Feria de Málaga
Talavante, toreo bueno y espada de medio filo en tarde de vacío
El extremeño recogió una ovación del sexto, en lo único reseñable de la corrida de expectación
Las Ventas (Madrid). Vigésima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de El Pilar, terciados de presentación. El 1º, con calidad pero muy flojo; el 2º, noble y de buena condición, aunque se raja; el 3º, deslucido por renqueante; el 4º, sosote y de poca historia; el 5º, noble y sosote; y el 6º, noble, de buen aire, pero con la fuerza justa. Lleno de «No hay billetes».
Sebastián Castella, de marino y oro, metisaca, estocada (silencio); pinchazo, estocada tendida, aviso (silencio). José María Manzanares, de azul pavo y oro, estocada (silencio); dos pinchazos, media (silencio). Alejandro Talavante, de canela y oro, estocada atravesada (silencio); media tendida, dos pinchazos, estocada, aviso (saludos).
Que Talavante meciera el capote a la verónica en el sexto ya nos pareció agua en el desierto. Nada había pasado con el «No hay billetes» colgado en taquilla. Y nada es nada sin matices. Silencios como losas. Talavante se templó en dos verónicas y una media de mucho pulso. Había algo. Había algo detrás, actitud, querer. Brindó al público el último toro de una corrida de El Pilar, que esta vez no estuvo bien presentada, no era cuestión de kilos, ni de peso, estaba marcado por el principio de la seriedad, de la igualdad de condiciones del toro de esta plaza. De hecho, por peso hubo un toro, el quinto que marcó los 642 en tablilla. Y por ahí ya estuvo la tarde enrabietada. Ese sexto, pongamos nombre, «Fantasioso», tuvo nobleza en el último tercio y también buena condición para querer perseguir el engaño, lástima que le faltara un punto de fuerza para mantener el envite hasta el final. Talavante alternó en el centro del ruedo tandas con una mano y con la otra, tiempos entre medias, oxígeno para el toro, cada embestida había que amortizarla. Y así lo hizo, más largura tuvo el toro por el derecho y por ahí cuajó Talavante algunas tandas de mucha expresión y lentitud. No hubo látigo, ni pases de más. La armonía presidió una labor que recompensaba, o lo pretendía al menos, las dos horas de mirarnos las caras por las que habíamos transitado. A esa endiablada espada le volvió a fallar el filo. Ni una vez ni dos. Y el pequeño castillo de naipes que habíamos levantado a última hora, bajo la batuta del toreo del extremeño acabó por desmoronarse. Saludos para Talavante. Dos de tres tardes vencidas. La última carta se pospone a dentro de una semana, menos ya. Corrida de Beneficencia, con El Juli y Fandiño y la corrida de Alcurrucén el próximo miércoles.
Hasta ese momento, hasta que saltó al ruedo el sexto, la corrida estuvo imbuida por un manto de no sé qué, pero el ruedo y el tendido era dos vasos no comunicantes. Dos mundos distintos, dos lenguajes condenados a no entenderse.Ya el primer toro quiso. Pero querer en este caso no es poder y al toro le fallaron las fuerzas. Sebastián Castella reaparecía después de una cornada en la axila en Osuna. Las imágenes de la cogida reafirman la fe en Dios. La faena con ese primero no pasó a mayores. El cuarto anduvo por allí, sin molestar pero sosote. Y la labor del francés persiguió la misma línea. La corrida no tenía ni un puñetero argumento.
El segundo no nos podía traer mejores recuerdos. De nombre «Niñito», como el grandioso toro que lidió David Mora en la pasada Feria de Abril de Sevilla. Este, el de Madrid, tuvo buen tranco, colocaba bien la cara en la muleta, abajo y con nobleza. Nada comparable a aquéllo, es más éste se rajó pasado el ecuador de la faena de Manzanares que en esta plaza no se le transige. Tampoco el torero cruzó esa línea. El quinto fue un toro de medianías, de medias arrancadas, noblón y con el fuelle justo. Y la faena de Manzanares, también.
El tercero, ramplón de presencia, de Talavante no se sostenía bien de los cuartos traseros. Lo aguantó el presidente. Y nos lo zampamos el resto. Por eso hasta que no salió el sexto no vimos la luz y eso que poco tiempo después nos atrapó la noche.
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