José María Marco

Modales

La Razón
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Por fin parece que a los grupos del Congreso de los Diputados se les ha acabado la paciencia con los insultos y los desplantes de los miembros de Podemos y afines. Ya era hora, se dirá, y efectivamente la dignidad de las Cortes requería, o requiere, que se empiece a poner coto a estas prácticas. Al Parlamento se va a argumentar, a escuchar y a negociar, no a ejercer la violencia, por muy simbólica que sea.

Ocurra lo que ocurra con la paciencia de nuestras Señorías, estos comportamientos no son del todo nuevos. Sobre todo fuera del Congreso, donde tienen una larga historia. En los años 80 y 90, cuando el PSOE reinaba sin contrapesos en la vida intelectual y política, la presión que se ejercía sobre quienes se manifestaban al margen del discurso dominante era tanto más tremenda cuanto que pasaba desa-percibida. En aquellos años era el disidente el culpable de enturbiar la beatitud en la que comulgaban las almas, progresistas o no. La llegada del PP al poder y la mayoría absoluta de 2000 lo cambió todo, en particular porque venía tras la caída del Muro de Berlín, el nuevo prestigio del liberalismo y la marea de la globalización. Los ataques en las instancias académicas e intelectuales fueron subiendo de tono y empezaron las encerronas en las universidades y otros recintos destinados antaño al intercambio y al debate de ideas. A medida que iba quedando claro que la izquierda se desplomaba (Rodríguez Zapatero es una de las etapas finales de este hundimiento, por no hablar de cataclismo), la violencia fue en aumento, protagonizada por grupos surgidos al calor del PSOE. Los escraches, las manifestaciones descontroladas, las ocupaciones de recintos privados y públicos son el antecedente de la violencia verbal y simbólica ejercida ahora en el Congreso. La falta de modales de los diputados podemitas no revela sólo la radicalización de algunos sectores. Revela también una novedad: la irrelevancia política de la izquierda.

Esta crisis se manifiesta de forma diferente en cada país. No es lo mismo Trump que Podemos, ni el Brexit que el Frente Nacional francés. Ahora bien, por debajo corre una realidad compartida, que es justamente esa pérdida de relevancia de la izquierda. En nuestro país se manifiesta, también, en la perpetua sobreactuación. Y plantea problemas específicos, y difíciles, a quienes, años atrás, estaban instalados en la perfecta buena conciencia.