Feria de San Isidro
Un tío llamado Alberto Aguilar
La presidencia birla la Puerta Grande al madrileño; cornada de 25 centímetros a Chechu en el toro de su confirmación
Las Ventas (Madrid). Decimoséptima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Montealto, desiguales de presentación. Ásperos y sin franqueza en la muleta salvo el 5º, más dulce y noble, pero con poco fondo. Más de tres cuartos de entrada.
El Capea, de berenjena y oro, buena estocada (silencio); dos pinchazos, estocada baja (silencio); tres pinchazos, estocada (silencio).
Alberto Aguilar, de azul eléctrico y oro, estocada atravesada (oreja); estocada tendida, siete descabellos (silencio); pinchazo, buena estocada (vuelta al ruedo).
Chechu, que confirmó la alternativa, de vainilla y azabache, herido.
Parte médico de Chechu: «Herida por asta de toro en la cara posterior del muslo izquierdo con una trayectoria de 25 centímetros hacia dentro y arriba, que causa destrozos en isquiotibiales, contusiona el nervio ciático, contornea el fémur y alcanza músculo crural». Pronóstico «grave».
Era tarde de regresos. Primero, las nubes, amenazantes. Volvía El Capea después de un año en blanco en los ruedos españoles. Hacía lo propio Chechu –tabaco gordo de 25 centímetros en el muslo izquierdo– para confirmar doctorado, más de un lustro después de sus años de novillero. Ídem el hierro de Montealto, tras muchas novilladas en el coso venteño, debutaba con corrida de toros. Y, a última hora, en sustitución de Fernando Cruz, fuera de combate con una bronconeumonía de caballo –¡cuánta injusta mala suerte para este torero!–, retornó también Alberto Aguilar. Suya fue la tarde. No hubo dos sin tres. A los serios toques de atención del 2 de mayo y la de Escolar, se sumó ayer el más fuerte. Rozó con la yema de los dedos la soñada Puerta Grande de la que sólo pudo apartarle la necedad de un presidente con esperpéntico afán de protagonismo. ¡Qué falta de sensibilidad!
El Alfa de la tarde nos había situado en la confirmación de Chechu. Muchos años de alternativa a las mismas puertas de Madrid, esperando desde su San Sebastián de los Reyes el gran día, la oportunidad soñada. Llegó y El Capea le cedió la muerte de «Cuartelero», propiedad del también sansero Agustín Montes. Sin embargo, su paisano le «regaló» una prenda de cuidado. Ofensivo por delante, salió suelto en el primer puyazo y en el segundo cantó la gallina. Derrotes y tornillazos en las telas, que fueron a más con la franela. Muy reservón, midiendo siempre. Sin pasar. Había que provocar su arrancada y en uno de los cites llegó la desgracia. El animal le sorprendió y le echó mano. Ya en el suelo, llegó la cornada. El burel le rebañó con un derrote seco en la parte posterior del muslo izquierdo. Intentó seguir en el ruedo, pero al instante se desmayó fulminado. Lo pasaportó de gran estocada El Capea y la terna quedó en un improvisado mano a mano.
Se corrió turno y el madrileño sorteó en segundo lugar un «Fandanguero» con poco arte, pero muchas y malas intenciones. Toro exigente que tampoco se empleó en el peto. Brindó al público Aguilar y comenzó por toreros doblones para someter su embestida. Sin atacarle en las primeras tandas en redondo, en las que le marcó varias veces la cornada, el diestro tragó lo suyo ante una embestida incierta y con peligro sordo. Se echó la mano a la izquierda y entonces despegó su labor. Naturales de enorme mérito, que fue robando de uno en uno, cruzándose al pitón contrario. Excelente la colocación. Esfuerzo importante. Siguió una segunda serie más por este lado con idéntico resultado. Bueno el de pecho, ligado con el recurso de un vistoso afarolado. Con mucho sabor los trincherazos finales para cerrar al de Montealto. Hundió la espada entera, algo atravesada pero de efecto fulminante, y afloraron los pañuelos para lograr una merecida oreja.
Imposible fue el segundo de su lote, que como buena parte de sus hermanos tiró un molesto gañafón en la muleta del valeroso madrileño. Tomaba el primer muletazo, pero en el segundo protestaba y topaba en los engaños. Escalofriante el pitonazo que le infirió en la mejilla en uno de sus múltiples calamocheos. Aguilar lo probó por ambos pitones y, vistas las dificultades, optó por abreviar. Se le atragantó más de la cuenta el verduguillo.
Una bala más le quedaba en la recámara en el sexto. Le pegó una larga cambiada para recibirlo y se lo sacó a los medios, donde le pegó tres verónicas a cámara lenta. Preciosas. Galleó por chicuelinas y la cuadrilla le acompañó con una buena lidia. Lo citó desde los medios Aguilar y el castaño fue como una centella. Derechazos con mucha transmisión por abajo domeñando la embestida del toro. Menos lucida la serie siguiente, la faena volvió a coger vuelo en la tercera. Muletazos de mano baja perdiendo pasos para ligarle, pero bien colocado. Notables los de pecho, de pitón a rabo. Terminó su labor arañando algunos pases al abrigo de las tablas. Pinchazo antes de una buena estocada. La petición, mayoritaria. La presidencia, como el año pasado ante los «Victorinos», miró para otro lado. Incomprensible, absurdo... Pongan ustedes el adjetivo.
Por su parte, El Capea recibió como tercero, a un colorado que hizo hilo y esperó lo suyo en banderillas. En la pañosa, áspero. Con la cabeza por las nubes, desparramando la vista y sin humillar, se terminó rajando camino de los terrenos del «4». Allí, terminó por apagarse un trasteo que nunca tuvo lucimiento.
«Colgado» fue el cuarto, lidiado en quinto lugar, de Montealto. Acapachado de cuerna y de menos presencia que el resto del encierro, también desarrolló más nobleza que ellos. Mucha bondad y buen son. Lo entendió el torero de dinastía en una tanda de derechazos despacio y acompasando la lenta movilidad del toro. Luego, la faena se diluyó. El salmantino no volvió a coger el pulso al toro y, despegado, su quehacer pasó sin pena ni gloria.
Todo lo contrario que Alberto Aguilar, dos faenas muy importantes. Hecho un tío. Muy de verdad otra tarde más. Ya van unas cuantas...
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