México
José Tomás o ese gran desgarro del alma
El mito del toreo abre la Puerta Grande en su regreso a México cuatro años después y pincha una faena colosal en la despedida de su compañero Fernando Ochoa
Juriquilla (México). Se lidiaron toros de Los Encinos y Fernando de la Mora (3º, 5º, 6º y 7º, sobrero de regalo), bien presentados, salvo el de regalo, anovillado. El 1º, noble aunque flojo; el 2º, tardo; el 4º, con recorrido, recibió el arrastre lento como el 5º, de gran bravura y fondo; el 6º, deslucido; y el 7º, con recorrido. Lleno de «No hay billetes».
José Tomás, de verde esperanza y oro, estocada trasera y tendida (dos orejas); media estocada (saludos); cinco pinchazos, estocada casi entera, aviso (vuelta al ruedo). Fernando Ochoa, de canela y plata, metisaca, estocada (oreja); estocada desprendida (ovación); estocada baja (palmas); estocada desprendida (dos orejas).
La reaparición de José Tomás en la pintoresca plaza de Provincia Juriquilla, situada a 20 kilómetros de la ciudad mexicana de Querétaro, no sólo fue un acontecimiento trascendente para la Fiesta, sino una sinfonía de toreo en la que el maestro de Galapagar volvió a demostrar por qué se ha convertido en un torero de leyenda. Y con el espíritu del ganadero Pepe Chafick revoloteando en el ambiente, tras el minuto de aplausos a su memoria, José Tomás ofreció una actuación plagada de matices, repleta de torería e intensidad, en este mano a mano con su compadre Fernando Ochoa, que se despidió de los ruedos tras una honrada trayectoria profesional de 18 años como torero.
Desde distintas regiones de México y el extranjero llegaron los legionarios de José Tomás para disfrutar de una corrida íntima, repleta de respetuosos silencios, esos que antecedieron largos «olés» en la primera faena a un toro noble y flojo –de Los Encinos– al que acarició en muletazos de sedoso temple, y que remató de una estocada entera, algo tendida, de limpia ejecución, para cortar dos orejas que no paseó en la clamorosa vuelta al ruedo. El tercero no se prestó mucho al lucimiento, pero el público siguió con mucha atención un trasteo en el que intentó limar las asperezas del ejemplar al que toreó con autoridad.
Pero lo mejor vendría en el quinto, un toro bravo, con fondo, que se desplazaba metiendo la cara, y que no desaprovechó José Tomás para dejarle la muleta puesta, girar en los talones, y torear al natural con una largueza y un desgarro que provocó la emoción más fuerte en el tendido. Aquella que se había quedado contenida durante largos cuatro años, los mismos que el madrileño no pisaba un ruedo de México desde la trágica cornada de Aguascalientes, el 24 de abril de 2010.
Con la barbilla clavada en la hombrera izquierda, el vuelo de la muleta relajado y la plaza entera vibrando, José Tomás toreó de manera sublime. Llevó a «Rey de Sueños», de Fernando de la Mora, en trazos interminables, profundos, rematados por detrás de la cadera, que abrochó con sentidos pases de pecho. En esos instantes, el de Galapagar estuvo a punto de ser empitonado en uno de los frenazos del toro, que exigía una gran firmeza en los procedimientos. Cuando la faena llegó a su fin, el ánimo José Tomás se había vaciado. Levantó la espada sin ánimo, casi desmadejado, roto por dentro tras sufrir la catarsis de volver a sentirse vivo y señaló varios pinchazos. A nadie le importó este hecho, pues como bien decía el inolvidable Manolo Martínez, uno de sus mentores en su primera etapa como novillero en México, «las orejas son retazos de toros». El triunfo era suyo, porque era el triunfo del arte del toreo. Cuando éste brota con la fuerza de una impetuosa cascada de sentimiento recíproco y el torero se funde con las almas taurinas reunidas en la plaza.
En esta tarde tan emotiva, en la que Fernando Ochoa consiguió el milagro de convencer a José Tomás de torear otra vez en México, el michoacano no desentonó en su despedida y al primer toro de su lote, de la divisa de Los Encinos, le hizo una entonada faena que culminó con la concesión de una oreja.
En el cuarto y el sexto no tuvo opciones, y regaló un sobrero anovillado –la única mácula de una corrida en la que se cuidaron todos los detalles– . Con este ejemplar, del hierro de su tocayo De la Mora, el moreliano se gustó mucho en distintos pasajes, cobijado por los acordes de «Las Golondrinas», esa lánguida melodía mexicana que suele tocarse al calor de los tequilas en las tristes despedidas. El propio José Tomás le desprendió el añadido en los medios y luego se fundieron en un largo abrazo antes de ser izados a hombros en medio de la algarabía de fuegos de artificio, con el público contagiado de emoción y esa cara de felicidad tan grande que nos queda cuando salimos de una tarde de toros de las que hacen afición.
Enhorabuena al empresario Juan Arturo Torres Landa, el carismático Pollo, como le dicen cariñosamente. Artífice de este reencuentro de José Tomás con la afición de México. Punto de inflexión y logro –en el que se involucró el Gobierno de un estado donde la Fiesta ya es Patrimonio Cultural Inmaterial– que ojalá sea el ejemplo definitivo y fehaciente de que los toros son una expresión de identidad. Una tradición de nuestros pueblos, y una fuente de riqueza para los distintos sectores de la sociedad.
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