Toros

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San Fermín: el corazón a mil sin mover los pies

6:00 AM: jornada de encierro en la plaza de toros de Pamplona con los toros de José Escolar

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6:00 AM: jornada de encierro en la plaza de toros de Pamplona con los toros de José Escolar.

6:00 am en pie. No cuesta. No hay miedo. No existe el desasosiego de jugarse la vida, más bien la incertidumbre de la lluvia. Impensable afrontar ese reto de correr un encierro de San Fermín con miles de personas, con miles de piernas esquivándose a sí mismas primero, al barullo después, al preámbulo de la fiera de inmediato y a los pitones salvajes en el momento más inesperado. No está en la agenda. En ninguna idea. El plan es otro. Está previsto de hace días ir a la plaza. Otra vez. La plaza de la misericordia se convierte en la segunda casa por San Fermín. Son plazas distintas, vidas distintas a las siete de la mañana, mucho más a las ocho, y luego a las seis. Ya de la tarde. Dos mundos diferenciados entre el sol y la sombra.

A las 6:00 a.m Pamplona está dividida entre los que se acuestan y los que se levantan con el miedo en el cuerpo, con la inquietante necesidad de exponerse en busca de una adrenalina única, la emoción del animal, la brutalidad de ponerte el corazón a mil en esa ecuación imposible entre tu cuerpo, la fiera y la incertidumbre. Y ahí vive el misterio entero. Indescriptible. Como las caras, el miedo ante el toro es irreproducible, viene de las entrañas. Pasamos de la imagen de aquellos que acaban de llegar después de toda la noche de farra y el contraste es más profundo todavía. Alrededor de las 7:00 la llegada al coso es sigiloso, el contrapunto perfecto a lo que te espera en el interior. Un llenazo. Música. Ambiente. Diversión en la espera. La cuenta atrás de las asfixiante ocho de la mañana. Los segundos van aplacando las emociones, exactamente a la vez que las imágenes de los corredores nos trasladan a la oscuridad del miedo que ocurre ahí afuera, tan cerca y tan lejos de esta multitud. De este blanco y rojo. De alguna sudadera para paliar el fresco. Roja casi siempre.

Las pantallas gigantes nos conectan con el exterior como la meditación con el interior del alma hasta construir un hilo invisible por el que estamos todos unidos con el cántico “A San Fermín pedimos”. Y pedimos, porque en esos momentos, en esos instantes, el miedo también es nuestro, nos corresponde e incluso ahoga. Hermanados antes el dios toro. El tótem por el que gira la grandiosa fiesta de San Fermín. Se repite el cántico. Los corredores hacen sus últimos estiramientos y en la plaza el jolgorio se va convirtiendo en expectación y entonces, solo entonces, se escucha, como un disparo en el corazón el cohete anunciador. Y sabemos, ya todos sabemos, adultos y niños, porque el toro aquí se mama desde la cuna, que justo ahí se abre la Puerta a los toros. Los seis toros de la ganadería José Escolar con sus puñales de fuego y su multitud de historias, como aquel toro que se dio la vuelta. Y la historia repetida. Encaminan las calles míticas, Santo Domingo, la cuesta, la curva tremenda, los miedos, las caídas, lo que parece, lo que vemos, lo que creemos ver y lo mucho que el ojo, ni el corazón es capaz de percibir. Hasta que poco a poco en la plaza vemos aparecer a los primeros corredores, a los que se les pita por “jetillas”, van llegando los valientes después y los locos y los que se desviven por hacer una buena carrera. Viene el parte después. De heridos, de carreras, de buscarse unos y otros. De reencontrarse “donde siempre” y regresar con felicidad y el cuerpo henchido a ese “decíamos ayer” con San Fermín en la boca y en el pecho.

Hay fiestas difíciles de contar pero que viven ancladas en las emociones. Hemos cerrado solo la primera etapa. Esta tarde a las seis nos esperan esos seis. Los seis toros. Los tres toreros. Los tres valientes con honores: Fernando Robleño, Javier Castaño y Pepe Moral. Con sus nombres. Unos y otros. Con sus desafíos, con todos los condicionantes del encierro, con los desafíos al cuadrado. La Fiesta tan viva, tan nuestra no nos da tregua... Eso es San Fermín. Un todo. Un todo muy nuestro.