Pedro Narváez

Autodeterminación horaria

La Razón
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Lo que le faltaba a Alsina. Al debate y morrocotudo absurdo de cada temporada cuando llega este momento de cambiar la hora y nadie sabe por qué sí o por qué no, se le sube a los micrófonos una variable más: Baleares quiere su autodeterminación horaria, el derecho a decidir en qué hora viven. Les apetece una hora más. Así que habría que decir son las seis de la mañana en la península, Ceuta y Melilla, una hora menos en Canarias y una hora más en Baleares. Cuando empiecen a dar las noticias ya se habrá pasado la hora y vuelta a empezar. O acabar. Y así hasta el infinito. Es difícil mantener la dignidad haciendo el ridículo –ese tropezón en el peor momento que provoca la risa, por ejemplo–, pero el caso es que no paramos de dar cuerda al cuerdo para volvernos definitivamente locos. La oportunidad de adelantar y retrasar la hora está en cuestión desde hace tiempo como un asunto nacional. El que esto firma cree que deberían dejarnos el reloj en paz. Pero el hecho de que un parlamento autonómico lo debata sin ningún efecto práctico es otro ejemplo más de hasta dónde llegan las comunidades por querer ser diferentes al resto de España, ese monstruo que devora a sus hijos: Saturno, que antes fue Crono y se encargaba de cambiar la hora de las cosechas cuando le venía en gana, que para eso se es un dios. Si cada autonomía hiciera lo mismo tendríamos 17 horas diferentes para un país como el nuestro, tanto arroz para tan poco pollo. Defendamos pues la hora en la que queremos vivir, y no sólo eso, cambiemos los lunes por los domingos y enero por agosto, la noche por el día, cada uno a su antojo. O juntemos todas las horas en una hasta que el tiempo desaparezca y con él nosotros mismos, creyéndonos Zeus amamantados por ninfas, que es algo así como lo que quiere Podemos, que es la nueva casta de dioses que suceden a Crono y ha logrado sacar adelante la iniciativa balear. García Gual, en su sapiencia mitológica, relata muy bien este paso. Lástima que en el camino se hayan perdido eso que llaman «humanidades», que, visto lo que hacemos ya los humanos, habría que bautizar «atrocidades». Idioteces. La anécdota, pues, se convierte en categoría. España es un patio de colegio que juega con el segundero y el carrillón sin darse cuenta de que no todos los días son fin de año en la Puerta del Sol. El tiempo, lo único que tenemos, todo lo demás es accesorio, se agota y se pierde sin que haya manera de recuperarlo. Rajoy ya es presidente en Europa –«en una hora», dijo en el lapsus de su inglés– y ahora será presidente antes en Menorca que en Pontevedra. Y así en España no volverá a ponerse el sol y vestiremos de negro por orden de ERC. El imperio contraataca. Otra cosa es donde se ponga la capital. Mallorca toma ventaja. La Zarzuela por Marivent. Esto era el tiempo nuevo. Polvo al polvo, pero, ya lo dice el Papa, sin abandonar las cenizas a su suerte.