Toros

Sevilla

El plomo flota y el corcho se hunde

Morante de la Puebla, toreando ayer a la verónica
Morante de la Puebla, toreando ayer a la verónicalarazon

Que me perdone Javier Reverte por robarle el título de uno de sus magníficos reportajes de esos países centroamericanos en los que no hay principios que rijan las leyes ni hormas para la realidad. Pero es que no encuentro ningún material plástico, ninguna metáfora que ilustre mejor lo que ocurrió ayer en la Maestranza en la tarde en la que Morante volvió de la diáspora y las figuras retornaron al coso del Baratillo. El corcho, como en las tripas de ese país que describe Reverte, acabó hundiéndose y el plomo flotando. Una tarde de contrastes y las dos siluetas del genio unidas en un conjunto artístico de sombras chinescas en el que se coló la izquierda de platino de Talavante. Morante salió al tercio a recoger las palmas y los pitos en el cuarto después de que sonaran los tres avisos, se produjera un conato de cabestros y Lebrija tuviera que apuntillar al de Domingo Hernández emboscado en un burladero. Apuró la faena para tratar de sacar los pocos zumillos que tenía el burel y ahí fue cuando el reloj dictó sentencia para regocijo de algunos y la indiferencia de otros. Una tarde histórica, con sus luces y con sus sombras. Y fueron muchas las luces. Porque los tres avisos llegaron después de una faena que emborrachó de torería. No fue la faena redonda y compacta, pero sí de retazos y de detalles inolvidables. Es indeleble el recuerdo del molinete con la izquierda –¡quién da hoy un molinete con la izquierda!– enroscándose en corriente belmontina. Y los ayudados por alto aliviando al toro en los que sonaba de fondo el traqueteo del cinematógrafo y se podía ver la silla del Divino Calvo. Qué difícil es olvidar toda esta gama de detalles y qué difícil era ayer no acordarse del gran Fernando Carrasco.