Feria de Bilbao
Urdiales, la diferencia entre ser y parecerlo
Gran faena del riojano que corta dos orejas, sale a hombros y repite hoy en la última de Logroño
Logroño. Cuarta de la Feria de San Mateo. Se lidiaron toros de El Torero, correctos de presentación. El 1º, buen toro, noble y de honda embestida; el 2º, de buen juego; el 3º, descastado y sin querer pasar; al 4º, descastado, le cuesta pasar; el 5º, repetidor y pegajoso, de media arrancada; y el 6º, exigente y punto violento. Menos de media entrada.
Diego Urdiales, de azul marino e hilo blanco, estocada en la yema de efecto fulminante (dos orejas); pinchazo, estocada (saludos). El Fandi, de caña y oro, estocada que hace guardia, pinchazo hondo, descabello (saludos); media, dos descabellos (silencio). Iván Fandiño, de coral y oro, estocada caída, tres descabellos (silencio); cuatro pinchazos, estocada corta, aviso, dos descabellos (silencio).
La faena de Urdiales nos sobrevino de sopetón en el primero y anduvimos a la deriva después. Paladeando, buscando caminos que nos devolvieran a aquel punto de partida en el que habíamos sido felices. Esa base de la que nace el misterio de la Tauromaquia y que cada vez se sostiene menos: la torería. Una manera de estar, de ser que va más allá del muletazo, lo envuelve, pero lleno desde la raíz, redondo, macizo. Esa sensación de llenar los espacios, los huecos, los márgenes en blanco, sin necesidad de venderlo ni venderse. Ese algo que va intrínseco, ese algo que muere y mata como única alternativa en el lejano, intocable, círculo del ruedo, el de los miedos y los desvelos de una plaza de toros. En el toreo de Urdiales hay mucha verdad, muchas miradas al pasado y una búsqueda que ha dado sus frutos. Además de una lucha contra un sistema envenenado y encaprichado en premiar y repetir una y otra vez sota, caballo y rey, aunque esa sota, caballo y rey disten mucho de la esencia de la Tauromaquia. Este es el sistema, que aceptamos y mantenemos. Mantienen, y entre muy pocos. Urdiales se encontró ayer con un toro de El Torero, que abrió plaza, y tuvo muchas cosas buenas, entre ellas la nobleza, la viveza en la embestida y la repetición. Con eso, en la ortodoxa verticalidad de antaño, sin necesidad de moldearse para echarse el toro para allá, porque en realidad el muletazo lo remataba acá. ¡Dichosos matices los que ultrajan o engrandecen el toreo! Así, cosió el riojano tandas de arrebatada profundidad en la también honda arrancada del toro. Ambos, en ese momento, en ese muletazo, en esa tanda, tenían una fuerza brutal, todo ocurría en muy poco espacio, muy auténtico. Más desigual fue el toreo zurdo y soberbios los remates ayudados a dos manos para poner fin a la obra. Y de qué manera. Una estocada en la yema, de las que subliman la suerte suprema, apenas dos o tres segundos para el toro irse al otro mundo. En ese infinito descanso había sido un buen cómplice. Dos pañuelos asomaron por presidencia. No se le cambió la cara a Urdiales. Ya tenía la Puerta Grande abierta. El único matador que lo ha logrado en lo que llevamos de feria. El cuarto fue toro descastado y sin querer viajar.
Nobleza y repetición tuvo el segundo, que le tocó a El Fandi. El granadino sumó muchos pases. Pero la cantidad no es calidad en el toreo. El quinto fue pegajoso y no echó tiempo de más.
Fandiño se justificó con un tercero, descastado pero que fue desarrollando, que le costaba pasar y no acabó de tomar la medida a un sexto, violento y exigente, pero que por el izquierdo empujaba más en el engaño. Por el otro pitón sus cuentas eran otras, más orientado. De ahí que desde que Urdiales lidió al primero, anduviéramos a la búsqueda. Rememorando. Vuelve hoy a Logroño, por el camino de la sustitución. Ya había marcado la diferencia entre ser y parecerlo.
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