Sevilla
Victorino y la incertidumbre
Ninguno de los seis «victorinos» que saltaron ayer a la Maestranza recordó a los grandes nombres que adornan la historia de esta ganadería en Sevilla. Ni sombra de «Borgoñés», de «Mecanizado», de la tanqueta de asalto que fue «Cobradiezmos» y que sigue prolongando la estirpe guerrera en la finca «Las Tiesas». No fue la corrida que le hubiera gustado a Victorino Martín como tributo a su padre; pero lo que no estuvo es totalmente ayuna de emoción, ese mal que tanto abunda y que tantas aficiones mata. Hubo subidas y bajadas de tensión, climacs y ciertos interludios pero Victorino Martín sigue siendo sinónimo de incertidumbre porque casi nunca se sabe quién ni cuándo va a ganar la partida. Al tercero lo pitaron porque dicen que esquió con los cuartos traseros. Menos mal que estaba inválida la criatura... Que se lo pregunten a Juan Contreras. El toro se emboscó en el tercio y le soltó un navajazo en el pecho cuando se descubrió para clavarle las banderillas que fue milagro o providencia que ahora no estemos hablando de una tragedia. Que le pregunten a Daniel Luque cuando trató de meterlo en la muleta y le volaron los hachazos buscando la carne de los muslos. Ya hemos dicho que no fue la corrida soñada, pero las cardíacas portagayolas de Manuel Escribano metieron al público por el camino del disfrute y del miedo. No es el momento ni el día de ponerse estupendos que estamos en feria pero hay en los toros algo de ese «pathos» trágico que produce a la vez admiración y rechazo: el deseo de ver entre los dedos cuando el quinto salió como el mortero de un bazuca por la puerta de chiqueros y se le paró a Manuel Escribano, al que le tableteaban las piernas de hinojos en el albero, a un metro de los alamares. No fue la corrida esperada y menos después de lucir la vitola del mejor encierro de 2017. Estamos de acuerdo. Pero que todas las malas corridas que nos esperan sean como esta mala corrida de Victorino.
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