Ferias taurinas
La voluntad y el destino
Talavante es un héroe. Se plantó de sangre y azabache en las rayas del tercio de Madrid, miró al cielo y asumió una de sus gestas vitales. Seis cárdenos de Victorino debían cambiar su suerte. La voluntad del torero estaba como una moneda en el aire a disposición de todos los que amamos este viejo arte de Cúchares. La campaña de publicidad, maravillosa, comprometida, afortunada y financiada para sonrojo de los taurinos cutres, precedía el acontecimiento. Luego, los toros del de Galapagar no permitieron la expresión artística de un torero que aspira ser único y en la parte noble de la historia del Cossío.
Uno a uno, los pavos de Victorino, por mucho que chuflas venteños afearan su presentación, no permitieron que la indómita voluntad del diestro extremeño pudiera tener ley. ¡Hay que tener mucha raza para intentar torear frente al viento del coso venteño, un público indocumentado y unos toros que no permitieron triunfo alguno! Sólo el brillo del tercero y un toreo al natural en los medios salvaron una tarde con tintes depresivos. El torero pacense no se tapó, más aún, lo dio todo en momentos a contraestilo. Los toros se acordaban de la dehesa de donde venían; el público, gélido como la tarde y Talavante fue hundiéndose piano piano en un quiero y no puedo tan propio de las encerronas sin éxito de Madrid.
Ni la espada ayudó al diestro, ni los laberintos en los que toro a toro se fue sumergiendo Alejandro ayudaron para que la Feria de San Isidro tire hacia arriba.
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