Viajes
Los siete sietes de Olmedo
Son cuarenta y nueve detalles de apariencia “insignificante” cuyo conjunto conforma una enorme y asombrosa genialidad
Uno piensa en la Torre Eiffel y en la Gran Pirámide de Guiza cubierta de oro y mármol, en el Coliseo de Roma, cualquier Arco del Triunfo con los legionarios desfilando entre sus piernas, en la Catedral de Córdoba y las Torres Gemelas estallando y todos esos edificios históricos que representan por sí mismos a naciones enteras. Debería existir un estudio que determinase la relación entre la fama de un edificio y su influencia en los asuntos de los hombres. Las Torres Gemelas cambiaron de sopetón el mundo contemporáneo, Stonehenge debió manipular profundamente las bases de la Europa celta, por no hablar de la Bastilla en el siglo XVIII. Cualquier viajero sueña con introducirse en estos edificios para respirar el airecillo de genialidad que pulula entre sus muros, de esta manera logramos contaminarnos con una serie de ideas y emociones que habrían muerto con los hombres que las formularon, de no ser por estas estructuras sempiternas que hacen de recipiente.
Sin embargo, encontrar edificios de este estilo no requiere de una dolorosa suma de dinero, viajes en avión y carreras en el aeropuerto, visados, reservas de hotel con trampa, en fin, encontrar edificios que mantengan ideas y emociones antiguas no exige agotarse ni irse demasiado lejos. Basta con una visita a Olmedo.
Un caballero de capa caída
No hay un solo edificio en Olmedo que nos deje con la boca abierta. Nunca veremos a treinta turistas japoneses parloteando excitados mientras sacan fotografías desde todos los ángulos posibles. Olmedo no figura en las listas de Patrimonio de la Humanidad y ninguna agencia de viajes extranjera utiliza fotografías de esta localidad vallisoletana para atraer turismo a España. Lope de Vega escribió una obra titulada El Caballero de Olmedo que tuvo mucho éxito y que todavía hoy se representa; un detalle insignificante si comparamos la avalancha de letras impresas en torno a Sevilla, Madrid o Bilbao. En Olmedo no nos sentiremos como aquella vez que visitamos las mezquitas de Samarcanda. No nos embargará una sensación de lejanía y de exotismo, en un primer vistazo no reconoceremos sus edificios como contenedores de genialidades pasadas.
Si eres del tipo de viajero que busca paisajes espectaculares para enmarcar en una sola fotografía, experiencias supra sensoriales a trescientos euros por experiencia, hoteles de seis estrellas y obras de teatro de Broadway, entonces no vayas a Olmedo. No lo disfrutarías. Porque Olmedo siempre permanece en relativo silencio (a excepción de los días de septiembre donde se celebra el encierro tradicional por San Miguel y San Jerónimo) en contraposición con Nueva York, mientras que su belleza y la genialidad de sus edificios poseen una complejidad y una antigüedad mucho mayor que el Burj Khalifa.
Pero determinados monumentos de la villa, como la iglesia de San Miguel junto a la puerta de mismo nombre, el monasterio Madre de Dios o las muestras de mudéjar que otorgan cierta fama a la localidad, son portadores de una belleza discreta que despierta nuestra curiosidad. Sabemos que algo importante se está cociendo en Olmedo pero no logramos adivinar de qué trata con exactitud. Las calles se estrechan y se ensanchan sin un ritmo aparente, zigzaguean como perdidas, buscándose a sí mismas entre los muros de las casas cimentadas en el siglo XIX. El viajero que busca recipientes de la genialidad humana se transforma en líquido y trasiega por la calzada hasta introducirse en los recovecos más diminutos a su disposición, entra y sale de la Fuente la pioja, sale y entra de su muralla por la Puerta de Ulloa. El viajero toma la forma de un ladrillo, de una palada de cemento mientras rasca y rasca y rasca en Olmedo a falta de una ciudad asiática por explorar.
Olmedo no es el sueño de nadie. Aunque su Parque temático del mudéjar de Castilla y León con sus excelentes reproducciones hechas escala lo convierte en un destino ideal para escaparnos el fin de semana con los niños, dudo mucho que haya australianos o polacos en sus casas fantaseando con que algún día visitarán Olmedo. Es porque Olmedo nos sirve de analogía para representar a miles de localidades esparcidas por España y por el mundo entero con las que nadie sueña y que nunca salen en las películas de Hollywood.
Genialidad acumulada
La analogía se completa cuando nos hemos transformado en agua, ladrillo y cemento, y hemos recorrido la totalidad de la villa. Entonces nos percatamos de que la genialidad de Olmedo (o de su pasado) es demasiado polifacética, demasiado antigua y compleja como para encerrarla en un solo edificio. Esta era la trampa que nos deparaba desde un principio. Vinimos hasta aquí contaminados por la idea de que necesitamos encontrar un único y espectacular edificio para que nuestro viaje valga la pena pero, en sitios como Olmedo, no aptos para viajeros caprichosos, son decenas de edificios y de estructuras de ladrillo y cal las que acunan dentro de sus muros la ansiada genialidad. Los siete sietes de Olmedo, que es como se conocen popularmente, son cuarenta y nueve detalles de apariencia “insignificante” cuyo conjunto conforma una enorme y asombrosa genialidad.
Siete iglesias, siete plazas, siete fuentes, siete conventos, siete puertas en su muralla, siete casas nobles y siete pueblos en su alfoz (territorio que rodea una ciudad y depende de ella económicamente) configuran todos juntos aquello que andábamos buscando. Es genial porque la suma de la belleza de todos estos elementos supera con creces a la Nuestra Señora de París; es genial porque la fragilidad de los siete sietes (bastaría con que uno de los conventos desaparezca) puede quebrarse en cualquier momento y Olmedo sería “la villa de los seis sietes y de un seis”, algo ridículo y sin ningún encanto. Valga la redundancia pero más chulos que un ocho son los siete sietes de Olmedo. Seguro que ganan incluso al póker.
Aunque el coronavirus ha llevado a que muchos de los edificios estén cerrados al público, amputando ligeramente nuestra visita, debe ser significativo que el Empire State de Nueva York puede visitarse en 10 minutos mientras que los siete sietes de Olmedo requieren dos o tres días sin descanso para conocerlos todos. El tiempo dedicado a una visita turística es directamente proporcional a la complejidad de lo que visitamos. Si sumásemos todas las horas que se dedicaron a construir los siete sietes en Olmedo, estoy seguro de que superarían las horas que llevó la construcción de Santa Sofía de Estambul. Esto también tiene que significar algo. Entonces prueba este ejercicio cuando visites una localidad cuyo interés parece subrogado a las maravillas de Italia o China: absorbe la genialidad es su conjunto, como hicimos hoy con los siete sietes de Olmedo, observa los cerros que rodean a la localidad y estudia los motivos de las aceras. Aprecia la estética de cada elemento sin compararla con las fotografías de las postales de tu tío Eusebio. Verás cuántas maravillas encuentras en los lugares menos sospechados (y más baratos).
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