José María Marco

El hombre que llevó la derecha al centro

La Razón
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La salida voluntaria de José María Aznar de la presidencia de honor del Partido Popular permite poner en perspectiva la labor del ex presidente del Gobierno al frente de la organización. «Al frente», en realidad, es una expresión muy pobre para quien refundó, es decir creó el Partido Popular tal como le hemos conocido hasta hace algunos años, no muchos.

Mucha gente parece ver en Aznar el peligroso titular de una suerte de ideología neo (lo de «neo» lo dice todo) conservadora, reconvertido en el guardián de las esencias de una posición intransigente ante una realidad poco obediente a sus dictados.

En realidad, lo que hizo Aznar entre los años 80 y los 90 fue convertir una organización que la opinión identificaba con los restos de la dictadura en un auténtico partido de centro. En un sentido, continuó la obsesión de Fraga por construir un partido nacional y popular, con implantación en toda España y en todas las capas sociales y de edad. En todo el resto, Aznar innovó y consiguió crear lo que tenía en mente desde por lo menos 1982, cuando, al llegar al Congreso, se dio cuenta del gigantesco poder que el PSOE había conseguido a raíz del hundimiento del centro-derecha. En eso consistió su esfuerzo y eso es lo que dejó a sus sucesores en el PP: un partido nacional y popular con la capacidad de ser una alternativa a una izquierda que triunfaba sin adversarios.

Aznar está relacionado por tanto con un doble movimiento: el de centrar un partido escorado hacia la derecha y el de proporcionar una alternativa desde el centro derecha a la hegemonía aplastante del PSOE. El fondo histórico, a partir de 1989 –el año de la refundación del PP– lo ponía el hundimiento del socialismo real, que marcó el principio del fin de la izquierda en Europa y, en general, en el mundo desarrollado.

Así es como se conjugaron en Aznar aspectos contradictorios que hicieron de él uno de los grandes personajes, y de los más atractivos, de un momento crucial en la historia de nuestro país. Lo caracterizó un intenso pragmatismo, por un lado, que le llevó a romper tabúes muy solidificados en la derecha española y a abrir el partido a una sociedad con una inmensa curiosidad, apertura y deseo de progresar e integrarse en el nuevo mundo de la globalización. Por otro lado, la construcción del nuevo Partido Popular requirió una fuerza de voluntad y una actitud que admitía muy pocas discrepancias. Entonces no se bromeaba con la autoridad del jefe. Por si fuera poco, la convicción de que el socialismo había sido derrotado (como efectivamente había sido) y el tener enfrente a un PSOE que hacía de la deslegitimación del adversario la clave de su posición política, le infundían una tensión, una intensidad raras en la política, incluidos entre los más grandes.

Esa combinación irrepetible es la que atrajo a muchos españoles. Una parte importante de la sociedad española encontró en aquello una novedad, como efectivamente lo era. Y la otra, sin dejar de comprender lo que el ex presidente del Gobierno ofrecía de nuevo, supo comprender que allí estaba también una posición que respetaría la continuidad y la complejidad de la realidad, sin intentar de forma paralela reducciones ni simplificaciones. La obsesión por la palabra España sintetizaba este inmenso atractivo y el respeto que suscitó.

Hoy en día las circunstancias son distintas, aunque en muy buena medida son herencia –positiva– de la obra de José María Aznar y de sus equipos de gobierno y de partido. También hay elementos que siguen sin resolverse y algunos que, incluso, han llegado a empeorar. Por ejemplo, Aznar buscó sin encontrarlo un Sagasta en la izquierda. En la actualidad, el Partido Popular se enfrenta al definitivo hundimiento de la izquierda, copada por el populismo destructivo.