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Alejandro Palomas: «Le digo siempre a mi perro: “como te mueras, te mato”»

Alejandro Palomas
Alejandro Palomaslarazon

Retoma los personajes de su exitosa novela «Una madre» para contar en «Un perro» cómo una angustiosa espera acerca de manera inesperada a una familia

«¿Quieres que me estire en la alfombra como un perro?», preguntó Alejandro Palomas en el momento de hacer la foto que acompaña la entrevista: «No hay que tomarse tan en serio a uno mismo». Palomas ha vivido en San Francisco, Nueva York, Santiago de Chile y Buenos Aires, pero desde hace tres años se estableció con Rulfo, su perro, en una antigua escuela en el campo, en Barcelona. «Tengo una terraza con unas escaleras que dan directamente a un campo de trigo. Es todo silencio», dice el autor de «Un perro» (Ediciones Destino). La novela retoma la historia de Fer, su madre, Amalia, y sus hermanas, Silvia y Emma, que los lectores conocieron hace dos años cuando Palomas publicó con gran éxito «Una madre». En esta ocasión, R., el perro de Fer, será el motor que mueve el relato.

–¿Por qué decidió retomar la historia de esta familia?

–Porque hace mucho tiempo que me interesaba tener un proyecto a largo plazo y construir un universo familiar a través del tiempo. De manera que, a medida que yo voy madurando, este universo también madura y vamos mirándonos y persiguiéndonos un poco.

–Entonces, ¿podría venir una tercera novela con Amalia, Fer, Emma y Silvia de protagonistas?

–No lo sé. Quizá no pase de ésta, pero de momento me apetece mucho. Es como cuando conoces a alguien que te gusta, siempre da de sí, la curiosidad la sigues teniendo. Y mi curiosidad sigue intacta, sigo totalmente enamorado de esta gente.

–¿Por qué un perro era el elemento adecuado sobre el cual desarrollar esta historia?

–Quería recuperar a la familia y necesitaba un centro neurálgico para reunirlos otra vez y que ninguno se pudiera escapar, que es lo que suele suceder en las familias. Es muy difícil que todos los miembros, por pocos que sean, coincidan. Y, bueno, yo tengo un perro (risas), y sé cómo funciona esa energía aglutinadora, porque en mi casa es así. Además, quería que hubiera una urgencia, porque a partir de allí es mucho más fácil articular la historia y manejar el tiempo. A veces salimos de la urgencia y vamos al pasado, pero el tiempo real es el de una espera. Son sólo doce horas, como en «Una madre», que transcurre en ocho horas. La diferencia es que en ésa era la noche de fin de año, y aquí es la primera del verano.

–La espera termina por convertir al libro en un «thriller» en el que el lector debe descubrir qué está pasando.

–Lo que sucede es que yo viví esto, lo que ocurre en la novela. Fue en una cafetería, entonces sé lo que es estar mirando el móvil todo el tiempo, diciendo: «¿Por qué no hay mensajes ni llamadas?». Y sé cómo se siente uno cuando aparece alguien, la persona que menos quieres que llegue. Cuando me sucedió, yo no lo quería compartir, porque pensaba que en cuanto lo hiciera se convertiría en algo real. Y, después, caí en la cuenta de lo solo que estaba y de que necesitaba a mi familia conmigo, porque si la respuesta no era la que yo quería, me iba a morir. Lo mismo le ocurre a Fer.

–¿La foto de la carátula del libro es de su perro?

–Tuve un conflicto personal con respecto a la portada. Este libro es ficción, por lo que no quería poner una foto de mi perro allí. En una parte de la novela hablo mucho de la ficción y de la realidad, juego mucho con este hilo muy fino una y otra vez y voy entretejiendo las dos cosas constantemente. Lo hago en todos mis libros. Y quería dejar eso claro en la estética del libro, por eso en la portada hay un perro de ficción y, en la solapa, una foto de mi golden retriever, Rulfo.

–Tres novelas en tres años; es un hombre muy ocupado...

–Ésta la escribí en muy poco tiempo. Piensa que en catorce años (empecé a publicar en 2002) han salido once novelas mías, sin contar los poemarios.

–Ha comentado antes que Amalia es la madre que usted habría querido ser. ¿No fue duro retratarla ya mayor y más frágil?

–Fíjate que a medida que avanza la novela vemos que Amalia no está tan perdida, ella estaba, más bien, aburrida. No le pasaba nada, todo estaba bien, entonces no tenía nada que hacer. Por eso se estaba anquilosando.

–¿Su libro es también un retrato de la vejez?

–Creo que sí. Y también es una proyección mía de cómo me gustaría que fuera mi vejez: muy lúdica, muy intensa. Me gustaría que me supiera reír de mí mismo, aunque me haga pis encima. Yo me río mucho de todo, y eso no lo quiero perder nunca.

–Pero también está muy latente el miedo de los hijos a perder a su madre...

–El miedo de Fer es el mismo en relación a R. y a Amalia, lo proyecta sobre ellos porque es donde ve la posibilidad de abandono, y eso le aterra. Todos lo sentimos, y la comunicación es muy importante. Yo lo hablo con mi mamá, le digo lo que me pasa: «Verte así quiere decir que va a llegar un momento en que no vas a estar. Y yo no puedo soportar que no estés. No me hagas esto». Es lo mismo que a mi perro, al que le digo todos los días: «Hay dos líneas rojas que no puedes pasar, una es el dolor físico y la otra, la muerte. El resto, nos arreglaremos. Pero como te mueras, te mato».

–«La vida es reír y llorar», dijo en una entrevista, ¿su novela también?

–Sí, y además me encanta hacer eso. Cuando planeo una novela lo hago para que el drama y la comedia se solapen. Me gusta que cuando te estás riendo a carcajadas se te corte la risa y que cuando estés a punto de llorar, te llegue la carcajada.

–También es la historia de las segundas oportunidades, ¿por qué?

–Porque durante muchos años yo era incapaz de darme a mí mismo segundas oportunidades. Era tan exigente conmigo mismo que cualquier error significaba una catástrofe. Hasta que aprendí que la vida son pequeñas etapas y cada una tiene su oportunidad. Uno nunca sabe a dónde te llevan, son como las coincidencias: las malas oportunidades son las que no sabes aprovechar y las buenas, las que aprovechas.

–¿Y el perro es la perfecta representación de la segunda oportunidad?

–Claro, eso es lo que da un perro. La fidelidad de un perro es que tienes todas las oportunidades del mundo mientras esté vivo. Puedes equivocarte y rectificar. Te da como un mapa y tú tienes que ir llenándolo. Es algo muy bonito, pero muy intenso. Por eso es difícil pensar en despedirse de eso, porque creas una dinámica muy coherente. Un perro te quiere de forma muy estable y eso a mí me da mucha seguridad.

–Al ser una especie de segunda parte de «Una madre», ¿tuvo presión añadida a la hora de escribir?

–Sí, la primera semana estaba muy preocupado. «Si fallo, qué horror», pensaba. Hasta que un día iba paseando con mi perro y me di cuenta de que no podía llevar esta angustia, que estaba convirtiendo lo que más me gusta, que es escribir, en un drama. Así que dije: ésta es una segunda oportunidad para aprender. Si te equivocas, tíralo a la basura. Pero el día que lo entregues tiene que ser estupendo.

–¿Lo tiró a la basura en algún momento del proceso?

–No. Pero sí he tirado una novela a la basura. Cuando la terminé pensé: «Esto es un horror».