José María Marco

Amenazas

La Razón
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Un artículo reciente del «The Wall Street Journal» recordaba que hace cuatro años el Fondo Monetario Internacional predecía que hasta 2018 el crecimiento económico español no pasaría, y por poco, del 1%. El desempleo seguiría por encima del 25% otros cinco años, por lo menos. Sin embargo, ya para entonces había arrancado la recuperación, que llegó al 1% en 2014 y que desde entonces se ha mantenido por encima del 3% anual. El desempleo, por su parte, está hoy, mediado 2017, en el 17,1%.

El «milagro» se ha debido a factores externos, como son los bajos tipos de interés y los del precio del petróleo. Como no todos los países de la Unión están creciendo al mismo ritmo, habrá que explicarlo también por motivos propiamente españoles, que están relacionados, por lo menos en parte, con las reformas llevadas a cabo: la contención del gasto del Estado, muy notable a pesar de lo que se dice, la reforma laboral y la reforma financiera. Así es como la economía española, que siempre ha sido dinámica, se ha transformado y ahora fundamenta el crecimiento en la demanda y en la exportación, no, como solía ocurrir, en el endeudamiento.

Hay razones para pensar que, habiendo salido de una crisis como aquella en la que estábamos hace cinco años, ahora tenemos todas las papeletas para sacar el máximo provecho del nuevo ciclo. Los problemas, en realidad, no son económicos. Son de otro orden. Los hay morales, o de carácter, que echan sus raíces en esa mentalidad entre catastrofista e hipercrítica, herencia del nacionalismo español –el regeneracionismo del 98– en el que las elites españolas se siguen sintiendo cómodas.

Sobre todo, los problemas son políticos y se concentran en dos frentes. Uno es el nacionalismo. El otro, el populismo. Los dos se pueden encauzar, pero el encauzamiento del primero se hará a costa de la frustración de una ensoñación imposible: cuanto más delirante haya sido ésta, peor será la resaca. Racismo, xenofobia, violencia... cualquier cosa se puede esperar. El populismo, por su parte, ha alcanzado su tope electoral, pero ha contaminado a la antigua izquierda para la que ahora todo es posible porque ya es imposible lo de antes. Aunque la economía va muy bien, se enfrenta a obsesiones y frustraciones que pasan, como en 2012, por la ruina del país.