Estreno
«El joven Sheldon»: La América profunda no puede con el niño prodigio
Movistar Series estrena la precuela de «The Big Bang Theory» en la que Jim Parsons, que encarna al físico, ejerce de narrador de su propia niñez y debuta además como productor ejecutivo
Movistar Series estrena la precuela de «The Big Bang Theory» en la que Jim Parsons, que encarna al físico, ejerce de narrador de su propia niñez y debuta además como productor ejecutivo.
Hay espectadores con frac que forman la aristocracia de las series, que odian a Sheldon Cooper, o le ignoran, por ser el estandarte de «The Big Bang Theory», una comedia que no merece la más mínima consideración para ellos. Otros, entre los que me encuentro, creemos que es uno de los personajes más resultones que ha dado el género, que está varios escalones por encima de los idolatrados protagonistas de «Friends». Pero ese es otro debate. Los productores de la serie intuyeron que quizá ya era hora de que la audiencia supiese cómo era su niñez narrándolo en primera persona. Que la precuela iba a contar con el visto bueno de la CBS, que emite la serie original, era de cajón, ya que «The Big Bang Theory» le proporcionó en la décima temporada un promedio de 19 millones de espectadores. La gallina de los huevos de oro tiene que seguir produciendo y ya está lista para hacerlo con «El joven Sheldon», que preestrena Movistar Series el martes, al día siguiente de su estreno en Estados Unidos.
Cómo hacer amigos
«Esta ropa deportiva está fuera de las áreas designadas», «la camisa de esta chica es transparente y se le pueden adivinar los pechos», «también viola el código escolar tener un poco de bigote»... Estas son algunas perlas que suelta sin filtros Sheldon Cooper cuando se presenta a una clase llena de hormonados adolescentes, con los que comparte aula a pesar de tener nueve años y vivir en el este de Texas. ¡Así se hacen amigos, señores! Si a eso sumamos que aparece en el instituto con una camisa de cuadros y una pajarita para desazón de su madre –aunque él dice, «a lo mejor creo tendencia»– estamos ante un niño inadaptado que progresó inadecuadamente en los años posteriores, ya que no solo no modificó su conducta, sino que la potenció.
Al frente de la serie está Chuck Lorre, el mismo que le está dando tantas alegrías a la cadena desde «Dos hombres y medio» y que hace un mes cerró un acuerdo con Netlix para realizar una comedia. Y es que sí, también las plataformas de pago, además de series de una calidad suprema, necesitan otras que sean un señuelo para futuras suscripciones. Lo que quedaba por saber es si la ficción se iba a convertir en un ente independiente, sino iba a ser «canibalizada» por «The Big Bang Theory» y, sobre todo, si iba a tener su propia personalidad. El riesgo era grande porque, sobre el papel, los espectadores ya sabían mucho de su infancia: conocen a su madre, a su hermana gemela, a su hermano mayor, que su padre era alcohólico y que adora a su abuela Meemaw. El as en la manga era verlos en acción. Si, como han hecho creer a los seguidores, su padre era un ser intimidatorio, la realidad es que, visto el episodio piloto, es un ser triste y frustrado, que intenta que su hijo no se desmarque de la manada. Él lo hizo en su trabajo y fue despedido por ello. Intuye que a su vástago, aunque tenga una alta densidad de materia gris en el cerebro que le hace ser un privilegiado, puede costarle el puesto de trabajo su incontinencia verbal.
Lorre de tonto no tiene ni un pelo, otra cosa es que vaya a lo aparentemente fácil –lo suyo es cocinar series para una amplia audiencia, aunque se quede por el camino el aplauso de la crítica y el reconocimiento en forma de premios–, ha creado un producto independiente ya desde su puesta en escena. Con inteligencia le ha dado un toque «vintage» y se ha inspirado en una serie de referencia: «Aquellos maravillosos años». ¿Cuál ha sido el resultado? Con acierto, no la ha rodado en plató y tampoco están presentes las risas enlatadas, tan rancias y molestas que le indican al espectador cuándo se tiene que reír, lo que no deja de ser un desprecio supremo a su inteligencia.
La producción se rueda en exteriores –tampoco en demasiados, ya que es una comedia de situación de apenas media hora– pero los suficientes para oxigenar la ficción y diferenciarla de «The Big Bang Theory». Con toda la intención del mundo se ha inspirado en un clásico de la televisión para la puesta en escena; «Aquellos maravillosos años», que estuvo seis temporadas en antena. Esta referencia se plasma en «El joven Sheldon», aunque sin llegar a su excelencia. Desde las primeras imágenes se comprueba cómo se ha optado por el costumbrismo, tanto desde el aspecto visual como en el argumental, con la salvedad de lo singular que es el personaje principal. Primera evidencia: como ocurría en la serie protagonizada por Fred Savage, el narrador es el protagonista ya adulto. Aquí entra en juego uno de los hallazgos, insisto para los que no repudiamos esta ficción, ya que Jim Parsons repite la jugada. El actor cree tanto en el personaje que ha engordado su cuenta corriente, que también figura como productor ejecutivo. También rezuma –sin las aplaudidas complejidades argumentales de la comedia dramática antes citada– ese halo de inocencia de quien está descubriendo el mundo. La recreación de finales de los años 80 en un pueblecito de Texas, aunque el espectador no haya pisado el estado ni de canto, es creíble. Las casas con jardín donde se cuelga en un árbol un neumático para jugar, los cojines de ganchillo, el papel pintado... Todo suma para aportar realismo.
Ritmo pausado
También el tempo narrativo es más pausado. En «El joven Sheldon» no hay una solución de conversaciones con réplicas y contrarréplicas que, por la abundancia, aturdan a los televidentes. Ni una artillería de chistes y pseudochistes que se atropellan los unos a los otros. La trama se desarrolla sin pisar el acelerador hasta estrellarse contra los excesos. El mayor de los riesgos, que Sheldon niño fuese fiel a su equivalente en «The Big Bang Theory», también ha sido solventado con éxito. El actor elegido es Iain Armitage, al que se le ha podido ver en «Big Little Lies». Físicamente tiene la apariencia de una mosquita muerta, pero en cuanto abre la boca se querría sellarle los labios con celo de lo repipi e irritante que puede ser. Y de nuevo se le desafía al que está al otro lado de la pantalla a deshacer el nudo gordiano entre el rechazo que puede provocar y la atracción que genera por su descaro con el que defiende su personalidad. En esas están sus padres y hermanos y, con ellos, la audiencia. Todo apunta a que hay «El joven Sheldon» para rato.
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