José María Marco

Creyentes y perseguidos

Esta semana se celebró en Madrid, en la parroquia de la Concepción y por iniciativa de Ayuda a la Iglesia Necesitada, una misa para recordar y rezar por los cristianos perseguidos en Oriente Medio. Contó con la presencia del padre Douglas Bazi, un sacerdote iraquí, entrevistado estos días en LA RAZÓN, que ha sufrido la violencia y contó, al final de la celebración, una anécdota digna del Antiguo Testamento acerca de una familia cristiana que tuvo que salir de la ciudad donde siempre había vivido y supo reconciliarse en el último momento con sus vecinos musulmanes, que después de muchos años de convivencia pacífica se habían sumado a las amenazas. La misa fue celebrada según el rito mozárabe, o visigodo, la antigua liturgia española.

El cristianismo no es la única religión perseguida en Oriente Medio. La bestialidad fanática se está cebando con los practicantes que habían permanecido fieles a sectas y religiones aún más antiguas, como los zoroastrianos, los samaritanos, la antiquísima religión de los kalash en el norte de Pakistán, o los yazidíes, que la brutalidad de ISIS ha devuelto a la luz (lo ha relatado bien Gerard Russell en un libro en inglés que debería ser traducido: «Herederos de reinos olvidados»). Todas comparten con el cristianismo una característica: sus fieles están atrapados entre las dos grandes confesiones musulmanas, suníes y chiíes. La guerra entre ellas nació algún tiempo después de la muerte del Profeta, pero pareció olvidada durante largo tiempo aunque hoy ha cobrado tintes políticos explosivos.

En los países de mayoría musulmana en los que conviven estas dos grandes ramas del islam hay gente que recuerda el tiempo en el que nadie se preguntaba si el vecino era suní o chií. Eran los años en los que un judío podía llegar a ser ministro en un país como Egipto. Hoy en día eso es inconcebible, y la expulsión casi total de los judíos señaló, como suele ocurrir, el principio del incendio declarado hoy en día. Ahora los cristianos, como los fieles de las otras religiones minoritarias, no pueden defenderse por su cuenta. Ni siquiera pueden hacerlo en Líbano. Así que dependen de la tolerancia relativa de quien esté al mando para sobrevivir, lo que lleva a decisiones complicadas, como el apoyo de los cristianos sirios a Bashar al Asad. Eso, la tolerancia, podría convertirse en uno de los ejes de la política de los países de la UE en la región. Parece muy difícil, pero por algún sitio habría que empezar.