado... En lo artístico, he aprovechado lo que he podido, aunque la goma, en ocasiones, haya dado de sí saturada. Siempre se cambiarían cosas como torero y en lo personal también, pero sería egoísta; sólo pido memoria para acordarme de todo lo maravilloso de mi vida en unos años.