Feria de San Isidro
Sólo el valor de Jiménez Fortes
La terna se estrelló con el desrazado ganado en una octava de feria gris y sin lucimiento
Las Ventas (Madrid). Octava de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, muy desiguales de presentación, una escalera. En su conjunto, faltos de raza y sin clase ninguna en la muleta. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de catafalco y plata, dos pinchazos, estocada casi entera (silencio); dos pinchazos, pinchazo hondo, descabello (bronca).
José María Manzanares, de nazareno y oro, dos pinchazos, aviso, casi media, dos descabellos (silencio); estocada (saludos).
Jiménez Fortes, que confirma alternativa, de pizarra y plata, estocada, pinchazo, estocada (palmas); pinchazo, estocada, descabello (saludos).
Casi un mes después de dibujar esa media eterna a compás abierto en Sevilla que tiene aún enloquecido a medio orbe taurino, Morante pisó Madrid. Al menos, de cuerpo presente. Ya por la mañana, se había dejado ver por el albero venteño, supervisando a pie de obra el arreglo del piso, maltrecho tras la lluvia y la acelerada chapuza del día anterior, que desembocó en más de media hora de retraso. Por la tarde, trenzó el paseíllo con un precioso terno catafalco y plata, casi calcado al de Jiménez Fortes. Le correspondió primero en suerte «Deriva», negro que se protestó más atendiendo a la tablilla que a su presencia. Tras sujetarlo, Morante clavó las zapatillas, hundió el mentón y le pegó dos buenas verónicas. La tercera, sublime, meciendo el percal con suavidad y acompasando el cuerpo a la acometida. Pero el animal se entretuvo, embelesado, con el movimiento del burladero, y nos quedamos con la miel en los labios. No hubo más. Ni un posterior quite. Al revés, demasiados capotazos en su lidia que no colaboraron. Tampoco al burel le sobraban las energías. Morante dejó un par de buenos trincherazos para sacárselo al tercio. Preludio de la nada. Tan sólo una serie larga, muy larga, de más de una decena de naturales a media altura y sin apreturas, pero limpios. Con rumores y algún pitido en el tendido. Morante no alargó la espera y abrevió.
El cuarto fue toro con mucha más plaza que sus hermanos. Alto de cruz, zancudo y largo. Una pieza de puzzle imposible de encajar en este encierro.
Morante no sacó a relucir su excelso capote y, como en el primero, la lidia de su cuadrilla tampoco fue la mejor. En la muleta, hubo uno, dos, tres muletazos de castigo por abajo. Al cuarto, el animal se frenó y Morante aceleró, pero camino de las tablas. A por el acero. Lo despachó sin darse la más mínima coba en plena bronca desencadenada. Gritos de fuera, sonido de viento y hasta algún pañuelo blanco y no para pedir la oreja precisamente.
José María Manzanares también se estrenó en este San Isidro. Sevilla fue un frenético tobogán en el que la botella quedó medio llena, o medio vacía, al gusto del consumidor, como los palos y los halagos. Madrid en la lontananza era el salvoconducto para dirimir cuál de las dos sendas tomar. Y el alicantino sigue ahí, como esa pelota de tenis que pega en la cinta y no sé sabe de qué lado va a caer. Sorteó en tercer lugar un «Cotorra», lavadito de cara y sin remate, en el que trazó una faena aseada en los medios. Limpia, pero sin romper. Faltaba conectar con el tendido y lo logró con sendos cambiados por la espalda hilvanados con el de pecho, que calentaron al respetable. Luego, volvió a salirse de sus registros para terminar su quehacer por manoletinas. No tuvo la habitual soltura con la espada y lo pinchó.
Al quinto, en el que Morante logró redimirse con hasta tres quites providenciales a Jiménez Fortes –ni un papelillo de fumar cabía en su ajustado quite por chicuelinas– y Juan José Trujillo –notable con los rehiletes– por dos veces, le planteó una faena entonada en la que estuvo muy por encima de un animal que nunca se empleó. Hubo derechazos corriendo la mano y templando, pero no estaba aquello para remontar. Y más con un sector del «7», como ya hizo en su primero, tratando de reventar su labor. Esta vez sí, estuvo certero con la espada y saludó desde el tercio.
Saúl Jiménez Fortes completaba la terna y el póker de confirmaciones consecutivas iniciado el lunes. El malagueño rompió plaza con un bonito melocotón. «Odioso», de nombre, para que conste en las hemerotecas. Tan sólo quedará reflejado allí por ser el toro de la ceremonia, porque el toro no tuvo demasiada historia. Ni claridad en sus embestidas ni entrega. Manejable sin más, pasaba y se dejaba, pero no hubo demasiada emoción. Hubo algún natural estimable, suelto, pero sin continuidad. Jiménez Fortes, que antes sí pudo sacarle un ceñido quite por chicuelinas, estuvo asentado y dispuesto, incluso terminó acortando distancias para meterse entre los pitones. Sufrió una fea voltereta, sin consecuencias, al hacer la suerte suprema en el primer viaje. Tibias palmas.
Cerró su lote en el sexto ya al filo de las nueve de la noche. Pareció tener una pizca más de emoción en la pañosa del costasoleño, pero hizo honor a su nombre, «Engañoso», y después de una buena tanda en redondo, se lo pensó más. Entonces, Fortes puso todo el picante. Arrimón seco, aún mayor que al de la confirmación, para demostrar sus ganas de estar y de ser. Uno a uno fue robando muletazos en las cercanías hasta arrancar las palmas de aprobación de un tendido, ya para entonces, más que desangelado: ni Morante, ni Manzanares, ni toros... Y ese frío latoso que se resiste a partir. Tarde de expectación, tarde de decepción.
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