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«El asesinato de Gianni Versace»: Una tragedia envuelta en terciopelo dorado

Llega a Antena 3 el fascinante retrato del hombre que mató al célebre diseñador italiano.

Escena de la serie en la que aparecen Versace (Edgar Ramírez), a la derecha, junto a su pareja Antonio D'Amico (Ricky Martin)
Escena de la serie en la que aparecen Versace (Edgar Ramírez), a la derecha, junto a su pareja Antonio D'Amico (Ricky Martin)larazon

Llega a Antena 3 el fascinante retrato del hombre que mató al célebre diseñador italiano.

El 15 de julio de 1997, un hombre llamado Andrew Cunanan mató a disparos a Gianni Versace frente a la mansión del diseñador en Miami, poniendo así punto final a una espiral homicida que ya había causado las muertes de otras cuatro personas; y días después, acosado por la policía, se suicidó. Se cumplían así sus sueños de convertirse en una celebridad, aunque de una manera sin duda macabra y, a pesar de lo que él mismo esperaba, no especialmente duradera. Poco después, ya nadie se acordaba de él.

Eso, en todo caso, es algo que a buen seguro cambiará con la absorbente y espeluznante recreación que Antena 3 emite desde esta misma noche, titulada «El asesinato de Gianni Versace» pese a que en realidad debería llamarse «Los asesinatos de Andrew Cunanan». Porque en ella, en efecto, Versace (Edgar Ramírez) es solo el nombre que figura en la etiqueta. Tanto él como su familia –su novio, Antonio D’Amico (Ricky Martin), y su hermana, Donatella (Penélope Cruz)– tienen roles sustanciales solo en los primeros dos episodios de la serie.

Encarnado por el actor Darren Criss, a cambio, Cunanan es un ser memorable, encantador e inteligente, volátil y maníaco e inseguro y petulante, y tan seductor y aterrador como la estatua de Medusa que inspiró el logotipo de Versace. Y, sobre todo, un mentiroso patológico, tan persuasivo que nos camela hasta a nosotros pese a que sabemos de qué horrores es capaz. Y lo sabemos porque conocemos la historia, claro, pero también porque en términos de cronología la serie avanza a la inversa.

El sueño americano

Comienza la mañana del asesinato del modisto, y luego va retrocediendo en el tiempo, episodio a episodio, a través de la vida de Cunanan, hasta una infancia problemática durante la que le enseñaron que no importa quién seas siempre y cuando aparentes tener mucho y muy caro, y se obsesionó tanto por el sueño americano que se convirtió en una pesadilla ambulante. Se sentía destinado a la grandeza y quizá vio en Versace –que como él era un inmigrante gay fascinado por la opulencia, y que a diferencia de él tenía talento y éxitos masivos– un recordatorio de lo que él merecía y no poseía.

«El asesinato de Gianni Versace» es, recordemos, la segunda entrega de la serie de antología «American Crime Story», creada por Ryan Murphy. Si la primera, «The People v. O.J. Simpson», llevaba a cabo una reflexión sobre la raza en Estados Unidos, esta nueva tanda de episodios rememora lo que suponía ser gay en aquel país hace dos décadas: la soledad, el deseo reprimido, los efectos psicológicos de la homofobia internalizada. Por aquel entonces la amenaza del sida seguía plenamente activa y el armario estaba más profundo, oscuro y superpoblado que nunca. La serie recuerda el miedo que la comunidad gay tenía a hablar y lo vulnerable que eso la hacía incluso frente a sus propios miembros. También deja claro la responsabilidad que en los asesinatos tuvieron tanto el FBI, que cometió incontables errores, como una prensa que no se interesó por muertes de hombres homosexuales hasta que fue demasiado tarde.

En la ficción, los asesinos generalmente son presentados en el contexto de investigaciones policiales, y eso hace que nuestro interés en ellos tenga coartada: los detectives necesitan saberlo todo sobre ellos porque quieren detenerlos, y por tanto, nosotros podemos disfrazar nuestra curiosidad morbosa de motivos legítimos. Pero en «El asesinato de Gianni Versace» la policía apenas asoma la cabeza, por lo que la fascinación que Cunanan nos despierta no tiene excusa y eso la convierte en algo sórdido. Es posible que sentir algo así incomode a algunos espectadores; otros tal vez consideren que pasar nueve episodios junto a un ser tan degenerado es una experiencia extenuante y miserable. Quizá, pues, esta no sea una serie para todos los públicos. Pero eso, por otra parte, la convierte en una obra especialmente provocadora, perturbadora y psicológicamente compleja, que no justifica a su protagonista pero sí trata de comprender cuánto necesitaba ser querido y qué poco equipado estaba para ello. Y que, en última instancia, es cierto, le proporciona aquello que más quería: ser recordado. Decida usted mismo si eso le plantea reparos morales.